Esta fue la newsletter publicada el sábado 13 de noviembre de 2021. Si no la recibiste en tu mail, apúntate gratuitamente aquí.

"Parece absurdo de todo punto suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones, pudiera haberse formado por selección natural", escribió Charles Darwin en El origen de las especies. Sin duda, si había un órgano que traía de cabeza al naturalista británico a la hora de plantear su teoría evolutiva, ese era el ojo.

Del mismo modo que Darwin se embarcó a bordo del Beagle con el cometido de cartografiar las tierras de la Patagonia, les invito a realizar otro viaje a lo largo del planeta, si bien más humilde y a bordo de estas líneas, con un único objetivo: comprender la desazón del científico inglés a la hora de caracterizar al ojo dentro de su famosa teoría de la evolución.

No hace falta viajar hasta tierras lejanas para encontrar la primera parada del viaje, pues el ojo humano es una de las herramientas más poderosas con las que contamos para desenvolvernos en el medio. Funcionan como unas lentes que interpretan la luz y la transmiten mediante impulsos al cerebro, lo que no los hace diferentes de ojos como los de los pulpos, sin ir más lejos, que cuentan con las mismas estructuras y funcionan del mismo modo, aunque cada especie los desarrollase de manera completamente independiente.

Pero los ojos, más allá de ser unas magníficas lentes que nos permiten reconocer el entorno, también son una herramienta comunicativa clave. Durante dos largos años hemos aprendido a sonreír o transmitir enfado, angustia o cariño con la mirada, preocupados por algo que no vemos pero que sabemos que está ahí. Nuestros ojos no nos han podido ayudar ante esta amenaza y era una de las cosas que más nos aterraba, pero se han adaptado para explotar su faceta comunicativa cuando la sonrisa debía pasar a un segundo plano.

Julián Velasco, un sanitario jubilado de Béjar, quiso inmortalizar las caras de sus compañeros durante la lucha contra la COVID-19.
Foto: Julián Velasco

Ojos animales

Cada ojo es una maravilla de la evolución: los de la gamba mantis, una de las criaturas más coloridas y excéntricas del mar, tienen un total de 12 receptores de colores. Podría parecer una nimiedad, pero teniendo en cuenta que el ojo humano solo cuenta con 3 receptores de colores es cuando nos damos cuenta de que están a otro nivel.

Gamba mantis (Gonodactylus smithii).
Foto: iStock

Hay ojos de todos los tamaños, colores y formas. Las águilas, por ejemplo, cuentan con dos puntos focales que les permiten mantener la vista al frente mientras que también enfocan a los laterales, pudiendo ver objetos a más de 3 kilómetros de distancia.

Hay ojos de presas, como son los de las cabras, orientados horizontalmente y que permiten la rotación, de modo que cuando el animal se agacha para pastar, los ojos quedan en una posición fija para controlar posibles ataques. No son las únicas que cuentan con esa habilidad, pues los caballos o los ciervos también cuentan con esa capacidad.

Los ojos de las cabras les permiten mantener controlado el horizonte mientras pastan.
Foto: iStock

¿Qué ventajas tiene este mecanismo? La principal es que permite un campo de visión horizontal tan amplio que prácticamente no permite los puntos ciegos salvo en una excepción: la espalda. Por eso los caballos sueltan una coz si sienten una amenaza.

En el otro extremo están los ojos de los depredadores, como los de las serpientes, los geckos o los gatos, cuyas pupilas están orientadas verticalmente y se ajustan perfectamente al modo de vida de unos animales poco acostumbrados a ser cazados. Son ideales para los acechadores, depredadores en emboscada, pues esa orientación vertical les permite regular la luz que entra dentro del ojo y así calcular las distancias con precisión milimétrica.

Los ojos de los geckos les permiten regular la entrada de luz para enfocar con precisión milimétrica.
Foto: David Liittschwager

Resulta revelador que el único punto débil que tienen los ojos de las presas sea el más desarrollado por parte de los depredadores, ¿no? Preguntémosle a Charles Darwin: “la razón me dice que sí puede demostrarse que existen numerosas gradaciones, desde un ojo sencillo e imperfecto a un ojo complejo y perfecto, siendo útil cada grado al animal que lo posea”.

Darwin consiguió apreciar los retos que le planteaban los ojos en términos evolutivos y, a pesar de que desafiaban su teoría, también se fascinó por todas y cada una de las singularidades de estos órganos tan especiales. Al fin y al cabo, solo necesitaba tiempo para observar.

¡Hasta la semana que viene!