
"A veces tengo la sensación de haber escogido el campo de estudio más difícil del mundo", me dice Cheryl Knott. Estamos sentados bajo el dosel de la selva en su centro de investigación de orangutanes en el oeste de Borneo. El canto agudo de las cigarras inunda el aire y nos obliga a veces a hacer una pausa en la conversación. Mientras charlamos, el equipo de Knott trabaja con sus iPads y dispositivos GPS en el bosque circundante del indonesio Parque Nacional Gunung Palung. Siguen a los orangutanes en sus deambulaciones cotidianas, toman nota de lo que hacen, de lo que comen, de cómo interactúan con sus congéneres.
A diferencia de los gorilas y los chimpancés –otros grandes simios gregarios a los que se puede seguir y observar con relativa facilidad–, los orangutanes llevan una existencia esencialmente solitaria. Pasan la mayor parte del tiempo en las copas de los árboles, recorren distancias enormes y casi siempre habitan selvas impenetrables o tierras pantanosas que se resisten a la presencia humana. Ello explica que los orangutanes se hayan contado durante tanto tiempo entre los grandes animales terrestres más desconocidos del planeta. Hasta hace unos 20 años pesaba más la especulación que la evidencia científica, que no se impuso hasta que una nueva generación de investigadores siguió la pista de estos esquivos simios a lo largo y ancho de las islas de Borneo y Sumatra, los únicos lugares donde viven.
Knott lleva más de 20 años supervisando la investigación en Gunung Palung, donde se estudian muchos aspectos del ciclo biológico del orangután, pero centrándose de forma especial en cómo la disponibilidad de alimento influye en las hormonas de las hembras y en la reproducción. "Cuando empezamos aquí, nadie había estudiado en serio las hormonas de los primates en estado salvaje –explica–. Me decían que estaba loca".
La procreación de los orangutanes
Sus estudios revisten especial importancia porque las orangutanas solo paren cada seis-nueve años. No hay otro mamífero que espacie tanto la procreación. Y es muy posible que esa investigación arroje luz sobre la fertilidad humana; los orangutanes y los humanos somos tan parecidos que Knott usa los tests de embarazo humano normales y corrientes, a la venta en farmacias, para confirmar si las hembras están preñadas.
Como tantas veces ocurre en los bosques del Sudeste Asiático, los árboles de Gunung Palung no fructifican en absoluto –o apenas– durante la mayor parte del tiempo. Y de repente, cada cuatro años aproximadamente, varias especies arbóreas producen cantidades ingentes de frutos en un proceso conocido como vecería. Este fenómeno llevó a la investigadora a plantearse si habría alguna relación entre la abundancia de alimento y la reproducción de los orangutanes.
Knott descubrió que se podía recoger y preservar orina de orangutana en papel de filtro para hacer el análisis hormonal más tarde, y su trabajo ha demostrado que las hormonas reproductoras de las hembras alcanzan las cotas más altas justo cuando la fruta es más abundante en el bosque, una adaptación a un entorno caracterizado por pronunciados altibajos en la fructificación.
"Tiene todo el sentido del mundo –apunta la antropóloga–. En los períodos de abundancia ganan peso y acumulan reservas de las que viven cuando escasean los frutos. Cuando hay mucha comida, las hembras tienen más probabilidades de concebir".
Los investigadores que estudian hoy a los orangutanes viven una época excitante, pues el progreso tecnológico (por ejemplo, la posibilidad de usar drones para localizar y seguir animales en terrenos inaccesibles) significa que el ritmo de los hallazgos, de por sí muy superior al de hace apenas dos décadas, seguirá acelerándose casi con seguridad. Siempre y cuando, claro está, todavía queden orangutanes que estudiar en los bosques de Borneo y Sumatra.
En las décadas de 1980 y 1990 más de un conservacionista predijo la extinción de los orangutanes en estado salvaje en un lapso de 20 o 30 años. Por fortuna, se equivocaron. Hoy se sabe que existen muchos miles más de orangutanes de los que se contabilizaban en los albores del milenio.
Eso no quiere decir que su situación sea idílica. Si las cifras de población son más altas, es porque existen mejores métodos de recuento y porque se han descubierto poblaciones antes desconocidas, no porque el número haya aumentado. De hecho, la población total de orangutanes ha caído al menos un 80% en los últimos 75 años.
La población total de orangutanes ha caído al menos un 80% en los últimos 75 años.
La dificultad de investigar a estos animales queda patente cuando el científico Erik Meijaard, dedicado al estudio de las tendencias poblacionales de las dos especies, afirma que en Borneo quedan entre 40.000 y 100.000 ejemplares, sin atreverse a concretar más. Los conservacionistas de Sumatra calculan que allí solo sobreviven 14.000. Gran parte de ese declive se debe a la destrucción del hábitat, consecuencia de la tala forestal y la rápida expansión de vastas plantaciones de palma aceitera, cuyo fruto se vende para fabricar un aceite para cocinar y muchos productos alimentarios.
Orangutanes sacrificados en Borneo
Y todavía hay otro factor. Un informe de 2013 firmado por investigadores de primer nivel advertía de que hasta 65.000 orangutanes han podido ser sacrificados en Borneo durante las últimas décadas. Algunos de ellos cazados por su carne por personas que luchan a diario por sobrevivir; otros, abatidos a tiros porque estaban saqueando cultivos… o protegiendo a su prole. Por sus rostros expresivos y adorables, las crías de orangután son artículos de gran valor en el mercado negro de mascotas, tanto en Indonesia como en el extranjero, adonde llegan ilegalmente desde Borneo o Sumatra. Las hembras protegen a sus bebés con tal celo que la manera más fácil de hacerse con un pequeño es matar a la madre, con lo que se perpetra una tragedia doble porque, además, aniquila a los descendientes que esta habría podido tener.
En centros de recuperación como International Animal Rescue, muy cerca de Gunung Palung, la llegada constante de orangutanes huérfanos demuestra que la matanza continúa siendo un problema grave. Más de 1.000 orangutanes viven hoy día en centros de recuperación, y aunque el objetivo es devolver el mayor número posible a la selva, enseñar a las crías a sobrevivir en la naturaleza es una misión tan difícil como incierta.
Los orangutanes se enfrentan a todas estas amenazas justamente cuando el reciente boom investigador revela las sorprendentes variaciones que existen en su genética, en su estructura física y en su conducta (en la cual se incluyen rudimentos de desarrollo "cultural" que podrían ayudarnos a comprender nuestra transición de monos a humanos).
Por sus rostros expresivos y adorables, las crías de orangután son artículos de gran valor en el mercado negro de mascotas
Durante siglos los científicos creyeron que todos los orangutanes conformaban una única especie, pero los conocimientos adquiridos en los últimos 20 años han llevado a los investigadores a considerar que el orangután de Sumatra y el de Borneo son especies diferentes, ambas en peligro crítico de extinción.
Sorprendentemente se ha descubierto que una población recién localizada en un lugar del oeste de Sumatra llamado Batang Toru tiene más afinidad genética con los orangutanes de Borneo que con el resto de las poblaciones de Sumatra, resultado quizá de distintas oleadas de migración hacia las islas desde Asia continental.
Según algunos investigadores, los orangutanes de Batang Toru difieren tanto de sus congéneres que constituyen una tercera especie. Con apenas 400 individuos, viven bajo la amenaza de un proyecto de presa hidroeléctrica que fragmentaría su hábitat y abriría la zona a mayores intrusiones humanas, entre ellas la caza furtiva.
Es más, varias poblaciones de Borneo se consideran hoy subespecies independientes en razón de las diferencias que presentan en la estructura física, en las vocalizaciones y en las adaptaciones al entorno. La diversidad de los orangutanes va incluso más allá: existen diferencias cuyos orígenes siguen escapando a la comprensión científica.
Desde su alta rama del dosel de la selva de Sumatra, un gran macho de orangután llamado Sitogos salta hasta el tronco de un árbol seco y, valiéndose de sus 90 kilos de peso, lo sacude hasta partirlo por la base. En el último momento, brinca a una rama cercana mientras el árbol cae hacia mí con enorme estruendo. Los orangutanes son muy dados a hacer estas cosas cuando se enfurecen.
Sitogos, que significa "el fuerte" en batak, la lengua que se habla en el noroeste de Sumatra, me mira fijamente y, haciendo honor a su nombre, sacude la rama que ase y emite un reclamo gutural y borboteante. Extendiendo los brazos hasta exhibir por entero sus dos metros de envergadura, se mueve de rama en rama valiéndose de manos y pies. Una hembra joven, Tiur ("optimista"), va tras él, acercándosele cada vez que él da un salto. Mucho más menuda y de complexión más delicada, insiste en perseguirlo pese a su indiferencia. Se acomodan juntos en una rama, donde empiezan a comer flores y a romper frondas de helechos caliciformes para beber el agua que contienen. Cuando Sitogos se inclina hacia delante, Tiur le acicala la espalda.
En algún momento no hace demasiado tiempo, Sitogos experimentó una transformación asombrosa. Durante años había tenido una complexión poco mayor que la de Tiur. De pronto, cuando la testosterona inundó su cuerpo, desarrolló una impresionante musculatura, un pelo más largo, protuberancias en las mejillas y un enorme saco gular que amplifica sus bramidos.
Los investigadores ven algo más que una mera conducta animal cuando observan a los orangutanes
La sibarítica escena que se desarrolla en el dosel forestal –las atenciones que Sitogos recibe de Tiur y la posibilidad de aparearse con ella y con otras hembras– es la recompensa a su transformación física, pero también ha de pagar un precio por ese cambio. De algún lugar distante llega la llamada de otro macho. Sitogos se yergue, paralizado, y empieza a avanzar en dirección a su rival.
El desarrollo físico de los orangutanes
Los machos de muchas especies experimentan cambios físicos importantes al madurar, pero en el caso de los orangutanes el proceso es especialmente intrigante. No todos desarrollan la misma corpulencia, las protuberancias faciales y el saco gular que exhibe Sitogos. Muchos conservan un físico menudo hasta bien entrada su madurez sexual y se transforman años después que otros congéneres. Algunos no se desarrollan en toda su vida. El mecanismo que gobierna esta divergencia, denominada bimaturismo, constituye uno de los mayores misterios de la zoología.
En los bosques del norte de Sumatra, solo un macho dominante plenamente desarrollado ejerce el dominio sobre un grupo de hembras del lugar. Muchos machos de la zona mantienen el tamaño corporal reducido y no desarrollan protuberancias faciales, lo que les evita las confrontaciones que se producen cuando varios machos intentan imponerse a la vez (o las pospone hasta que los rezagados den la talla). Para los machos más menudos, la única posibilidad de transmitir sus genes es vigilar desde la periferia, fuera del alcance del jefe, y anotarse una cópula clandestina cuando surja la ocasión.
En Borneo, en cambio, casi todos los machos desarrollan protuberancias faciales. Se mueven por áreas más amplias y no hay un único macho controlando un grupo de hembras. Para ellos, la mejor manera de aparearse es hacerse fuertes y competir, lo que se traduce en más lesiones.
En un sendero no muy lejos del centro de investigación de Knott me topo con pruebas de esas confrontaciones. Un orangután llamado Prabu está sentado en las ramas más altas de una higuera estranguladora. De vez en cuando mira hacia abajo, y es entonces cuando le veo una herida reciente en la frente y que le falta un trozo del labio inferior. Salta a la vista que ha estado en una pelea, pero ¿la ha ganado o la ha perdido?

Mientras observo, Prabu se yergue y emite la potente cadena de sonidos conocida como llamada larga: un popurrí vibrante y complejo de rugidos hondos y aullidos borboteantes capaz de salvar más de un kilómetro de selva. Por lo general la llamada larga de los machos dura menos de un minuto, pero Prabu se explaya durante más de cinco. Sangrando, pero desafiante, sigue proclamando su poder, para información tanto de sus rivales como de posibles parejas sexuales.
Algunos científicos creen que la dicotomía entre los machos de orangután obedece en parte a las diferentes historias geológicas de Sumatra y Borneo. Sumatra es más fértil que Borneo, donde el suelo –antiguo y muy meteorizado– carece de fitonutrientes y donde muchos bosques experimentan los ciclos de abundancia y escasez propios de los árboles veceros, lo que conlleva períodos de carestía. Los orangutanes de Sumatra no tienen que moverse demasiado para encontrar alimento; además, la densidad de hembras es más alta. Ello permite que los machos se asienten en una zona reducida y desarrollen asociaciones. El entorno de Borneo, más pobre, da pie a un sálvese quien pueda en el que los individuos se desplazan por zonas más amplias, aprovechando la más mínima oportunidad de comer y aparearse.
Esto podría explicar por qué el desarrollo de las características del macho dominante varía de una isla a otra, pero al mismo tiempo plantea una pregunta mucho más compleja.
"¿Cómo sabe un macho de Sumatra que si desarrolla protuberancias faciales pero no se impone como jefe le espera un historial de apareamientos muy poco exitoso?", se pregunta Carel van Schaik cuando lo entrevisto en la Universidad de Zúrich, en Suiza, donde él y sus colegas han publicado decenas de artículos científicos sobre los orangutanes de Sumatra y de Borneo.
La respuesta a la pregunta de Van Schaik, lógicamente, es que el macho no lo "sabe" en el sentido humano. "No es algo que puedan aprender –dice este primatólogo holandés–. Tiene que haber un cambio, la sensibilidad a ese cambio tiene que ser diferente para cada población, y tiene que ser algo genético".
Seguimos sin saber qué es lo que desencadena el desarrollo masculino, en parte por el mismo factor que complica la investigación sobre orangutanes en tantos sentidos: la enorme dificultad que entraña el estudio de estos simios.
La cultura de los orangutanes
Además de su diversidad fisiológica, los orangutanes muestran diferencias de conducta cuya transmisión entre individuos y entre generaciones les granjea con toda legitimidad la denominación de "cultura".
"En uno de nuestros centros hemos oído una vocalización que usan las madres para tranquilizar a sus crías –me cuenta Maria van Noordwijk, investigadora del equipo de Zúrich que estudia los cuidados maternales entre los primates–. La llamamos chirrido gutural. Teníamos una hembra que al día siguiente de parir ya estaba emitiendo ese sonido, que nunca habíamos oído salir de su boca. Claramente es algo que aprendió de su madre".
"Teóricamente en los primates no existe aprendizaje vocal –dice Carel van Schaik–. Sin embargo, a no ser que le atribuyas un origen genético, y creemos que no es el caso, lo más probable es que sea algo cultural. Los orangutanes no usan la voz como los humanos, pero la comprensión, el aprendizaje y la imitación de los sonidos están ahí".
Los investigadores ven algo más que una mera conducta animal cuando observan a los orangutanes. Al fin y al cabo, esos científicos (igual que usted y que yo) tomaron un desvío ínfimo en la autopista evolutiva de los grandes simios por la que también transitaban sus sujetos arborícolas. Detrás de las notas de campo y de los datos estadísticos subyace una pregunta: ¿qué pueden contarnos los orangutanes sobre nosotros mismos?
Descifrar todos los secretos codificados en el cerebro y el cuerpo de estos grandes simios a quienes nos une un cercano parentesco significa preservar el espectro completo de adaptaciones. "Si cada grupo es único, no basta con decir que los protegeremos en unas zonas concretas", advierte Knott. La desaparición de una población dada frustra cualquier oportunidad de aprender de sus adaptaciones culturales y ambientales únicas.
Visito a Marc Ancrenaz, quien desde 1996 dirige un proyecto de investigación y conservación del orangután en el río Kinabatangan, en Sabah, un estado del nordeste de Borneo. Aquí, cientos de orangutanes viven en un estrecho corredor de hábitat degradado que corre paralelo al río, entre poblados ahogados por un mar de palmas aceiteras. Los retazos de bosque que sobreviven no tienen nada que ver con la "selva virgen" que solemos asociar con los orangutanes.
"Preferiríamos un bosque primario, pero esto es lo que hay –me dice Ancrenaz–. Hace 20 años la ciencia daba por sentado que los orangutanes no podían sobrevivir fuera de la selva primaria. Lo que hallamos aquí fue una sorpresa. ¿Cómo puede haber orangutanes donde se supone que no pueden vivir?".
Ancrenaz se cuenta entre los investigadores que ven en el paisaje alterado por el hombre un factor esencial para la supervivencia del orangután. "Creo que es el futuro de la biodiversidad", dice.
La salvación de los orangutanes
En el oeste de Borneo, Knott ha fundado una organización que trabaja con las comunidades locales para desarrollar medios de vida alternativos y sostenibles, reducir la tala ilegal y la caza furtiva y educar en la conservación en las zonas que rodean el Parque Nacional Gunung Palung. En la misma línea, Ancrenaz ha implantado programas de educación para la conservación en las escuelas y comunidades de Sabah, tratando de articular la coexistencia de humanos y naturaleza. Emprende proyectos conjuntos con los habitantes de las márgenes del Kinabatangan y les ayuda a ganar dinero de los orangutanes y otras especies mediante el ecoturismo e iniciativas parecidas. Cifra sus esperanzas en que les interese la supervivencia de la fauna. "Las aldeas remotas son el frente de batalla de la conservación de la fauna –declara–. Si no incorporamos a la población local en nuestros proyectos, no lograremos nada".
Para que los orangutanes sobrevivan con su diversidad actual, Gobiernos y colectivos conservacionistas deben tomar decisiones competentes sobre la ubicación de reservas, cómo gestionarlas y cómo utilizar unos recursos limitados. Tienen que encontrar el modo de que las especies coexistan con las personas en dos islas que experimentan una constante reducción del hábitat.
"Veo a mucha gente que intenta trabajar por la conservación con el corazón, con los sentimientos, lo cual es estupendo –dice Ancrenaz–, pero la conservación tiene que cimentarse en una ciencia sólida. El objetivo de los investigadores es producir mejores conocimientos, comprender mejor la ecología y la genética del orangután. A partir de ahí solo resta aplicar esos conocimientos para influir en la gestión del territorio y en las comunidades. Ahí es donde funciona la conservación".
En los bosques de Borneo y Sumatra los orangutanes siguen comportándose como dictan millones de años de evolución. Algunos de los misterios de sus vidas ya se han desvelado. Lo que aprendamos a partir de ahora dependerá de que fructifique la alianza entre ciencia y conservación, en busca de respuestas sobre el vínculo entre los humanos y unos simios que tanto se nos parecen.
"Como científica se espera de mí objetividad –dice Knott cuando hablamos en su campamento, perdido en lo más profundo de la selva de Borneo–. Pero también soy humana, y esa conexión es la que me ha traído hasta aquí".