Sucede con los machos de muchas especies, también con los puercoespines norteamericanos: aparearse con éxito no es tarea fácil. En el caso que nos ocupa, además, el período fértil de las hembras es muy breve. Suele acontecer una vez al año (aunque si no se queda embarazada, repetirá un mes después) y dura unas 24 horas. El resto del año, su vagina se halla sellada por una membrana. Para el biólogo Uldis Roze, profesor emérito del Queens College de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y un experto en la especie, esa membrana las protege de enfermedades.
«Estos puercoespines se alimentan de hojas y frutos en lo alto de los árboles. Al trepar, arrastran la barriga por el tronco. Si la vagina quedara abierta, estaría expuesta a contraer una infección», explica Roze. Los machos, añade, hacen gala de una estrategia similar: su pene permanece oculto en una cavidad del cuerpo, aunque pueden enderezarlo súbitamente como si se tratara de una navaja automática.
«Estos puercoespines se alimentan de hojas y frutos en lo alto de los árboles. Al trepar, arrastran la barriga por el tronco. Si la vagina quedara abierta, estaría expuesta a contraer una infección»
Días antes de que la hembra ovule, la membrana se disuelve y la vagina segrega un moco acre que, mezclado con la orina, es un señuelo irresistible para los machos. El proceso dura unos cuantos días, durante los cuales varios machos se reúnen alrededor del árbol y se pelean entre sí. El vencedor se aposentará en una rama inferior a la que se halla la hembra e impedirá el acceso a cualquier competidor. Entonces miccionará en dirección a su pretendida, y su orina, cargada de albúmina, sorteará la distancia que los separa. Cuando ella reciba esa proteica lluvia dorada, se inducirá el proceso de ovulación. Mostrará entonces sus cuartos traseros, mantendrá sus púas aplastadas contra el cuerpo y, al fin, la cópula estará servida.