Salimos de clase, volvemos a casa, miramos el móvil (de media 4 horas al día y subiendo), sonreímos sin demasiada satisfacción, dormimos sin cargar demasiada energía, estudiamos sin demasiada certeza de nada y así podríamos seguir, viviendo sin tener demasiada vida alrededor.

El mundo no es un lugar fácil. Todos tenemos sueños que nos es muy difícil alcanzar. Absolutamente todos tenemos tanto de lo que sentirnos atemorizados y lo entiendo, da miedo. Si mis padres, que llevan años trabajando, por la noche llegan a casa y les oigo susurrar entre ellos que tienen miedo de perder su trabajo la semana que viene porque lo que necesita el mundo cambia cada dos por tres... Si mis padres no pueden salvar ni su puesto de trabajo, ¿entonces qué esperanza hay para mí? ¿En qué universo voy a poder salvar nada si la máxima social es el ‘sálvese quien pueda’? ¿Qué sentido tiene siquiera intentarlo cuando sabes que lo tienes todo en tu contra...? Y sin embargo...

Me pongo a pensar y me vienen a la cabeza generaciones que también estuvieron contra las cuerdas. Y no claudicaron. Siguieron luchando, arriesgando y sacrificándolo todo por el bien común y por dejar un mundo mejor que el que lamentablemente se encontraron incluso sabiendo que había una posibilidad muy grande de que no lo consiguieran. Pienso en todos los que combatieron con los Aliados para que las generaciones siguientes pudieran vivir en libertad, pienso en Nelson Mandela y pienso en Maya Angelou, pienso en Escipión plantándole cara a Roma, pienso en David enfrente de Goliath, pienso en la fuerza de voluntad infinita de Rafa Nadal y pienso... ‘No es más que lo que me ha tocado vivir. Se pueda o no se pueda, es que es la batalla que me ha tocado librar’.

La batalla de mi generación, proteger al planeta Tierra. Reinventar nuestro mundo y reestructurar la manera en la que hacemos las cosas. Es una batalla contra el egoísmo y la ambición desmedida pero es la batalla que nos ha tocado luchar. Ya no nos podemos permitir el lujo de volver de clase para mirar el móvil por mero pasatiempo, es un privilegio que no nos podemos permitir. Levanta la cabeza. Ya no podemos seguir viviendo así, actuando por inercia, no nos lo podemos permitir. Ya no se puede seguir diciendo ‘mañana empiezo a reciclar’, ‘la ecología tiene color político’ o ‘yo solo no voy a cambiar nada’. Simplemente, no nos lo podemos permitir. Aunque nuestro bolsillo se pueda permitir más ropa o un teléfono nuevo todos los años, el mundo os garantizo que no. Frenemos y pensemos.

Nuestra generación, ahora, es esencial para ser un punto de inflexión para el planeta. Es nuestra batalla a disputar, no hay más. Necesitamos educarnos y replantearnos la manera de consumir, de vivir, de pensar... ¡todo! Pausar el ritmo porque no hay planeta B. Somos esenciales porque es la última llamada para replantearnos nuestros hábitos. La hora de ser crítico contigo mismo es ahora. Ya. Tempus fugit.