Hoy en día el panda gigante es conocido y apreciado en todo el mundo, pero no siempre ha sido así. Endémico de China, apenas aparece mencionado en los textos antiguos. Los occidentales supieron de él por primera vez cuando, en 1869, el misionero francés Armand David, de viaje por China, vio su característica piel blanca y negra y compró un ejemplar muerto a unos cazadores locales. La primera descripción científica oficial de Ailuropoda melanoleuca (literalmente, "pata de gato en blanco y negro") es de un zoólogo parisino.
En 1929 el Museo Field de Chicago exhibió dos pandas disecados, donados por Theodore Jr. y Kermit, hijos del 26º presidente estadounidense. Con la ayuda de unos oficiales de la provincia china de Sichuan, llevaron el primer oso panda abatido por un hombre blanco a la recién creada Sala Asiática del museo. El hecho motivó expediciones similares financiadas por otros museos.
El interés por sacar de China un ejemplar vivo fue en aumento, y en diciembre de 1936 una cría salvaje llamada Su-Lin partió en barco desde Shanghai dentro de una cesta de mimbre; la transportaba Ruth Harkness con un permiso de exportación que ponía: “Perro, $20”. Harkness, una dama de la alta sociedad de San Francisco, se había enamorado del animal, al que alimentó con biberón durante su viaje por China, para luego venderlo al Zoo de Brookfield, en Chicago. Ahí se desató de inmediato la pandamanía: más de 53.000 visitantes asistieron a la exposición el día de la inauguración. Y la manía perdura. Hoy, por lo menos 20 zoos fuera de China presumen de pandas gigantes (durante un tiempo China los regalaba a otros países; ahora el Gobierno los alquila por parejas por un millón de dólares anuales y mantiene la propiedad de las crías nacidas fuera del país). Los nacimientos y muertes de los pandas llenan titulares en todo el mundo; los vídeos en la red se vuelven virales.
La cámara que seguía a la nueva cría de panda en el Zoo Nacional de Washington, D.C., tuvo casi 14 millones de espectadores antes de que el animal cumpliese seis meses. Esta devoción tiene una explicación científica. Cuando miramos a un oso panda, nuestro subconsciente se ve afectado por lo que la biología del desarrollo llama la neotenia: la retención de ciertas características infantiles en la edad adulta. La ternura de su rostro y su comportamiento, similar al de un bebé, estimulan nuestra producción de oxitocina, una hormona que nos provoca sentimientos de amor y protección.