Rojo, amarillo, negro, azul. Caño Cristales exhibe una auténtica paleta de colores a su serpenteante paso por un paraje excepcional, el Parque Nacional Natural Sierra de La Macarena. Este territorio, ubicado en el departamento del Meta, en el centro de Colombia, recobra la calma después de largos años de conflictos armados que lo han mantenido inaccesible al público hasta su reapertura, hace apenas cuatro años.
Todo empezó a mediados del siglo pasado, cuando miles de campesinos se asentaron aquí tras ser expulsados violentamente de su tierra natal y se desató un pulso por la tierra que acabó degenerando en una lucha entre fuerzas gubernamentales, grupos paramilitares y narcotraficantes que se prolongaría durante décadas. Pero el parque ha abierto sus puertas de nuevo, y lo ha hecho con la intención de convertirse en uno de los destinos ecoturísticos más importantes de Colombia.
La región alberga el 25 % de los bosques tropicales y el 15% del agua dulce del planeta
Y es que esta tierra, por la que discurre Caño Cristales, es única, tanto por su biodiversidad y el alto número de endemismos que alberga, como por ser uno de los lugares con más solera geológica del planeta. A caballo entre el piedemonte andino y la selva amazónica, esta serranía situada a 150 kilómetros al sur de Bogotá se originó hace 1.200 millones de años. Forma parte del escudo guayanés, una inmensa formación rocosa que se extiende por Colombia, Venezuela, Brasil, Guyana, Surinam y Guayana Francesa, calificada como una de las zonas más antiguas de la Tierra. Y una de las más ricas en diversidad de especies, que encuentran en esta extensa región el 25 % de los bosques tropicales y el 15% del agua dulce del planeta.
Aquí, en esta sierra antediluviana, salpicada de mesetas abruptas, con paredes verticales y cimas planas, denominadas tepuis, y multitud de abrigos inexplorados llenos de pinturas rupestres, Caño Cristales es conocido también con otras denominaciones más poéticas, como «el río de los cinco colores» o «el río que escapó del Paraíso». No importa que durante la mayor parte del año sea una simple corriente de agua que desciende por los recovecos de las rocas y los saltos con mayor o menor fuerza a tenor de las lluvias imperantes. Lo que hace a este caño (denominación local que hace referencia a los ríos de corto recorrido) distinto y singular es que durante unos tres meses al año ofrece una auténtica explosión cromática.
El espectáculo empieza en julio, cuando las precipitaciones torrenciales propias de la estación lluviosa aminoran y el nivel de agua desciende. Es entonces cuando se gestan las condiciones ideales para que una de las especies vegetales que habitan bajo sus aguas, una fanerógama acuática y endémica llamada Macarenia clavigera, florezca y se torne extremadamente vistosa, con multitud de hojas de un tono entre rojo y fucsia que ondean bajo el agua como la cabellera de una ninfa. La floración alcanza su máximo esplendor entre septiembre y noviembre. La especie exhibe ese color tan intenso gracias a los carotenoides, unos pigmentos típicos de los organismos fotosintéticos que protegen las plantas de la oxidación y de los rayos UVA y que se activan a medida que la radiación solar incide sobre la planta de forma más directa, debido a la merma del cauce. Luego, en noviembre, cuando las aguas se secan, la planta entra en su fase reproductiva, durante la cual el parque cierra temporalmente.

«Hace algunos años que oí hablar de Caño Cristales por primera vez, pero entonces La Macarena era un territorio peligroso y conflictivo al que no era recomendable viajar –explica el fotógrafo Olivier Grunewald, autor de las imágenes de este reportaje–. Luego la situación mejoró, social y económicamente, y decidí que había llegado el momento de visitar este lugar primigenio y peculiar.» Grunewald voló hasta Bogotá y desde allí viajó unas cinco horas en coche hasta Villavicencio, donde un pequeño aeroplano lo trasladó a La Macarena. Una vez allí, realizó un tramo en barca, otro en todoterreno y, finalmente, anduvo unas horas hasta alcanzar su destino.
«Es un paisaje increíble, parece irreal, nunca antes había visto nada parecido –reconoce el fotógrafo–. Los colores forman una combinación de tonos rojos, verdes y amarillos que destacan sobremanera bajo el intenso azul del cielo, y el agua discurre sobre arena dorada y curiosas formaciones rocosas esculpidas por la erosión. No es de extrañar que haya sido descrito como uno de los lugares más bonitos del mundo.»
El río es un símbolo medioambiental de la nación, un lugar donde confluyen la Orinoquia, la Amazonia y el Bosque Andino
Cierto. Caño Cristales suele aparecer en esos listados que enumeran los «rincones que hay que ver antes de morir». Aunque es un río de corto recorrido –apenas un centenar de kilómetros–, está lleno de saltos, pozas y cascadas que aumentan el impacto visual que ya de por sí causan las tonalidades de este lugar, un lugar que poco a poco parece ir recuperando la paz perdida.
«En la localidad de La Macarena llamaba la atención observar las calles, llenas de militares y policías. Pero tanto ellos como los lugareños se nos acercaron para charlar, contentos al ver extranjeros en sus tierras. Hoy el ambiente es tranquilo. Sin duda la gente está deseosa de dejar atrás esos años tan difíciles», cuenta Grunewald. El Gobierno también trabaja para lograrlo, y por eso promociona Caño Cristales y el Parque Nacional Natural Sierra de La Macarena, creado en 1971, como una de las principales rutas ecoturísticas del país. Según palabras del Ministerio de Medio Ambiente de Colombia, el río es un símbolo medioambiental de la nación, un lugar donde confluyen la Orinoquia, la Amazonia y el Bosque Andino, y una de las áreas de interés ecológico más antiguas de América del Sur.
Quizá por eso habite aquí una de las aves vivientes más primitivas, el hoatzín, a la que le gusta anidar en árboles próximos a los cursos de agua. Pero el parque también es morada de osos hormigueros, jaguares, pumas y venados, varias especies de primates, multitud de reptiles y anfibios y miles de invertebrados. Curiosamente, lo que no veremos en las claras aguas de Caño Cristales son peces. No los hay, porque en estas aguas exentas de sedimentos no encontrarían alimento.
Una peculiaridad más de este recóndito territorio que se consolida hoy como un destino turístico al alza. Un lugar que inicia una nueva etapa y que aspira, sobre todo, a implantar un rotundo cambio en el uso de la tierra: algunas de las pistas forestales que las FARC construyeron para transportar coca se utilizan hoy para que los turistas accedan a un río que, para muchos, parece huido del mismísimo Paraíso.