El respeto por las almas de los muertos ha llevado al hombre a enterrar a sus difuntos bajo tierra, al resguardo de profanadores y animales hambrientos. Pero la dimensión, disposición y ornamentación de las tumbas ha cambiado mucho a lo largo de la historia. Nuestros ancestros ya celebraban rituales funerarios en la Edad de Piedra, colocando a los fallecidos con delicadeza y con parte de su ajuar, primero en lugares apartados como cuevas y después en las cámaras de los dólmenes. El miedo al más allá ha llevado a civilizaciones como la egipcia a embalsamar con sumo cuidado los cuerpos sin vida de los faraones y depositar sus sarcófagos en tumbas mayúsculas y profusamente decoradas. La arquitectura fúnebre es de una enorme variedad, pues hubo quienes recurrieron a la cremación y las modestas urnas, mientras que los otros ordenaron construir palacios o castillos para que sus tumbas fueran veneradas.