Si existiese un premio al insecto más peculiar del mundo, seguramente los membrácidos se llevarían la palma. Cuando ves uno por primera vez, la pregunta es inevitable: ¿qué son esas cosas tan raras que le salen del cuerpo?

Muchos membrácidos presentan protuberancias llamativas, como las estructuras globulares de Bocydium sp. (arriba) que recuerdan a un helicóptero. Otros se hacen los evasivos y simulan ser espinas, hojas o excrementos de insectos. También los hay que se hacen pasar por hormigas o avispas. Cuarenta y tantas especies bautizadas, más unas 700 que aguardan a ser descritas científicamente, parecen gotas de agua de lluvia.

Estas morfologías singulares, explican los expertos en anatomía entomológica, surgen del pronoto, una sección del tórax que en otros insectos adopta la forma de un escudo en miniatura, pero que en los membrácidos, creativos donde los haya, se arquea para formar grotescas estructuras espirales o esféricas, verdaderas declaraciones públicas de su individualidad.

Estos minúsculos insectos –los más grandes tienen una longitud igual al diámetro de un céntimo de euro– viven en árboles y plantas de todo el planeta, aunque casi la mitad de las aproximadamente 3.200 especies descritas habitan los trópicos americanos. Una sola hoja de la selva ecuatoriana en la que se tomaron las fotos de este artículo podría albergar más especies de membrácidos que las descritas en toda Europa.

Insectos que comen savia

Los membrácidos pertenecen a un orden tan vasto como variopinto de insectos conocidos como hemípteros, entre los que se incluyen las cigarrillas saltadoras y las cigarras. Como otros insectos afines, están provistos de unas piezas bucales capaces de perforar los tallos de las plantas para succionar la savia. Se parecen un poco a los mosquitos en cuanto que presentan dos finísimos tubos de alimentación entrelazados, uno para absorber los fluidos y el otro para segregar la saliva que impide la coagulación de los mismos.

Dado que a menudo se conforman con alimentarse de la misma planta durante toda su vida, la mayoría de los membrácidos no constituyen una gran amenaza para los cultivos económicamente importantes. Es una de las razones por las que no se han estudiado tan a fondo como sus parientes cercanos. Esta falta de atención científica se traduce en significativas lagunas de conocimiento acerca de estos insectos; por ejemplo, se ignora a qué se deben sus sorprendentes modificaciones morfológicas.

Una hipótesis plausible es que los pronunciados pronotos les ayudan a protegerse de los depredadores. Espinas y púas advierten de que no es fácil tragárselos, y los colores vivos anuncian la presencia de toxinas. El mimetismo –el arte de aparentar ser otra cosa– también desempeña un papel defensivo. Las estructuras globulares que coronan el cuerpo de Bocydium parecen concentraciones de Cordyceps, un hongo insecticida común en los bosques lluviosos.

Pese a su aparatosidad, los pronotos son huecos y ligeros, lo que permite a sus dueños volar con una facilidad sorprendente. Y curiosamente tienen nervios y unas estructuras parecidas a pelos llamadas setas que quizá les ayuden a percibir el entorno, dice Stuart McKamey, del Laboratorio de Entomología Sistemática del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.

Muchos membrácidos presentan estructuras llamativas. Otros se hacen evasivos y simulan ser espinas, hojas o excrementos de insectos.

Aunque resulta fascinante imaginar qué información obtienen gracias a estos receptores, el principal modo de comunicación de los membrácidos pasa por hacer vibrar las plantas. A diferencia de sus primas las cigarras, que se comunican frotando partes de su propio cuerpo para producir un chirrido, los membrácidos agitan y sacuden el cuerpo para enviar señales por medio de las plantas, dice Rex Cocroft, investigador de la Universidad de Missouri. Él y otros investigadores registran estas vibraciones con una especie de micrófonos que revelan un coro de reclamos, chasquidos, gorjeos y cantos inaudibles para el oído humano.

Comunicarse para defenderse

Esta capacidad de comunicarse entre sí los ayuda a defender a su prole. A diferencia de la mayoría de los insectos, que abandonan los huevos tras la puesta, muchas hembras de membrácidos siguen presentes y vigilantes, cuidando de su descendencia hasta que las ninfas crecen y se van volando. Cuando se acerca un depredador –una chinche escudo, por ejemplo–, la ninfa más cercana da la voz de alarma agitando el cuer--po para generar un «chirrido» vibratorio. Sus hermanas perciben la vibración y la emulan, amplificando así la señal. Entonces la madre entra en acción: sale al paso de la intrusa y aletea furiosa o golpea con sus patas traseras.

A veces los membrácidos se granjean la protección de hormigas y otros insectos a cambio del jarabe azucarado que segregan como resultado de su constante ingestión de savia.

Coger un membrácido que está protegido por una guardia pretoriana de hormigas puede salir caro: «Acabas con docenas de picaduras en las manos», advierte Chris Dietrich, conservador entomológico de la Oficina de Historia Natural de Illinois. Pero la espectacular variedad de estos insectos singulares garantiza sorpresas sin fin.

«Cuando trabajas con insectos
–dice McKamey–, es como si todos los días fuesen Navidad».