“Juventud, divino tesoro”, proclamaba Rubén Darío en su poema haciendo un aclamo a esta etapa humana insostenible sin un planeta que la albergue. Durante el 2021, el cambio climático se ha intensificado y parece que el destino final será un aumento de la temperatura global de 2,7 ºC para finales de siglo, tal como se señala en el Informe sobre la Brecha de Emisiones de 2021. Sin embargo, hay que entender que están por tomar el control nuevas generaciones con otros valores y visiones del mundo.

La generación del Prestige, entre otras, creció viendo cómo sus playas se cubrían de chapapote y las aves eran incapaces de salir volando de esa oscura masa pegajosa. Creció viendo cómo sube el nivel del mar, unos 3,4 milímetros anuales, mientras se da la voz de alarma a todos esos pueblos costeros que terminarán desapareciendo si esto no se detiene. Creció observando esas alarmantes imágenes de osos polares con el pelaje pegado a los huesos y mirada suplicante.

A diferencia de otras generaciones, las venideras han tenido un constante contacto con los problemas del mundo por medio de las imágenes transmitidas por los medios de comunicación. Y no solo eso, han tenido acceso a iniciativas educativas que buscan enseñarles a los futuros adultos cómo detener todo el daño que el ser humano ha estado causando, como es el caso del Programa de Educación Ambiental.

La juventud de hoy en día tiene acceso a mucha más información que antes y es consciente de que sin planeta no tiene sentido luchar por ninguna otra causa. Un estudio de GlobalWeblndez de 2020 señalaba que más de la mitad de los jóvenes estarían dispuestos a pagar más por productos sostenibles, a pesar de que sea este el grupo social que sufre una mayor tasa de paro y contratos más precarios.

Las nuevas generaciones, a diferencia de las anteriores, ya han asumido que sin cambios en los hábitos de consumo la lucha resulta imposible. Sin contar los descubrimientos e innovaciones que vendrán de la mano de futuros investigadores e investigadoras que en este momento están nutriendo sus mentes desde un pupitre verde cualquiera, los jóvenes han entrado en un estado de consciencia en el que ya saben que cada pequeña acción cuenta. Ya no les sirven esas excusas de que sus acciones individuales son inútiles o que esforzarse no sirve para nada porque las grandes empresas están detrás del orden mundial. Sin demanda no hay producción y ese gran cambio se puede lograr por medio de pequeños cambios.

La juventud es el futuro, aunque también es el presente, e inevitablemente tendrá que ser esta la que termine por corregir la desdichada trayectoria de sus antecesores. En esta guerra, a diferencia de en otras muchas, la herramienta más grande es la información y el discurso más poderoso es la capacidad de acceso que los nuevos adultos tienen a esta.