69 fotógrafos, 46 países, 15 meses y una misión: rendir homenaje a la vida salvaje y los espacios naturales de un continente que es más famoso por su larga historia y por sus monumentos que por la conservación de la naturaleza. Pero como señala Staffan Widstrand, uno de los directores del proyecto: «La vida salvaje se está recuperando debido a los cambios políticos y de estilo de vida. Casi el 20 % del territorio de Europa goza hoy de algún tipo de protección, y se está produciendo una gran transformación a medida que los europeos abandonan el campo para establecerse en las ciudades.
Así pues, la fauna está recuperando terreno y convirtiéndose en una parte más vital de la experiencia europea». Esta selección de fotografías es la prueba de su afirmación. Junto con otras miles de imágenes más, todas ellas son la culminación del proyecto Maravillas de la Vida Salvaje de Europa -Wild Wonders of Europe-, una ambiciosa expedición fotográfica al corazón salvaje de un continente civilizado.
Maravillas de la Vida Salvaje de Europa
Europa es un continente más bien pequeño que ocupa una superficie de algo más de 11 millones de kilómetros cuadrados, lo que equivale aproximadamente al 2 % de la superficie de la Tierra. Desde los primeros asentamientos humanos hasta la actualidad, la transformación del territorio ha sido incesante, especialmente tras la revolución industrial, cuando nuestros antepasados dieron el pistoletazo de salida a una carrera hacia un crecimiento necesario pero sin límites.
Se está produciendo una gran transformación a medida que los europeos abandonan el campo para establecerse en las ciudades
Hoy, recién iniciado el siglo XXI, el Viejo Continente alberga una de las primeras potencias económicas mundiales, la Unión Europea, y su mapa geopolítico se encuentra estructurado alrededor de unas 50 naciones. A pesar del decrecimiento demográfico detectado durante los últimos tiempos, la población humana alcanza ya los 735 millones de individuos. Por todos es sabido que la trayectoria meteórica en pos del progreso no ha estado exenta de secuelas. Aunque algunos tildan esas consecuencias de efectos colaterales inevitables, otros abogan por un cambio radical de modelo que permita una sociedad sostenible a largo plazo. Un modelo que vele, entre otras cosas, por la salvaguarda de una biodiversidad que, como en casi todo el resto del planeta, a lo largo de los últimos siglos se ha visto seriamente diezmada.
Actualmente Europa es, junto con Asia, el continente más densamente poblado del planeta, y también el más urbanizado. Sobre todo el territorio en el que se asienta la Union Europea, donde más de una cuarta parte del suelo ya está construido. Por citar sólo un par de datos, entre los años 1990 y 2000 se urbanizó una superficie de más de 800.000 hectáreas, tres veces la extensión de Luxemburgo, y en el litoral mediterráneo el 50 % del territorio ya está edificado. Según la Agencia Europea de Medio Ambiente -AEMA-, si se mantiene esta tendencia, dentro de un siglo la superficie urbanizada se habrá duplicado, lo que según este organismo es totalmente insostenible e irreversible en términos prácticos.
Otros usos del suelo acaparan también enormes superficies, como la agricultura intensiva, que en la UE abarca aproximadamente el 40 % del territorio. No quedan apenas áreas naturales intactas, y gran parte de la superficie forestal original ha desaparecido.

En Europa hay hoy unos 193 millones de hectáreas de superficie forestal, el 80 % de las cuales se halla en suelo de la Federación Rusa. En todos los países europeos (menos en la citada Rusia) existe una tendencia al alza (un 7 % de aumento entre 1990 y 2005, y en España es donde esa tendencia es más acusada) debido a la expansión natural del bosque, a las plantaciones forestales y al abandono de las tierras agrícolas. Pero en lo referente a los bosques primarios, los remanentes son irrisorios: si excluimos los de Rusia, sólo los hay en el 4 % de la superficie forestal del continente, un porcentaje que se halla repartido entre Escandinavia y los Cárpatos, y que está muy por debajo del de la media de los bosques mundiales, que ronda el 27 %.
En lo referente a los bosques primarios, los remanentes son irrisorios
En resumen, el salto vital cualitativo realizado desde la época preindustrial hasta hoy nos ha costado muy caro, y seguimos pagándolo: en Europa hay unas 200.000 especies de fauna y flora contabilizadas, de las cuales casi 600 están amenazadas. ¿Las causas? Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza -UICN -, en el 99 % de los casos estas contingencias están provocadas por las actividades humanas. La Lista Roja de especies amenazadas confeccionada por dicha organización confirma unos datos preocupantes. Entre ellos, que de las 231 especies de mamíferos presentes en el continente, un 15 % está en peligro, al igual que ocurre con el 19 % de las 151 especies de reptiles, el 23 % de las 85 especies de anfibios y el 13 % de las 524 especies de aves descritas.
Sin embargo, y a pesar de todo, nuestro Viejo Continente todavía alberga una rica y variada biodiversidad. Por sus regiones mejor conservadas aún campan emblemáticos representantes de la fauna salvaje, como osos pardos y polares, lobos, renos, bisontes, ciervos, cabras monteses o linces, y por nuestras aguas navega una gran variedad de cetáceos, además de escualos y tortugas marinas, por citar algunos de los animales más populares. El impacto de las actividades humanas sobre el medio natural decrece de oeste a este, y por el momento (aunque habrá que esperar a ver cómo se desarrolla el crecimiento económico en los países con economías emergentes) las áreas mejor preservadas se hallan en el sudeste europeo, en especial en la península de los Balcanes, Hungría y Rumania, y también en las zonas más montañosas del Mediterráneo y de la Europa más templada.
Según el Señales AEMA 2009, el informe que publica anualmente la Agencia, las principales amenazas para la biodiversidad proceden de la fragmentación del hábitat, la desecación de humedales, la represa de ríos en beneficio de la agricultura, la sobrepesca en los mares, la introducción de especies exóticas, la sobreexplotación de recursos, la contaminación y los efectos del cambio climático. Conscientes de ello desde hace más de 20 años, y en especial desde la Cumbre de Río de Janeiro de 1992, las políticas de conservación europeas están dirigidas a paliar los daños causados en nombre del crecimiento económico, algo bastante difícil de implementar en una sociedad que mayoritariamente parece creer en un progreso infinito.
En el territorio de la Unión Eropea, donde están ubicados los países más industrializados del continente, es también donde en consecuencia se han gestado las leyes más estrictas para tratar de salvaguardar lo que queda. Aunque una miríada de leyes y normativas conforman la política conservacionista europea, dos ejes principales la vertebran: la Directiva de Aves, del año 1979, y la Directiva de Hábitats, de 1992. La primera aboga por la conservación a largo plazo de todas las especies de aves silvestres de la UE, identifica 200 especies y subespecies amenazadas que necesitan una especial atención y obliga a los estados miembros a designar las denominadas Zonas de Especial Protección para las Aves, o ZEPA.

En paralelo, la Directiva de Hábitats persigue la protección del resto de las especies silvestres y de sus hábitats y considera que alrededor de 200 tipos de hábitats, 300 especies animales y casi 600 especies vegetales son de interés comunitario. Por ello establece la necesidad de protegerlos y obliga a que se adopten las medidas necesarias para mantenerlos o devolverlos a un estado favorable de conservación. Cada uno de los estados miembros de la Unión Europea determina sus Zonas de Especial Conservación, o ZEC, y establece los planes de gestión oportunos para combinar su conservación a largo plazo con las actividades socioeconómicas.
Con todas las ZEC se está constituyendo el principal instrumento para la conservación de la naturaleza en la UE, la red ecológica europea conocida como Red Natura 2000, que también incluye las zonas de protección especial designadas de acuerdo con la Directiva de Aves.
Por ahora, protege el 18 % del territorio de los 15 países que eran miembros de la UE en 2004. Los 12 nuevos estados miembros incorporados tras las últimas ampliaciones de la Unión Europea todavía están decidiendo cuáles serán sus zonas de protección. ¿La finalidad? Asegurar la supervivencia de las especies y los hábitats más amenazados de Europa y detener la pérdida de biodiversidad ocasionada por el impacto adverso de las actividades humanas. Quizá gracias a estas leyes y a un cambio de mentalidad imperiosamente necesario, el lince ibérico, el oso pardo, la foca monje, la tortuga boba, el salmón atlántico, la mariposa doncella de Nickerl, el guión de codornices, el calderón común o la salamandra, por enumerar algunas de nuestras especies más amenazadas, sigan siendo habitantes europeos.
Y no es sólo por «ellos». Es también por «nosotros». Como afirma la responsable de la AEMA en el editorial del Señales de 2009, Jacqueline McGlade, «no existen sociedades sin medio ambiente, pero sí que existen ambientes sin sociedades».