“Empecé a contrarreloj la carrera del sobrevivir”, cantaban Rosendo y Fito. No sé a ustedes, pero a mí me parece un verso que ilustra bastante bien nuestra situación actual. Con un solo matiz, que nosotros seguimos en la línea de salida; y eso que el pistoletazo sonó hace ya mucho.
En nuestra particular carrera, la meta es la salvación del planeta. Él, en todo su conjunto, debe ser salvado. Así de primeras, suena un poco megalómano, pero no seré yo quien critique la megalomanía en el activismo; nada mejor que una utopía por la que luchar. Ahora bien, la solución a un reto como este debe ser el resultado de muchas medidas y acciones que se centren en cada uno de los órganos que componen nuestro querido y maltrecho planeta.
Resulta que uno de nuestros órganos vitales por excelencia, si no el principal, es el océano. Así, en singular, porque al fin y al cabo es una única masa de agua, en flujo constante, en perpetuo movimiento. Ocupa el 70% de la superficie del planeta, alberga a más de 250.000 especies conocidas y absorbe el 31% del CO2 emitido a la atmósfera.
Más allá de la estadística, tampoco debemos olvidar la conexión entre humano y océano a lo largo de la historia. Y es que el homo sapiens, por muy mamífero terrestre que sea, erige sus civilizaciones lo más cerca del agua que le sea posible. Según la ONU, en la actualidad, el 67% de la población vive a menos de 400 kilómetros de la costa, y cientos de millones de personas, en su mayoría de baja renta, centran su principal actividad económica en el mar. Como siempre, los que menos tienen serán los que más pierdan si una catástrofe sacude su medio de vida.
Incluso hasta nuestras tradiciones, supersticiones y creencias ha llegado el aroma a salitre. Y es que a lo largo y ancho de los cinco continentes, la mar nunca ha dejado de estar presente en el imaginario común. Le hemos dedicado dioses casi omnipotentes, a su alrededor hemos hecho crecer mitos y leyendas atemporales, y lo más importante, la hemos convertido en referente de la libertad, de la vida sin ataduras, refugio de una felicidad que se nos escapa en tierra firme.
Con todo esto, se hace muy difícil ignorar que sus aportes al funcionamiento de nuestro hábitat son inconmensurables, y su relación con nuestra historia, innegable. Aun así, lo que durante milenios fue comensalismo, hace tiempo que se convirtió en parasitismo. La solución pasa por actuar conjuntamente. Los gobiernos del mundo ni deben, ni pueden seguir mirando hacia otro lado. Se hacen más necesarios que nunca los acuerdos internacionales con medidas y compromisos reales, sin concesiones a las grandes potencias, y sin dejar a nadie atrás. Porque si nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, por favor, no nos arrebaten el destino. Déjennos ser parte de él, déjennos ser océano, déjennos ser roca, espuma y sal.
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Este es uno de los trabajos ganadores o finalistas del II Concurso de Redacción Periodística para Jóvenes de National Geographic España y RBA Libros, dedicado a los océanos. Aquí podéis consultar la lista completa de los trabajos premiados y seleccionados por el jurado.