En 2009, cuando fui consciente de que cada vez se construían más muros y torres de vigilancia y de que cada vez eran más las actuaciones gubernamentales en los 3.145 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México, empecé a fotografiar en serio. Fue entonces cuando descubrí que aquel bidón azul era una estación de agua colocada por un grupo humanitario para evitar la deshidratación y la muerte de los migrantes que cruzaban la frontera. En mi trabajo siempre he puesto el foco en el paisaje. Rara vez aparecen en mis imágenes personas, pero su huella siempre se percibe. La presencia de la ausencia. Para realizar este proyecto, tomaba un avión hasta una ciudad dada, donde alquilaba un todoterreno y exploraba las regiones remotas de la frontera. A veces hacía saltar un sensor enterrado que atraía a los agentes de la Patrulla Fronteriza estadounidense. Algunos eran fabulosos –en una ocasión vinieron a protegerme, preocupados por la cercanía de los cárteles–, pero otros podían ser hostiles.
Quien no vive cerca de la frontera tal vez no sepa que ya existe un muro a lo largo de unos 1.125 kilómetros de ella. Mantenerlo cuesta dinero y trabajo. Hay que diseñarlo, fabricarlo, pagar expropiaciones, instalarlo. Kilómetro y medio de muro cuesta entre 4 y 12 millones de dólares. ¿Pero de qué sirve? La gente salta por encima, hace túneles por debajo y, allí donde termina de manera abrupta, lo rodea.
Migración y droga
Desde el punto de vista funcional, el muro fronterizo tiene dos propósitos. El primero, coartar la migración: la entrada en Estados Unidos de personas en busca de mejores oportunidades. Solo que no dejarán de venir hasta que no hallen trabajo en su país de origen. El segundo es prohibir la entrada de la droga, solo que los estadounidenses son quienes crean esa demanda. Hasta que solucionemos el problema en nuestro lado, los cárteles seguirán encontrando la manera de cruzar. Ningún muro acaba con los factores que hacen que exista el narcotráfico.
Se ha dicho que el concepto de soberanía nacional ya ha sucumbido a realidades como internet, el capitalismo global o los virus. Las fronteras están desapareciendo a nivel existencial. Construir muros es, en mi opinión, más un símbolo que otra cosa, un gesto desesperado. En estas imágenes se cruzan la política, la cultura y la naturaleza. Aunque no tengo soluciones para estos problemas tan complejos, confío en que mi obra genere una reflexión seria sobre estas realidades.