La vida se mide en gotas de agua. Si no fuera así, ¿por qué sería esta la sustancia por excelencia en busca y captura en todas y cada una de las prometedoras expediciones que aterrizan en nuevos planetas? Solo entendemos la vida cuando hay agua para sostenerla, y por ello la buscamos en cada nuevo horizonte. Es, tal y como explica la NASA, el primer y elemental ingrediente para la vida.

Así pues, despreocuparse de la salud del agua es el aterrador sinónimo de despreciar la vida. Por ello, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió en 2015 incluir el abastecimiento y saneamiento del agua entre los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) recogidos en la Agenda 2030.

El margen para lograr las mejoras propuestas es cada vez más estrecho, y tampoco los datos estadísticos publicados en 2021 son precisamente favorables. El informe de las Naciones Unidas más reciente expone que un total de 129 países no están consiguiendo el progreso esperado. Una cifra como esta confirma que el planeta no alcanzará el objetivo marcado para 2030 sin la aplicación de medidas estrictas y prácticamente utópicas con las que duplicar la velocidad del avance sostenible.

Para los afortunados que nos topamos con agua potable al abrir un grifo, imaginar un mundo sin este recurso es complicado, incluso imposible. Es, sin embargo, la realidad desoladora del 26% de la población global. Un 46% ni siquiera cuenta con instalaciones de saneamiento seguro, poniendo así en peligro la salud de prácticamente la mitad de la humanidad. La higiene, tal y como la OMS divulgó tras el inicio de la pandemia por COVID-19, es esencial en la prevención de enfermedades y está, lógicamente, íntimamente relacionada con el uso del agua.

Acostumbrados a escuchar que la Tierra se compone de agua en proporciones abrumadoras (un 71% según el Servicio Geológico de Estados Unidos), descubrir que sanearla y abastecer a la mitad de sus habitantes es un objetivo inalcanzable en la actualidad es incongruente y suena distópico.

Aunque el cambio real esté en manos de cambios gubernamentales, políticas de gestión de recursos hídricos, infraestructuras y colaboración internacional, la ciudadanía no tiene por qué quedarse de brazos cruzados. No, nuestra generación se negará a vivir entre la espera y la esperanza.

La divulgación y las pequeñas acciones de uso responsable del recurso hídrico a nuestra disposición son nuestras aliadas: utilicemos las redes sociales para concienciar sobre la problemática, sumémonos a las campañas celebradas el 22 de marzo (Día Mundial del Agua) y el 19 de noviembre (Día Mundial del Retrete) y, por supuesto, reduzcamos el uso innecesario de agua en nuestras rutinas y hogares.

En un planeta inundado, garantizar la salubridad del agua es clave para la preservación de la vida tal y como la conocemos. La alternativa es, paradójicamente, ahogarnos sin agua.