El nuestro es el tiempo del después. Después de la abundancia, la masificación de producción, la especulación, la sobreexplotación de recursos, el consumo masivo; después de la desconexión y desprotección de lo más real y próximo a lo que somos. Después, secuelas. ¿Cómo podemos ver claro a través de los discursos apocalípticos y los escenarios dantescos, los “hemos agotado el tiempo”, “no hay vuelta atrás” o “es demasiado tarde”? ¿Cómo podemos luchar ante una amenaza que nos nubla la vista frecuentemente?

La naturaleza reacciona y nos habla con un temblor extraño. Según el Índice Planeta Vivo Global 2020, el impacto ambiental de la sobreexplotación de recursos naturales ha culminado (entre otras consecuencias) en la desaparición del 68% de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces. Los informes de Global Footprint Network declaran que necesitaríamos 1,7 tierras si quisiéramos sustentar nuestro modelo de vida actual. Hemos jugado a ser gigantes que avanzan a zancadas. Pero la Tierra no tiene la capacidad regenerativa a la que la hemos sometido, no accede a entrar a nuestro juego. La humanidad ha desafiado al que ha sido su hogar y amparo desde hace miles de años a través de un sistema que alimenta las desigualdades estructurales y que permite la distribución dispar de la riqueza y los recursos. Un modelo económico insostenible en sí mismo que afecta comunidades débiles, especies en peligro de extinción, sistemas de vida sostenibles y modelos de producción locales. Se necesitan nuevas visiones. Visiones presentes y atrevidas. Alternativas que puedan crear redes de ayuda y colectividad.

Somos la primera generación cuyo futuro no está garantizado, la primera que debe librar una batalla a contratiempo a favor de la prosperidad. Hemos decidido mirar y tomar un rol activo en la era del cambio, aceptar que hace falta aprender del pasado si queremos mantener una visión digna hacia delante. Los jóvenes de hoy son los líderes del futuro, y hace ya tiempo que accedimos a ser el cambio generacional que dice basta: organizaciones lideradas por jóvenes como Zero Hour o Fridays For Future sirven como inspiración a miles de adolescentes para tomar acción a favor del planeta. Porque un conflicto puramente humano solo puede resolverse con algo que nos lleva acompañando desde los millones de años de nuestra historia universal: la fe en el progreso, la confianza en la mejora; la delicada confortación en saber que podemos ser mejores. Elegimos serlo porque únicamente de ese modo conseguiremos restablecer las manecillas del reloj.

Exponía Marina Garcés frente a la Fundación Cesar Manrique en 2019 que “más que imponer límites, la tarea de nuestro tiempo es aprender que somos finitos”. El nuestro es el tiempo del después, pero el verdadero cambio solo necesita una pieza: el ahora.