Las hay de todos los tipos, tamaños y formas. Las vemos ahí arriba, suspendidas en el cielo, moviéndose de un lado al otro, cambiando de color y en ocasiones incluso dejándonos algún chaparrón. Las nubes son básicamente vapor de agua condensado en forma de gotitas líquidas en la atmósfera (o heladas si estamos a suficiente altura). Han sido bautizadas con todo tipo de nombres y se clasifican en función de su altura como nubes bajas, medias, altas y de desarrollo vertical. Dentro de estas tenemos los cirrus, los cumulus, los estratus y decenas más. Pero ¿quién les puso estos extraños nombres por primera vez?
Los orígenes de su bautizo se remontan al Londres de 1802. Allí vivía Luke Howard, farmacéutico del siglo XIX al que le dio por mirar más al cielo que por realizar fórmulas químicas para su empresa de medicamentos.
Howard nació en 1772 y desde pequeño decidió seguir los consejos de su padre y dedicarse al oficio familiar: boticario. Desde su infancia se había interesado por el cielo londinense, un cielo en el que el paso de nubes era muy habitual. Además, vivió el año de 1783, un año excepcional, con bruscos cambios de tiempo en Europa y que impresionaron al científico. Se pasaba el día observando y analizando lo que veía en el cielo y aunque carecía de formación al respecto, su gran vocación dio lugar a una poderosa contribución a la ciencia: la primera clasificación de nubes.
El padrino de las nubes
Pero en realidad, un francés empleado del Museo Nacional de Historia Natural de París, Jean-Baptiste Lamarck ya las había clasificado un año antes. ¿Su error? Hacerlo en francés. Howard utilizó el latín para bautizarlas con el fin de que los términos pudieran usarse en cualquier lugar. De este ingenioso modo, en 1802, presentó en la Askesian Society una conferencia titulada Sobre las modificaciones de las nubes y un año después se publicó un ensayo sobre su clasificación de las nubes que fue difundido por todo el mundo. En él se clasificaban las nubes en tres formas básicas: cirrus (fibras o pelos), cumulus (conglomerados o acumulaciones) y stratus (estratos o capas) pero además estableció ciertas combinaciones entre ellas. Todo esto le valió para hacerse con el titulo de “el padrino de las nubes”.
Tal fue su influencia después de esta publicación que tuvo admiradores de la talla de Goethe, una de las mayores personalidades de la Europa intelectual.
Howard utilizó el latín para bautizarlas con el fin de que los términos pudieran usarse en cualquier lugar
Durante el siglo XIX se fue completando esta clasificación y en 1896 se finalizó el primer Atlas Internacional de Nubes. Hoy en día se conocen decenas de géneros de nubes con nombres, apellidos y dobles apellidos. Las posibilidades son mucho más amplias desde que la tecnología nos invadió y las últimas nubes que la Organización Meteorológica Mundial ha añadido a esta clasificación han sido las nubes volutus o morning glory, las asperitas, cavum o fluctus.
Mar Gómez, ElTiempo.es