"Hemos convertido el agua y el aire, los dos fluidos esenciales de los que depende la vida, en vertederos globales", dijo hace ya unas décadas Jacques-Yves Cousteau, el célebre explorador del mar, protagonista de la memorable serie Mundo submarino que tanto ayudó a divulgar los problemas medioambientales de los océanos, advertía ya en los años sesenta de la necesidad de protegerlos. Sin embargo, desde entonces en muchos aspectos la situación no ha hecho más que empeorar. En especial en el Mediterráneo, uno de los mares más contaminados y sobreexplotados del planeta, sometido a un estrés constante y extremo.

Así lo constata Manu San Félix, biólogo marino y Explorador de National Geographic afincado en Formentera, quien desde hace tres décadas ve con sus propios ojos y a través de su inseparable cámara fotográfica el deterioro de este mar que tanto ama. Una de las especies mediterráneas que mejor conoce San Félix es la posidonia (Posidonia oceanica), una planta acuática endémica del Mare Nostrum que es importantísima para el buen funcionamiento del ecosistema marino: constituye el hogar de multitud de organismos, contribuye a la depuración de las aguas, genera grandes cantidades de oxígeno en el fondo marino, actúa como sumidero de carbono, previene la erosión en el litoral y, en resumen, indica de forma clara el nivel de calidad ambiental existente.

Peces sobre una hoja de posidonia
Foto: SPL/Age Fotostock

Los pequeños peces chafarrocas (Opeatogenys gracilis), endémicos del Mediterráneo y de la costa sur de Portugal, no sobrepasan los tres centímetros de longitud. Este par descansa en aguas alicantinas, sobre una hoja de posidonia.

Este biólogo, que hizo sus primeras inmersiones en Formentera a principios de los años noventa, afirma que entonces las praderas de posidonia eran un auténtico espectáculo de biodiversidad. Hoy, en cambio, en varios puntos de las Baleares ha desaparecido hasta el 40% de ellas debido, principalmente, al destrozo causado por las anclas de los barcos recreativos. Según los resultados de un estudio realizado por investigadores del Institut Mediterrani d’Estudis Avançats, centro mixto del CSIC y la UIB, en el Mediterráneo occidental (es la zona de la que se tienen más datos) la extensión de posidonia se ha reducido entre un 13% y un 38% desde 1960, y desde los años noventa la densidad de haces de posidonia ha disminuido en un 50 %. Todo ello ha reducido sustancialmente su capacidad de retener carbono.

La extensión de posidonia en el mar Mediterráneo se ha reducido entre un 13% y un 38% desde 1960

Pradera de posidonia
Foto: iStock

Esta planta marina está considerada el organismo colonial más grande y longevo del mundo.

Para frenar la destrucción de esta especie tan esencial en el ecosistema mediterráneo, Manu San Félix ideó desde la Asociación Vellmarí y en colaboración con las empresas Oceansnell y Movired, la aplicación Posidonia Maps, operativa desde 2018, que permite disponer de mapas detallados de las praderas de posidonia de Formentera (la idea es ir extendiendo el volcado de la cartografía de esta planta en todas las Baleares y en el resto del Mediterráneo) en todos los dispositivos móviles para que los usuarios sepan siempre qué hay bajo el agua antes de proceder a fondear. «Es esencial que las autoridades reconozcan el daño que se está haciendo a la posidonia en todo el Mediterráneo y ayuden a difundir esta herramienta y cualquier otra que ayude no solo a preservar la posidonia que aún sobrevive, sino también a conseguir que recupere su pasado esplendor», afirma San Félix.

Todo esto y mucho más lo cuenta en primera persona en el documental Salvemos nuestro Mediterráneo, que ha dirigido para National Geographic. En él entrevista a una serie de expertos que evalúan la situación ecológica de este mar y aportan soluciones para combatir sus mayores amenazas. Uno de ellos es Pierre-Yves Cousteau, astrobiólogo e hijo del pionero submarinista francés, con quien San Félix bucea para documentar en Baleares una zona submarina muerta que aún no ha sido estudiada. Impacta verlos junto a la salida de un emisario (tubería submarina a través de la cual se bombean las aguas que emiten las depuradoras hasta un punto lejano de la costa), observando cómo tantísimos peces, entre ellos especies que consumimos los humanos, se alimentan de esas aguas poco salubres.

La amenaza del turismo
Foto: Ruddy Gold/ Age Fotostock

Vista aérea del Pas des Trucadors, un pequeño istmo situado en el norte de la isla de Formentera que pertenece al Parque Natural de Ses Salines. Por su belleza y sus fondos arenosos, sus playas reciben gran afluencia de turismo.

Pero hasta hace poco era todavía peor: casi la mitad de las zonas urbanas costeras de los 23 países que comparten las aguas mediterráneas carecía de plantas de tratamiento de aguas residuales, por lo que casi todos los desechos producidos por sus millones de habitantes iban a parar al mar.

El tremendo aporte de nutrientes de esas aguas provoca la aparición en el mar de voraces poblaciones de bacterias que consumen el oxígeno del agua, lo que se conoce como eutrofización.

«En Baleares hay mucho fondo marino recubierto por extensas alfombras conformadas por bacterias filamentosas con aspecto de alga. Todo lo que hay por debajo muere por asfixia», explica San Félix. Para intentar contener el avance de esas zonas muertas, Pierre-Yves fundó hace 10 años la organización no gubernamental Cousteau Divers, una iniciativa de ciencia ciudadana que invita a los buceadores anónimos (en el mundo hay unos 10 millones de submarinistas aproximadamente) a recopilar determinados datos durante las inmersiones, los cuales pueden resultar muy valiosos para hacer diagnósticos precisos. Serán necesarios, porque las amenazas en el Mediterráneo son numerosas y variadas. Como los residuos plásticos.

Snorkel entre posidonia
Foto: iStock

Contemplar una pradera de posidonia no es complicado, simplemente hace falta conocer dónde se encuentra y zambullirse en el mar.

Según un informe de 2018 de WWF, el 95 % de los desechos del Mediterráneo son trozos de plástico, que hieren, asfixian y a menudo matan a los animales marinos. Además, los fragmentos más diminutos, los microplásticos, están ya presentes en la cadena alimentaria, generando un problema de salud también a nivel humano. O el calentamiento global, que entre otras muchas cosas ha hecho de este mar un lugar idóneo para especies propias de aguas más templadas y que llegan aquí procedentes del mar Rojo a través del canal de Suez.

Según un informe de 2018 de WWF, el 95 % de los desechos del Mediterráneo son trozos de plástico, que hieren, asfixian y a menudo matan a los animales marinos

«El Mediterráneo es el mar con mayor número de especies invasoras del mundo. Hoy ya ha sido confirmada la presencia de más de 700 de ellas», explica en el documental el ecólogo marino Enric Ballesteros, investigador en el Centro de Estudios Avanzados de Blanes, del CSIC. No solo llegan aquí especies animales superdepredadoras oriundas del océano Índico, como el pez león (Pterois antennata) o la corneta pintada (Fistularia comersonii), sino que también han colonizado el Mediterráneo algas como la australiana Caulerpa cylindracea, introducida a través del transporte marino y la acuarofilia.

Diferentes especies conviven junto a la posidonia
Foto: iStock

La posidonia es esencial para el buen funcionamiento del ecosistema marino: constituye el hogar de multitud de organismos, previene la erosión en el litoral, contribuye a la depuración de las aguas, genera grandes cantidades de oxígeno en el fondo marino, actúa como sumidero de carbono...

Estas algas, como las bacterias filamentosas fruto de la eutrofización, forman un grueso tapiz que destruye las comunidades vegetales autóctonas como la posidonia. Si no detenemos el aumento de la temperatura del agua por debajo de los 2 °C, advierte Ballesteros, en un futuro el Mediterráneo occidental será un mar compuesto por especies procedentes del canal de Suez, algo que ya empieza a ser una realidad en el Mediterráneo oriental, donde la temperatura media es algo más elevada.

San Félix también entrevista a uno de los principales ecólogos marinos a nivel mundial, el investigador Carlos Duarte, quien explica que si la temperatura sobrepasa los 28,5 °C, las tasas de mortalidad de la posidonia se disparan. Lamentablemente, desde 2015 se han sucedido largos períodos en los que, a entre 15 y 20 metros de profundidad, la temperatura no baja de los 29 °C. Para las comunidades de posidonia, estresadas por los fondeos y por los vertidos de aguas sucias, esas elevadísimas temperaturas son el golpe de gracia. Si no conseguimos el escenario más optimista señalado en el Acuerdo de París, insiste Duarte, es decir, que la temperatura no suba más de 1,5 °C por encima de los valores de referencia, será difícil mantener la cubierta de posidonia en el futuro.

¿Cuál es la solución a tal cantidad de desmanes? Para Enric Sala, Explorador de National Geographic como San Félix, la clave para recuperar la salud de los océanos es la protección de amplias áreas marinas. Sala, al frente del proyecto Mares Prístinos, ha logrado ya la creación de 17 reservas marinas en todo el planeta, lo que supone una superficie protegida de unos 5.000 millones de kilómetros cuadrados que le han permitido demostrar que la conservación es un negocio fenomenal. Haciendo un símil con una cuenta bancaria, afirma que los intereses que produce una reserva marina en 10 años alcanzan, de promedio, el 600%. Es decir, que el «capital» (en este caso, la biodiversidad)se multiplica por seis, lo que favorece de forma indiscutible tanto a los pescadores como al sector del turismo.

Pérdida de biodiversidad
Foto: iStock

En los años 90 las praderas de posidonia eran vergel de biodiversidad. Sin embargo, hoy en día, en varios puntos de las Islas Baleares el destrozo que provocan las anclas de barcos recreativos han mermado la población hasta en un 40%.

Pero actualmente solo el 1% del Mediterráneo está protegido. Y eso que, según los expertos, la mitad debería estar ya preservada y la otra mitad, gestionada en consonancia con los datos científicos de que disponemos, que confirman que el 95 % de las especies comerciales está sobreexplotado, en algunos casos hasta 10 veces por encima de lo que sería adecuado.

«No Blue, no Green. No water, no life» («Sin azul, no hay verde. Sin agua, no hay vida»), suele decir en sus conferencias la veterana oceanógrafa y Exploradora de la Sociedad Sylvia Earle. Lo sabe ella y lo saben tantísimos expertos en todo el mundo. ¿Qué hay que hacer para que lo interioricen los responsables de los centros donde se toman las decisiones? Es posible que con poderosas herramientas de divulgación como el documental Salvemos nuestro Mediterráneo, nuestros gestores se den cuenta de una vez por todas de una realidad incontestable: vamos contra reloj.