Finlandia queda tan al norte de Europa que un cuarto de su territorio se sitúa por encima del Círculo Polar Ártico. Y a pesar de una localización tan extrema, se las ha arreglado para convertirse en decisivo lugar de encuentro entre Oriente y Occidente, entre Rusia y Europa.
Perteneció durante seis siglos a Suecia, pasó a manos del zar Alejandro I de Rusia en 1809 y se independizó en 1917 tras la revolución bolchevique –en 2017 celebra el centenario con un amplio programa de actividades–, aunque los lazos culturales y económicos han sobrevivido a la historia. Solo hay que ver la composición del pasaje del avión en el que volamos a Helsinki para entender que más de uno viaja a la península de Kola, ya que se accede mejor al puerto ruso de Murmansk desde la capital finlandesa que desde Moscú.