Venecia, Nueva York, Shanghai, El Cairo, Melbourne… todas estas ciudades, y muchas otras más, quedarán sumergidas en el agua tras el ascenso del nivel del mar de 66 metros, tal y como los científicos vaticinan, provocando el hundimiento de los hogares de 800 millones de personas Y todo ello a causa del mismo aliciente: el cambio climático.

Desde la Revolución Industrial, a principios del siglo XIX, se comenzó a tener sospecha de que el planeta estaba sufriendo cambios y, a día de hoy, estos se están acrecentando a un ritmo vertiginoso a causa de la acción humana. Para paliar esta situación, se firmó el Acuerdo de París, que supuestamente debía ser un tratado internacional cuyo objetivo era limitar el calentamiento global. No obstante, un grupo de expertos ha contrastado que menos del 20% de los países que lo han firmado se encuentran en el camino de efectuarlo. Una vez más, son más necesarios los hechos que las palabras. De no ser así, la Tierra ya no podrá soportar dichas alteraciones, cosa que derivará en su degradación y posterior destrucción.

En este contexto, el planeta comenzará a dar signos de agotamiento que se traducirán en sequías y procesos de desertificación. España se sitúa a la cabeza de dicho riesgo, cuyo 75% del territorio se encuentra en grave riesgo de desertificación y el 6% ya sufre secuelas irreversibles. En consecuencia, la temperatura de los países aumentará. Por ello, todo el mundo pasará a vivir en una “caldera” durante todas las estaciones del año.

Por otra parte, en 2019 estalló en China una epidemia que derivó en una gran pandemia, persistente hoy en día, pero el planeta la agradeció. Durante el confinamiento general disminuyeron los niveles de todo tipo de contaminaciones. Según un estudio publicado en la revista Nature Climate Change se mostró que las emisiones diarias de CO2 se redujeron en un 17% a nivel mundial. Todo ello se tradujo en la reaparición de delfines en los canales de Venecia; los jabalíes volvieron a pasear por los parterres barceloneses; los hocofaisanes tomaron Cancún y la Riviera Maya. Y todo esto ¿no nos da qué pensar?

Bien es cierto que la situación actual es, cuanto menos, desalentadora, pero somos tú y yo, nosotros, los jóvenes, somos el futuro. Los que con nuestra tenacidad salvaremos el planeta. Seremos los futuros ingenieros que, con nuestras herramientas, construiremos nuevos coches alimentados a base de hidrógeno para reducir las emisiones de CO2 o desarrollaremos nuevas energías, como la fusión nuclear, para evitar la contaminación del medio. En definitiva, somos la generación que marcará el futuro del planeta porque, por mucho que no lo queramos oír, solo quedan dos opciones: supervivencia o destrucción, y ambas están en nuestras manos.

Pero hay algo que se nos escapa, algo que no somos capaces de comprender. Durante millones de años la Tierra ha subsistido de manera normal y esto es debido a que los seres humanos no somos necesarios para el planeta, sino que nosotros dependemos de él.