Si hubiera un concurso que premiara a la especie sexualmente más fogosa de la naturaleza, sin duda este pequeño pajarillo cantor de aspecto poco llamativo conseguiría un buen puesto en el ranking. De hecho, "tiene una de las tasas de copulación más altas entre las aves", dice Jim Briskie, profesor de ecología comportamental en la Universidad de Canterbury, en Nueva Zelanda, que lleva estudiando al escribano de Smith desde hace mucho tiempo.

Las hembras y los machos de esta ave paseriforme oriunda de las tundras de Alaska y Canadá tienen la costumbre de emparejarse de forma múltiple, un comportamiento sexual que se denomina poliginandria. Para producir cada puesta, las hembras copulan con dos o tres machos distintos, los que tengan más a mano, y ellos, a su vez, hacen lo mismo con las «chicas del barrio» que se presten. "A principios de la primavera y durante un período de una semana, una hembra copulará, de media, algo más de 350 veces", añade Briskie.

"A principios de la primavera y durante un período de una semana, una hembra copulará, de media, algo más de 350 veces".

Ese frenesí copulador "da una cota, en la fase más fértil de la hembra, de hasta 5,3 copulaciones por hora con su macho favorito", apunta Trond Amundsen, profesor de comportamiento animal en la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología. Los machos, explica, "ayudan a alimentar a las crías en los nidos de las hembras con las que más se han apareado, aunque nunca sabrán con seguridad si están alimentando a sus propios hijos. Lo más seguro es que las crías sean de padres distintos". Para obtener la mayor ayuda posible, las escribanas seducen a todo aquel que se le ponga a tiro. Pero a menudo esos escarceos son en vano, porque, llegado un punto, a ellos ya no les queda esperma, por lo que se ven obligados a rechazar la proposición. Cómo es la vida… unos tanto y otros tan poco.

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