National Geographic (NG): Gustavo, justamente acabáis de volver de la Cordillera de nuevo. ¿Cómo ha sido este último regreso al lugar donde ocurrió el accidente aéreo en 1972?
Gustavo Zerbino: Acabo de bajar de la cordillera. Fui con Canessa a agradecerle al arriero, a la familia del arriero que los encontró el 20 de diciembre de 1972 tras su larga caminata y que ya murió. Pero fuimos a agradecerle a los pilotos de los helicópteros y a toda la gente que estuvo involucrada en aquello. Y bueno, festejamos los 50 años con un partido de rugby, que es lo que unía parte del grupo que viajábamos.
NG: El rugby es uno de los ejes de esta historia. ¿Qué significaba para vosotros?
Gustavo Zerbino: Bueno, yo fui al colegio Christian Brothers pero como fui muy antiautortario y rebelde me convertí en el primer ex alumno, ya que me echaron a los nueve años. Pasé al colegio de los jesuitas Sagrado Corazón y me puse a jugar al rugby en el colegio y bueno, cuando fueron a Chile en el 71 yo no fui porque estaba trabajando en una organización que se llama Castores de Emaús por ayuda mutua, haciendo casas para las personas que vivían en barrio marginales en ciudades.
Así que a ese viaje no pude ir. Para el segundo viaje que se organizó en 1972 ahí pude viajar porque estaba en la Comisión Directiva. Con 19 años jugaba en la Primera División del club. Y contratamos un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya para hacer el viaje a Chile.
NG: ¿Imagino que el rugby al final era como un punto de encuentro de amigos, además del hacer deporte la actividad física no era ya también un poco la unión del grupo de amigos, no un poco como porque tú ya estabas en la universidad y habías dejado el colegio, pero seguías practicando el rugby con el equipo de la escuela?
Gustavo Zerbino: Por supuesto. Alumnos del colegio fundamos el Old Cristians, que son ex alumnos. Yo estaba en primero Facultad de Medicina, estaba estudiando, en esa época había estudiado tres meses psicología médica, estadística y biología celular. Y con eso solo tuve que ser médico en la cordillera con Canesa, que había estudiado seis meses más de anatomía, así que sin ningún conocimiento tuve que rebuscarme y hacer lo mejor que podíamos para nuestros amigos, pues todos estaban heridos o tenían problemas de salud.
Empresario y conferenciante de éxito, Zerbino explica que el mayor legado de la experiencia en Los Andes es que le ha permitido ser feliz con plenitud.
NG: ¿Cómo era llevar esta responsabilidad de saber que apenas sabes nada, pero que a ti te miran como médico? ¿Cómo era sentir esa responsabilidad y si pudiste llegar a ejercerla o no lo mejor lo que esperaban de ti?
Gustavo Zerbino: Primero éramos todos amigos, íbamos el mismo colegio, vivíamos en el mismo barrio, jugamos al mismo deporte y teníamos la misma religión, éramos todos católicos, así que había valores y principios comunes, y ellos me conocían bien.
Y en la cordillera estás en un modo que no tienes recursos del mundo exterior, estás abandonado, estás solo, despojado de todo conocimiento y apoyo exterior, por lo tanto ahí el ser humano tiene una capacidad ilimitada de conectarse con toda la información que tiene su interior y que aparece en los momentos que son necesarios. Así que no era médico pero teníamos el conocimiento universal acumulado y era como si supiéramos, porque sin dudar movíamos las manos, hacíamos cosas, poníamos todo nuestro amor para que las cosas funcionaran. Y como los compañeros no tenían a nadie mejor que yo se sentían satisfechos.
Había una mujer maravillosa, que era Liliana Methol, la mujer de Javier que fue una mujer mujer que nos dio mucho amor, mucha ternura, mucha contención y tenía como 20 años más que nosotros, pero nos daba calma serenidad. Hacía que imperara más el respeto entre nosotros. Si tenías algún dolor o algo te ponía la mano así como una madre, decía no tienes nada y ya te ayudaba mucho. Nos ayudó mucho con el apoyo emocional.
NG: Tú formaste parte de una de la primera expedición que salió para intentar buscar los restos de la cola del avión en el que viajabais y que se estrelló. Es sorprendente lo pronto que os activasteis para buscar soluciones, a pesar de lo arriesgado.
Gustavo Zerbino: Nosotros estamos esperando el rescate el mundo exterior. El capitán Marcelo Pérez Castillo nos tenía a todos tranquilos, en actitud de trabajo en equipo, de cuidarnos, porque fuera del avión era muy peligroso. Había un glaciar, con temperaturas de 30º y 40º bajo cero. De día, si no había ni una sola nube nos poníamos a 40 a 35 grados de calor, que era muy fuerte, estamos por encima y por debajo de donde había vida. A los 10 días, con dos radios que arregló Roy Harley escuchamos la noticia que se había suspendido la búsqueda y entonces en la radio dijeron que iban a volver 4 meses después a recoger los cadáveres. Yo me revelé a ser un cadáver y en la mañana siguiente a las 6 de la mañana me levanté con Numa Turcatti y Daniel Maspons mirando por dónde salíamos.
A los 10 días, con dos radios que arreglamos escuchamos que se había suspendido la búsqueda y que iban a volver 4 meses después a recoger los cadáveres
NG: ¿O sea que esa fue la motivación, el saber que os habían abandonado?
Gustavo Zerbino: Sí, porque hasta ese momento contábamos con el rescate del mundo exterior y después nos dimos cuenta que nadie nos iba a rescatar. Y ahí nos pudimos conectar con nuestro máximo potencial físico mental y espiritual y decidimos dar el todo por el todo. No teníamos nada que perder, nos habían dado por muertos y éramos un cadáver, o sea que mientras tanto teníamos que vivir y hacer por ensayo-error todas las pruebas posibles para llevarle la contra al locutor de la radio que dijo que íbamos a estar muertos en cuatro meses.
NG: En aquella expedición primera que pasáis la noche al raso sin haberlo esperado, estuvisteis de nuevo al borde de la muerte… ¿No las veíais como misiones suicidas?
Gustavo Zerbino: No había nada que arriesgar, estábamos rodeados de muerte. Nuestros amigos eran estatuas de hielo, eran bancos, eran las mesas. La vida era acción, movimiento, rebeldía, hacer esas cosas era la única posibilidad que tenías enfrentar dignamente la adversidad que vivíamos, con la ilusión y la esperanza de vivir. No era suicida, suicida era quedarte quieto, no hacer nada. Había que tener el valor, la fe de atravesar el miedo y pasar al otro lado de la zona de confort. Me di cuenta que hay un mundo maravilloso para descubrir y hay que animarse a ir a buscar qué es lo que hay, pero no con una actitud suicida sino con una actitud de esperanza, de que tal vez del otro lado la montaña encontremos verde, encontremos vida, porque de este lado no había absolutamente nada.
El día que recogieron a los últimos 8 supervivientes de la Cordillera, el 23 de diciembre de 1972, la madre de Gustavo Zerbino subió al helicóptero sin permiso. No estaba dispuesta a volver a separarse de su hijo después de pasar más de dos meses pensando que podía estar muerto.
NG: ¿Crees que fue determinante el hecho de ser un equipo? Y no solo un equipo deportivo, sino también de rugby, que lo asociamos a un tipo de deporte más limpio, más deportivo…
Gustavo Zerbino: Nuestra historia no es una tragedia, aunque tiene muchísimo tragedia por toda la gente que murió. Y tampoco es un milagro, aunque tiene mucho milagro, por todo lo que logramos hacer, rompiendo todos los límites de la supervivencia, los manuales que había hasta el momento. Porque justamente como no conocíamos los límites, nos animamos a ir más allá de lo que la mente dice. Nosotros éramos un grupo de amigos, por eso nuestra historia es una historia de amor, de amistad, de solidaridad y de vocación de servicio. De personas que vivieron en el mismo barrio y eran amigos, iban al mismo colegio, tenían la misma religión y jugaban al mismo deporte. Nosotros en la cordillera queríamos vivir: primero tienes que querer, después tienes que creer que lo vas a poder lograr, y lo único que produce resultados en la vida son las acciones, tienes que hacer lo que se requiera, lo necesario, lo que haga falta sin excusas. Y eso es lo que hicimos en la cordillera, porque no teníamos nada que perder.
Pero teníamos un objetivo solo, que era vivir. Y como éramos un equipo, en 73 días y 73 noches a 4.000 metros de altura, a temperaturas bajo cero no se murió de frío ni una sola persona, no se nos gangrenó ni un dedo por congelación, ni las orejas, ni los pies, ni la nariz. Todo eso que parece imposible en las condiciones que estábamos lo logramos, porque nosotros nos preocupamos por el que teníamos enfrente. Yo te empezaba a friccionar tus pies para que tus pies se calentasen y la sangre volviera caliente a tu cuerpo. Yo te cuidaba a ti, vos me cuidabas a mí: eso fue con lo que nosotros estuvimos siempre comprometidos.
NG: ¿Hubiese funcionado igual si el accidente de 1972 hubiera ocurrido con un grupo más heterogéneo?
Gustavo Zerbino: No me gusta extrapolar porque no es una experiencia de laboratorio, pero que tengamos los mismos valores, los mismos principios, la misma cultura y ser un grupo homogéneo es lo que hoy buscan las empresas para que los proyectos tengan éxito. Y sobre todo un objetivo común. La visión que teníamos y la misión era la misma, sobrevivir y estar al servicio de los demás sin límites en la entrega, y eso fue lo que nos funcionó.
No había nada que arriesgar, estábamos rodeados de muerte. Nuestros amigos eran estatuas de hielo. La vida era acción, movimiento, rebeldía.
NG: ¿Cómo se gestionaban los momentos de debilidad mental? Cuando alguien pensaba ‘no puedo más, me dejo morir…’
Gustavo Zerbino: Porque desde el principio tuvimos muy claras las reglas. Construimos una sociedad solidaria, los bienes pertenecían a la comunidad y las normas aparecían y desaparecían por sí solas. La primera norma que nunca fue escrita pero que no se podía romper era que estaba prohibido quejarse. Al que se quejaba no le hablabas, no le dabas agua, no le dabas de comer y no le masajeabas los pies hasta que decía perdón y empezaba de vuelta. Porque todos teníamos frío, todos teníamos hambre y miedo. Era algo negativo. Para romper el silencio había que agregar valor: contar un chiste, tener una buena idea. Muchas veces contábamos el plato maravilloso que hacían nuestras madres, cualquier plato exquisito que íbamos a comer cuando salgamos de la montaña, por lo tanto no era para extrañarla, sino que se convertía en una zanahoria en el futuro que cuando salgamos de la montaña. Y eso te mantenía la mente ocupada, con una ilusión de algo que ibas a probar mañana, y salías de ahí por un rato, proyectando en el mañana.
Había que transformar los problemas en oportunidades y había que ser parte de la solución, y todo eso lo aprendimos porque cuando el caos es total solo se puede organizar. Solo se queja la gente que está bien la gente que está mal aprieta los dientes y sale para adelante, entonces el rugby también es eso, es un deporte que somete al estrés al otro equipo. Te enseña que tienes que levantarte solo una vez más que las veces que te caes y que tienes que aceptar la realidad tal cual es, como el árbitro que se equivoca no quiere decir que no tengas razón, sino que no hay que perder tiempo en protestar. Tienes que seguir concentrado en hacer lo correcto por los motivos correctos, y eso en la montaña es la mentalidad de un equipo. Ya lo teníamos incorporado.
NG: ¿Descubriste algo de ti mismo que no sabías?
Gustavo Zerbino: Yo siempre digo que el que fue el tomate volvió tomate, y el que fue banana volvió banana. Nosotros le mostramos al mundo como a pesar de la diversidad y de ser todos distinto pudimos lograr la unidad. También el rugby te lo enseña desde muy pequeño. Al rugby puede jugar el gordo, el flaco, al alto, el pequeño, el rápido, el lento… Hay lugar para todos, es un deporte muy democrático. Y en la cordillera tuvimos que dar nuestra mejor en cosas que podían ser útiles al equipo, y te ofrecías a esa función. Carlitos Páez rezaba el rosario y tapiaba el avión, Harley se encargó de las comunicaciones y la radio, Roberto y yo hacíamos la parte de salud, Fito Strauch era muy creativo. Después teníamos a personas como ‘Coche’ Inciarte, que era una persona que contaba cuentos y te mantenía la atención y el buen ánimo. Parrado era la actitud permanente: se le murió la madre y la hermana y él quería levantarse e irse todos los días. Había estado en coma y lo teníamos que parar, convencerle de que teníamos que organizarnos, prepararnos, hacer guantes, lentes, bastones, cuerdas. Porque en la primera expedición aprendimos que casi nos morimos congelados. A mí se me aflojaron los dientes, volvimos perdiendo 12 kilos en una noche. Y nos dimos cuenta que había que hacer un saco de dormir, botas para caminar en la nieve, etc. Seguimos de los fracasos y errores, fuimos experimentando hasta encontrar la mejor manera como funcionar.
En la primera expedición aprendimos que casi nos morimos congelados. A mí se me aflojaron los dientes, volvimos perdiendo 12 kilos en una noche.
NG: ¿Qué o quién fue tu mayor apoyo? ¿Qué te hacía seguir invirtiendo tantas fuerzas en sobrevivir?
Gustavo Zerbino: Yo era prácticamente la única persona que conocía a todos, era como el nexo de unión. Conocía a los que jugaban al rugby y a los que no. Y después, durante toda mi vida, tuve una gran vocación de servicio y siempre fui muy rebelde, o sea que yo funciono muy bien frente al estrés y los problemas. Cuando se cayó el avión en la primera plana del diario de mi país decía ‘el héroe del bowling viajaba en el avión’. Cuando yo tenía 17 años, los Tupamaros volaron un bowling, y no entraban los bomberos, no entraban los médicos, y como yo escuchaba gritos y el fuego salía por la ventana me metí adentro y saqué a cinco personas. Toda mi vida he reaccionado así frente a ese tipo de situaciones. Yo en la montaña estaba preparado siempre para afrontar lo que fuera.
Y en los Andes también conservé el buen humor y colaboraba en todo lo que podía. Cuando me venían pensamientos raros trataba de expulsarlos por medio de la meditación o rezando a la Virgen María, haciendo como un mantra. En la cordillera rezamos el Ave María todas las noches por tres motivos: primero, para agradecerle a la Virgen o para pedirle fuerzas para un día más; segundo, para que en la oscuridad de la noche ningún pensamiento negativo nos colonice la mente. Porque al rezar el rosario era como muy limpiaparabrisas, que cada palabra no permitía entrar otros pensamientos. Y después, el otro motivo era que cada cinco minutos el Rosario te llegaba a ti. Porque éramos 16 y el que lo rezaba tenía que rezarlo en voz alta, y cuando vos lo rezabas tenía que estar despierto, si te dormías te podías morir de hipotermia, o sea que la atención y la vigilancia era permanente.
NG: Entonces, sentirte importante y valioso fue una de las claves.
Gustavo Zerbino: Eso y otra cosa. Durante la primera expedición que hice cuando llegamos arriba, esperábamos ver verde y vimos 150 kilómetros de montaña para todos lados. Entonces nos abrazamos los tres e hicimos un pacto de no contarle a nadie lo difícil que iba a ser pero con la convicción absoluta de que era difícil pero posible. Cuando veníamos bajando la montaña encontré un asiento y le di vuelta y había dos amigos muertos. En ese momento ya me conecté intuitivamente con una misión que me autoimpuse: ser el defensor del recuerdo de mis amigos muertos. Me impuse la misión de ser el centinela de los afectos. Junté un bolso enorme con todas las cosas que traía y cuando volví estuve 30 días casa por casa a darle el testimonio a cada familia.
Me impuse la misión de ser el centinela de los afectos. Junté un bolso enorme con todas las cosas que traía y cuando volví estuve 30 días casa por casa a darle el testimonio a cada familia.
NG: Tener un propósito y una función le daba sentido a seguir viviendo.
Gustavo Zerbino: Y la actitud de los compañeros, que nos servía como ejemplo para nosotros mismos. Por ejemplo, el vasco Echavarne, que tenía una pierna colgando por un tendón –se le había cortado con una hélice–, cuando estábamos hablando que hacía falta un expedicionario el se ponía de pie y decía '¡yo voy!' y tal y como se levantaba se caía. O sea que él le faltaba una pierna, pero quería ir y no aceptaba que no podía. Y si él que no tenía pierna quería ir, tu que tenías las dos piernas bien te hacía levantar el estándar y el umbral del dolor y el de fuerza, para atravesar el miedo. Así que eso fueron los ejemplos que nos exigían más y más.
NG: ¿Qué papel se le puede dar a la religión en todo esto? ¿Fue realmente tan importante?
Gustavo Zerbino: Nosotros conocimos en la cordillera un Dios distinto al que nos habían enseñado aquí. El que a mí me habían enseñado era un dios castigador, te morías en el infierno por pecador. En cambio, el Dios que conocimos en la montaña, a pesar de todo lo mal que estábamos, era un dios bondadoso. Yo con Dios menos enfadé muchas veces, lo mandé a la mierda, no? Pero esa rebeldía, ese diálogo que tenía cuando trepé la montaña después de que nos abandonaran, con calcetines de nylon, suela de cuero, se me congelaban los pies, y yo iba subiendo, subiendo, subiendo, en un momento me di cuenta que lo que estaba haciendo era prácticamente imposible y era como que Dios se me había metido adentro y caminaba por mí. Yo soy católico, pero creo que hay tantos dioses como personas, y que Dios no elige quién vive y quién muere, sino que todos tenemos ese potencial ilimitado y después está el azar.
Con motivo de los 50 años del accidente, Zerbino y algunos de sus familiares acudieron al lugar del homenaje, situado en el mismo punto donde tuvo lugar el accidente aéreo de 1972 y donde pasaron más de dos meses los supervivientes.
NG: ¿Y pudo ser un impedimento o un obstáculo en el momento de alimentarse de los cuerpos?
Gustavo Zerbino: Hay una carta maravillosa que escribió Gustavo Nicolich antes de morir, que yo se la traje a su madre y a su novia. Él me pidió que si se moría se la entregara, y muchas veces que estaba deprimido me acordaba que tenía que honrar la palabra con la que me había comprometido, entonces redoblaba esfuerzos y en vez de pensar a mi madre que me deprimía pensaba la madre de mi amigo que me estimulaba. Pues en esa carta dice le dice a su madre: ‘le pedíamos a Dios desde lo más profundo de nuestro ser que este día no llegara, pero ha llegado y tenemos que aceptarlo con valor y fe. Fe porque si los cuerpos están ahí es porque Dios los puso y si llega el día en que yo pueda ayudar a mis amigos con mi cuerpo, yo lo haría con mucha alegría.' Él estaba diciendo con mucha alegría que estaba dispuesto a dar su cuerpo, y se murió al día siguiente. Eso te muestra el pacto que hicimos de amor a favor de la vida, que nosotros vivos ofrecimos nuestro cuerpo antes de morir, y él se lo estaba contando a su madre y a su hermana y a su novia. Por eso tiene el valor de como una persona que murió está contando a su familia que ese día habíamos empezado a alimentarnos los cuerpos de nuestros amigos muertos. Algo que es muy duro, muy difícil de entender, pero cuando vos lo vives te das cuentas que decidimos la mejor opción, porque gracias a ello estoy hablando contigo. Y mis amigos viven a partir de mi relato. Su familia terminó con una parte de incertidumbre, pero con la certeza de que su hijo vivió y murió con mucha dignidad, y les dejó un mensaje, un legado. Nosotros cruzamos la meta al volver, pero ellos también volvieron y los traje a todos en ese bolso gracias al que cada familia pudo recibir a su hijo y despedirlo con amor.
NG: ¿Crees que de alguna manera, esa sociedad de la nieve se podría comparar con las sociedades primitivas? Aquel momento histórico en que el ser humano se asocia, empieza a vivir en comunidad y gracias a ello evoluciona y tira hacia adelante…
Gustavo Zerbino: Todo lo contrario. Fuimos una civilización avanzada. La sociedad de la nieve usó toda la información acumulada durante siglos y creamos una sociedad basada en el amor, en el respeto y en la vocación de servicio. Todos aceptamos que solos no podíamos, pero juntos podríamos vivir una hora más haciendo cada uno lo que pudiera. Para tener resultados extraordinarios hay que hacer acciones extraordinarias, y así pulverizamos los límites que estaban en nuestras mentes. La gente que vive en la montaña dice que es imposible vivir una sola noche a la intemperie. Nosotros no sabíamos que era imposible, por lo tanto lo hicimos posible.
NG: ¿Cómo crees que hubiese sido Gustavo Zervino sin haber pasado por la cordillera?
GZ: Aprendes que lo importante en la vida no es lo que te pasa, sino lo que haces tú con las cosas que te pasan. Agradecer es una opción y quejarte la otra. Lo único importante en la vida es ser felices. Venimos a la vida para discernir lo esencial de lo secundario, pero para ser felices, y nadie puede quitarle la felicidad de agradecer todos los días a alguien que eligió vivir. A mí la cordillera no me cambió nada sino que me aceleró el aprendizaje interior de darme cuenta de la capacidad ilimitada que posee el ser humano. Así que soy una persona feliz que agradece todos los días por estar vivo. Después de 50 años tengo seis hijos y dos nietos, o sea que la vida continúa. El pasado no lo puedo cambiar y el futuro no lo conozco, me puede producir miedo y angustia, tengo que disfrutar de la vida viviendo el presente intensamente con todos mis sentidos.
NG: Quería preguntarte, por último, cuál es el legado más importante de esta brutal experiencia vital que os tocó vivir.
GZ: El ser agradecidos, el legado es la gratitud cuando vos devolver por medio de la gratitud es una de las acciones más escasos y devolver la energía que recibiste material física emocionalmente hace que la energía se mueva.
Y por otro lado, bueno pues yo soy el padrino de la Biblioteca Nuestros Hijos fundada por las madres de los chicos que murieron en la montaña para transformar el dolor en solidaridad, para ayudar a gente que tenía necesidades y para no quedarse mirándose el ombligo y sufriendo. Atravesaron ese dolor con mucha aceptación y hoy ofrecen libros para estudiar informática y les enseñan una cantidad de cosas a chicos que no tienen acceso a ese tipo de recursos. Ahora se publicó el libro Entre recetas, libros y recuerdos, en el que se explican las recetas de las que hablábamos en la Cordillera para mantenernos ocupados y con el pensamiento positivo.
Por eso la biblioteca Nuestros hijos es en parte mi obra, algo de lo que formo parte, porque yo soy hijo y ellas son nuestras madres. Y como dijo Arturo Nogueira, que murió en la Cordillera, y también me lo dijeron muchas de estas madres, le agradecían a Dios que hayamos sido 45 para poder volver 16, y su madre decía 'yo perdí un hijo, pero la vida me dio 16 más.' Lamentablemente no pudieron volver todos físicamente, pero de alguna manera todos volvimos a la vida y homenajeamos la vida en esta misa celebramos recientemente con motivo de los 50 años.