A lo largo de la historia han existido linajes familiares que han gobernado con mayor o menor acierto un determinado territorio. La sucesión dinástica ha puesto en serios aprietos a monarquías que no contaban con herederos varones al trono, como ocurrió en España con Carlos II o en Inglaterra con Enrique VIII. Pero las dinastías no son patrimonio de la sangre azul europea. Mucho antes, en el Antiguo Egipto, hubo hasta 32 dinastías, desde los primeros faraones asentados en Tinis y luego en Menfis hasta el periodo grecorromano con figuras como Ptolomeo I. Igualmente, durante el Imperio romano se sucedieron varias dinastías de gran relevancia, como la Julio-Claudia inaugurada por Augusto hasta la Valentiniana terminada con Teodosio I, a partir del cual hubo emperadores en Occidente y en Oriente. En China, encontramos las dinastías de la época antigua y las de la imperial, como la dinastía Ming.