Septiembre es el mes de huracanes por excelencia. Climatológicamente hablando más del 90% se producen después del 1 de agosto, por lo que finales del verano y comienzos del otoño representan la época óptima para el desarrollo de estos sistemas en la zona tropical. En 2018 Florence, un huracán de categoría 4 sobre 5 impactó en las costas del este de Estados Unidos dejando cuantiosos daños personales y materiales en la zona. Pero este huracán no se desarrolló solo en aguas atlánticas, sino que le acompañaron otros cinco sistemas, alguno de ellos incluso se dirigió hacia Europa. Al mismo tiempo, en el Pacífico, Filipinas recibió el impacto del tifón Mangkhut, de categoría 5 con vientos sostenidos de más de 200 km/h.

Tanta actividad no debería sorprender, teniendo en cuenta que septiembre es un mes de alto desarrollo de ciclones tropicales, pero es bastante inusual que hasta ese momento la temporada había sido muy poco activa y en cuestión de días aparecieron hasta nueve ciclones a lo largo de todo el trópico.

Aproximadamente el 60% de los ciclones tropicales y el 85% de los huracanes más intensos nacen en África

Cómo se forman los huracanes

Para poder comprender este fenómeno es necesario saber cómo se originan los ciclones tropicales. En el caso de los que se generan en el Atlántico -los conocidos como huracanes- la mayor parte de ellos tienen su punto de partida en uno de los lugares menos imaginables: África. Aproximadamente el 60% de los ciclones tropicales y el 85% de los huracanes más intensos nacen en este continente.

En la región más occidental, frente a las islas de Cabo Verde, comienzan a gestarse muchas de las tormentas que posteriormente darán lugar a estos impresionantes fenómenos meteorológicos. En esta región se une el aire seco y cálido del Sahara con el frío y húmedo del Golfo de Guinea. Esta confluencia de vientos genera las llamadas ondas tropicales, zonas de bajas presiones relativas que se mueven hacia el oeste en los trópicos, creando tormentas.

Sin embargo, para que tormentas como estas se conviertan en huracanes necesitan “alimentarse” y “nutrirse”, algo que consiguen al desplazarse sobre aguas más cálidas que favorecen la evaporación y posterior formación de nubes.

Cuando la zona del Atlántico tropical está más fría de lo normal durante los meses de verano existen menos huracanes en dicha época. Sin embargo, en el momento en que empiezan a calentarse las aguas se genera el caldo de cultivo perfecto para la gestación de los huracanes. Cuando dicho calentamiento de la superficie del Atlántico (y del trópico en general) se produce repentinamente la actividad de ciclones dispara, como ocurrió el año 2018. Evidentemente no es el único requisito para que puedan desarrollarse, pero sí es uno de los más importantes.

La importancia del cambio climático

Aunque no existe un consenso sobre si el cambio climático provocará un aumento en el número de huracanes, se espera que los próximos años las temperaturas del agua del mar sigan aumentando y que esto pueda intensificar sus impactos, aunque no su frecuencia.

Algunos análisis recientes concluyen que los huracanes de mayor categoría formados en la cuenca Atlántica han aumentado su intensidad en las últimas décadas y no se descarta que en un futuro sus efectos puedan ser más devastadores. Habrá que esperar a los datos registrados en 2019 y los consecuentes registros, pero las expectativas no son muy halagüeñas.

Mar Gómez, ElTiempo.es