TIERRA DE FRONTERA
La parte sur de ese territorio es la más campestre y montañosa, también la más popular entre los alemanes y los foráneos. Porque hay que decir enseguida que la Selva Negra parece la cuna misma de algunos de los tópicos más extendidos sobre Alemania: las fachadas con entramado de madera, el jamón ahumado y embutidos emparentados, el reloj de cuco –que no inventaron los suizos–, el sombrero de cinco borlas o pompones rojos –que debidamente estilizado es el logo de la región–, la cerveza artesanal e incluso el vino.
Y, por supuesto, la naturaleza en mayúsculas. La mitad de la región está ocupada por dos parques naturales, declarados Reserva de la Biosfera por la Unesco. Eso explica su fama como destino para practicar deportes de montaña en cualquier época, desde senderismo hasta esquí, pero también surf, vela o piragüismo en sus lagos de origen glaciar.
FRIBURGO, UNIVERSITARIA Y MEDIEVAL
La puerta hacia ese oscuro paraíso es Friburgo de Brisgovia. Para el viajero que llega por primera vez hay unas cuantas cosas que saltan a la vista. Friburgo es una ciudad verde donde las haya. En cualquier plaza o recodo la mirada topa con la montaña, metida en las tripas urbanas. Además del entorno, en el centro se cuentan más bicicletas incluso que gorriones. Y no solo eso: Friburgo se considera una de las ciudades pioneras en conciencia medioambiental de Europa. Un buen ejemplo de ello es elBarrio de Vauban.
Friburgo es una ciudad universitaria y como su población apenas suma unos 230.000 vecinos, los estudiantes se hacen notar fuera de las aulas. Llenan lasterrazas y los kneipen (pubs) del centro o de la zona de Stühlinger –cerca de la Bahnhof o estación de trenes– y extienden la movida a las márgenes de los bächle o «arroyitos». La tradición asegura que si alguien cuela el pie en uno de esos canalillos, tiene asegurado el regreso a Friburgo.
PLAZA DE LA CATEDRAL DE FRIBURGO
La plaza de la Catedral, corazón del casco medieval, siempre bulle de actividad, y acoge uno de los mercadillos de Navidad de la ciudad. Hay mercado a diario, excepto domingos y fiestas de guardar. Y a todas horas, la gente se sienta a charlar en el pretil de la fuente renacentista –policromada, como el tímpano y algunas estatuas de la Catedral– o se apalanca en poltronas delante de la Kaufhaus o lonja de mercaderes, cuyo patio acoge conciertos.
Otro lugar de encuentro son los dos Ayuntamientos y sus respectivas plazas. El antiguo, que se hizo uniendo varias casas con gablete del siglo XVI, aloja la oficina de turismo. El nuevo surgió de la reforma de un edificio universitario en torno a 1900. Su carillón solo se desata a mediodía en lo que es un verdadero clamor de campanas.
Friburgo no termina ni mucho menos ahí. Quedan por ver la Casa de Erasmo, renacentista, en la que se alojó el pensador como refugiado; el convento de los Agustinos, hoy transformado en museo; el claustro gótico de los Franciscanos, destinado a conciertos; la posada más antigua de Alemania, Zum Roten Bären, en la Herrenstrasse, y mucho más.
MÁS ALLÁ DE LA TARTA SELVA NEGRA
Para reponer fuerzas nada mejor que sentarse a la mesa de algún gasthof o restaurante típico. En los pueblos se llaman bauernhof y sirven delicias como el jamón y los embutidos ahumados, los schäufele o costillas de cerdo, el zwiebelrosbroten o pastel de cebolla, que en realidad es un asado, acompañado casi siempre de schupfnudeln, unos fideos gruesos de patata.
De postre no puede faltar la tarta de la Selva Negra, hecha de chocolate negro y cerezas (kirschtorte) embebida en el kirschwasser, el aguardiente de cereza que tan bien sienta en las veladas de otoño, al calor de una kachelöfen, las enormes estufas de azulejos centroeuropeas.
Explorar la región en torno a Friburgo puede prolongar los alicientes gastronómicos, como los pueblos entregados a las fiestas de la vendimia cuyas casas o tabernas cuelgan un ramo de abedul para avisar de que allí se despacha vino nuevo. Al oeste de Friburgo, casi en la frontera con Francia y cerca de la ciudad de Breisach, la montaña volcánica de Kaiserstuhl brinda sus laderas al cultivo de la uva.
TRIBERG Y la CASCADA MÁS ALTA DE ALEMANIA
Si desde Friburgo se toma rumbo hacia el este se entra en la zona de los pueblos relojeros. Uno de ellos es Triberg, el idílico pueblo de los relojes de cuco, a 60 km de la ciudad, aunque también lo es por la cascada que el río Gutach forma al despeñarse sobre lajas de granito, dando lugar al salto más alto de Alemania, de unos 150 metros.
Desde el centro de Triberg hasta la cascada hay un paseo bien señalizado de una media hora. El pueblo alberga también el Museo de la Selva Negra, que muestra artesanía, objetos ancestrales y por supuesto, relojes de cuco. Si se visita la tienda Haus der 1000 Uhren, la tentación de comprar uno será difícil de resistir.
LA CARRETERA DE LOS RELOJES DE CUCO
Triberg y la cercana Furtwangen –con otro museo de relojes– se sitúan en la llamada Carretera de los Relojes, una ruta circular de 320 km que parte de Villingen-Schwenningen. La zona merece otras dos paradas interesantes. La primera, cerca de Furtwangen, en el punto donde brota el río Breg, cuyas aguas son consideradas la verdadera fuente del río Danubio.
La segunda, en el pueblo de Gutach, cuando se celebre algún festejo, el momento perfecto para admirar el vestido tradicional de las mujeres, con un sombrero cargado de pompones rojos o negros, según si son solteras o casadas.
ENTRE LAGOS Y BOSQUES DE ENSUEÑO
Las bellas caminatas de esta región se adentran en los bosques que tanto temieron los romanos, que fueron los encargados de bautizarla como la Selva Negra por su densidad arbórea. Internándose hacia el sur pronto se da con el lago Titisee, la joya lacustre de la Selva Negra.
A menos de 5 km, el pueblo de Hinterzarten muestra la arquitectura del siglo XIII en su iglesia de San Osvaldo y algunas casas de entramado, además de la posada Weisses Rossle, de 1347, y el museo del esquí.
Siguiendo 25 km al sur aparece otro lago, el Schluchsee, un centro bullicioso de deportes acuáticos y de invierno y senderismo, ya que hasta aquí llegan las faldas del majestuoso Feldberg, el pico más alto de la región (1.493 m), perfecto como destino vacacional en cualquier estación.
WUTACH, la garganta DE LA SELVA NEGRA
La garganta del río Wutach (Wutachschlucht), conocida como el Gran Cañón de la Selva Negra, se localiza a apenas unos kilómetros hacia el este. Antes de desembocar en el Rin, el Wutach ha excavado un desfiladero de gran belleza que puede contemplarse a lo largo de una ruta de senderismo 13 km desde Schattenmühle.
Otra de las excursiones que merecen la pena no se hace a pie, sino a bordo de un tren que recorre la ruta Sau Schwänzlebahn, de 25 kilómetros, desde Blumberg-Zollhaus hasta Weizen. En ella se podrá admirar la naturaleza exuberante del valle de Wutach, atravesando cuatro puentes y seis túneles.
Cambio de rumbo hacia poniente para entrar en el Valle del Infierno (Höllental), del cual se sale en Himmelreich, el «Reino de los Cielos». El nombre le fue dado, al parecer, por los obreros ferroviarios del siglo XIX, que llegaban al pueblo después de dedicar el día a luchar contra la potente naturaleza del valle.
GENGENBACH, un cuento constante
Este pueblecito surge en mitad de la ruta de Friburgo a Baden-Baden como un decorado de libro infantil o de película, porque en sus calles se ha rodado, entre otras, Charlie y la fábrica de chocolate (2005), y porque su mercadillo de Navidad también es famoso en toda Alemania.
Calzadas empedradas, casas de entramado visto, fuentes, puertas fortificadas, un marcado estilo medieval, un ayuntamiento barroco y un par de iglesias. Todo ello girando en torno a la Marktplatz, cuyo espacio se disputan las flores, los tabancos del mercado y las mesas de las terrazas. En el Narrenmuseum se exponen máscaras y trajes de su particular carnaval o Fasend.
FREUDENSTADT Y EL MONASTERIO DE MAULBRONN
El norte de la región está también repleto de sorpresas.Como Freudenstadt, ciudad diseñada en 1601 con la forma de un tablero de «tres en raya», y el castillo de Hohenzollern, erigido sobre una colina. Tras bordear la ciudad de Stuttgart se alcanza la histórica Maulbronn, en cuyo monasterio cisterciense el novelista y poeta Hermann Hesse ingresó como seminarista en 1891.
Poco más de media hora en coche separa Maulbronn de la ciudad de Baden-Baden, de nuevo en la zona vinícola del Rin. Este hermoso complejo de salud, con casas de juego, parques y ópera, conserva el aire elegante de la belle époque. Tomar las aguas en la Trinkhalle puede ser el mejor reconstituyente para finalizar este intenso viaje por la Selva Negra.