20/05/53

Como cada mañana (si se puede llamar mañana, porque mi turno empieza a las tres de la madrugada), me despierto y me asomo por la ventana para respirar aire ‘fresco’.

Me visto rápidamente, cojo los guantes sintéticos, las gafas VR y salgo por la puerta de casa. Antes de llegar a la parada del metro paso por un parque, aunque está oxidado y lleno de grafitis. Hace tiempo que no veo a un niño corretear por ahí.

Mientras miro por la ventana del metro magnético me fijo en los árboles, aunque la nostalgia me invade al verlos desnudos y entumecidos. En estos tiempos deberían estar llenos de colores y hojas, aunque hace ya tanto desde la última vez...

Llego al trabajo justo a tiempo. Saludo a Edna, uno de los pocos humanos que siguen en esta empresa, y me dirijo al ascensor. Voy por el carril de humanos y, por fortuna o por desgracia, no me toca esperar. Entro y pulso la tecla 1984.

Las siguientes ocho horas son iguales, estudiar estadísticas, crear informes, analizar perfiles… En resumen, intentar averiguar cuánto tiempo nos queda a los que todavía tenemos alma (queridos androides, no os ofendáis).

Salgo del trabajo exhausta, cómo me gustaría tomarme un café, lástima que la última plantación se quemara tras el incendio en Colombia. Intentando satisfacer mi antojo, entro en un supermercado y compro una bebida energética.

Llego a casa y me tiro desplomada al sofá. Pienso en abrir una conserva, aunque unas sardinas de cuando estaba de moda Tiktok no me apetecen y las hortalizas de mi huerto urbano todavía no han crecido lo suficiente.

Me despierto un poco aturdida. Solo queda media hora para el toque de queda y tengo que ir a comprar baterías. Salgo apresurada y voy al bazar de al lado. Quedan 15 minutos y todavía no he salido, estoy sudando y me he dejado las VR. Sin ellas no tengo el modulador de voz con traductor y el vendedor no me entiende. Pasan 12 minutos hasta que consigo salir. Voy corriendo, solo me queda una calle cuando oigo la sirena. No hay vuelta atrás.

El toque de queda se estableció en 2037 después de que casi una ciudad entera muriera por exceso de radiación debido a la rotura de la capa de ozono. Cuando suena la alarma todas nuestras fuentes de energía se paran, eso significa que no se puede entrar ni salir a ningún sitio (las cosas se abren y se cierran con escáneres, si no hay electricidad no hay acceso).

Desesperada, intento buscar alguna sombra, pero solo hay edificios y los árboles ya no me sirven como resguardo. Empiezo a notar el calor, cada vez más asfixiante. Y mientras el dolor aumenta, lamento no haber hecho nada cuando pude. ¿Por qué no hicimos caso a las señales, alertas y miles de amenazas? Sabía la respuesta, éramos jóvenes y demasiado egoístas como para pensar en las consecuencias, como para pensar en el futuro.