Ver el tiempo. Eso es lo que intento cuando, tras captar una secuencia de imágenes, procedo a combinarlas en una sola para plasmar el vuelo de las aves y convertirlo en una ornitografía. Trabajo en este proyecto desde hace años, inspirado por mi admiración por la na­­tu­raleza, en especial por las aves, a las que vengo observando desde que era pequeño y acompañaba a mi abuelo a dar largos paseos por el delta del Llobregat. De algún modo, está relacionado con las cronofotografías que se hacían en el siglo XIX, esas secuencias de imágenes fijas que capturaban escenas en movimiento.

Pero, al contrario que estas, a mí no me interesa mostrar las sucesivas fases del movimiento descrito por el vuelo de una determinada ave, sino que busco justo lo opuesto: pretendo que entre foto y foto no haya espacio, para que el resultado final no sea la figura de esas aves, sino una forma orgánica, diferente y única. Además, mientras que las cronofotografías tenían un enfoque científico, mi motivación es artística: surge de mi inquietud por captar aquellos momentos que nos pasan desapercibidos por esa cualidad que mejor define al tiempo: es imparable, imposible de detener.

Pero ¿cómo sería la realidad visible si tuviésemos otra percepción del tiempo? Creo que si fuéramos capaces de ralentizar nuestra capacidad visual, veríamos el vuelo de las aves como muestran estas ornitografías. Cada una de ellas está formada por una media de entre 200 y 600 imágenes, que obtengo con cámaras de cine de alta resolución que me permiten tomar hasta 60 fotografías por segundo.

Me interesan particularmente las especies cuyo patrón de vuelo genere un dibujo interesante, como los flamencos cuando vuelan en formación de V, o las grandes aves, como buitres o cigüeñas, que vuelan en círculos mientras ascienden aprovechando las corrientes térmicas. Pero también aquellas que muestran patrones de vuelo caóticos, como los vencejos. Sus frenéticos vuelos me empujan una vez más a paralizar nuestra efímera existencia.