Cuando hace muchos años viajé por primera vez a África, a Zimbabwe, lo hice, como muchos de mis compatriotas, con un rifle en las manos. Yo era un cazador obstinado: el objetivo de mi viaje era un leopardo, el trofeo más envidiado de los llamados «Cinco Grandes» (león, elefante, búfalo, rinoceronte y leopardo). Pero cuando por fin localicé a «mi» presa y apunté, quedé tan fascinado por su belleza que me fue imposible disparar. Ya más sosegado, dejé el rifle a un lado, cogí la cámara y empecé a hacer fotos. Como si de una muestra de agradecimiento se tratara, un par de leopardos permaneció durante horas frente a mi cámara. En vez de salir huyendo, decidieron «posar» para mí. Me quedé observando y fotografiando aquellas hermosas criaturas sin el menor deseo de retomar el arma, sin ansia de trofeos.

Me prometí no volver a disparar un rifle y me convertí en un cazador de imágenes. Jamás me he arrepentido de aquella decisión: fue mi nacimiento como fotógrafo. Descubrí que observar la vida salvaje es mucho más interesante que aniquilarla. ¿Dónde está la recompensa del cazador? Ve a la presa durante unos instantes, después aprieta el gatillo y ahí se acaba todo. El fotógrafo, sin embargo, puede emplear días, semanas o meses estudiando cuidadosamente los hábitos del animal y esperando que se presente la ocasión de un disparo único e irrepetible.

«El África salvaje ya no existe –me dijo una vez mi guía–. Sólo quedan pequeños enclaves donde todavía puede verse una vida salvaje genuina. La razón es simple: la población crece y los hábitats de la gran fauna africana son ocupados con rapidez por los seres humanos.» Uno de esos hábitats intactos lo constituye el delta del Okavango, en el noroeste de Botswana. El Okavango es uno de los pocos ríos del mundo que desembocan en un delta interior, sin salida al mar, lo que crea un conjunto natural de humedales poblados de cañas de carrizo y alfombrados de innumerables islotes, arroyos y canales de agua dulce y fresca, esencial para todo organismo viviente.

Un ciclo periódico de inundaciones y sequías convierte este rincón de África en un lugar inapropiado para la vida humana, pero óptimo para la fauna. En el mo­­mento de máxima inundación, cuando el río Okavango se desborda en invierno por el enorme aporte de agua de lluvia recibida en las tierras altas de Angola durante el verano, la superficie del delta puede llegar a alcanzar 25.000 kilómetros cuadrados, reduciéndose a menos de 9.000 en la estación seca. Para muchos fotógrafos de na­­turaleza que trabajan en África, el delta del Okavango es como un hogar. Así es para los legendarios Dereck y Beverly Joubert, estudiosos de los grandes felinos africanos, que han vivido durante los últimos 25 años en el Okavango. Ellos fueron quienes me recomendaron esta tierra como el mejor lugar para fotografiar leopardos.

Mi cambio de actitud hacia los animales coincidió con los cambios ocurridos en la propia África. En mis primeros viajes al continente negro, un número considerable de puntos turísticos se dedicaban por completo a los safaris de caza, y mucha gente todavía hoy piensa en África como en la tierra que aniquila sin escrúpulos el preciado patrimonio que constituye su fauna. En los últimos años, sin embargo, las cosas han cambiado, y lo han hecho a mejor. Muchos propietarios de parques privados y algunas instancias gubernamentales se han dado cuenta de que es mucho más rentable recibir en los campamentos a visitantes con cámaras fotográficas que con rifles: de este modo, un solo león puede ser «vendido» infinitas veces sin causar daño alguno a su salud. Es más, en África es cada vez más difícil encontrar lugares donde contratar un safari de caza tradicional, y, sinceramente, me alegro de ello. Se comenta que el Gobierno de Botswana tiene intención de prohibir totalmente la caza.

Cuando me preguntan cuál es el mejor sitio para contemplar la fauna africana, mi respuesta es siempre la misma: la isla de Mombo, el edén de África, una de las áreas pantanosas en la parte oriental del delta del Okavango. En las fértiles llanuras de inundación y en los bosques de acacias hay una gran abundancia de alimento y de vegetación que atraen a toda criatura viviente. Mombo, al igual que la isla Chiefs, forma parte de la llamada Reserva Natural de Moremi.

Hasta la década de 1970 era una región apenas explorada. En el año 1984 se creó el primer campamento de caza, llamado Mombo, pero su funcionamiento como tal duró muy poco. En 1991 fue vendido a sus actuales propietarios, quienes pronto lo convirtieron en un centro para el turismo de safaris fotográficos. Hoy es uno de los más populares y prestigiosos de África.

La principal razón de que Mombo sea un paraíso ecológico es el agua. Hay suficiente durante todo el año, por lo que todos los animales, desde herbívoros hasta depredadores, tienen alimento. En Mombo han fijado su territorio cinco manadas de leones, cuya población es de entre 85 y 90 individuos. Los leopardos, probablemente cinco veces menos numerosos, son mis favoritos.

Botswana es un paraíso para los fotógrafos. Las reservas naturales y los parques nacionales de Kenya o Tanzania, con sus interminables caravanas de vehículos todoterreno avanzando estrictamente por las rutas autorizadas por los reglamentos, recuerdan a veces un gigantesco parque zoológico. Además, allí existe la prohibición de circular de noche, aunque es sabido que la vida salvaje en África se muestra con todo su esplendor a partir del momento en que el sol se oculta en el horizonte.

Por el contrario, en los parques de Botswana uno tiene total libertad de movimiento, en cualquier dirección, en cualquier momento; y hay una importante limitación en cuanto al número de vehículos en el interior del parque. Aquí es fácil estar a solas con la fauna: sólo tú y los leopardos. Con cada viaje siento que las imágenes son mejores, pero queda tanto por fotografiar. Por eso regreso a África una y otra vez.

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