Actualmente los océanos cubren aproximadamente el 71% de la superficie del planeta, formando parte de la compleja maquinaria ecológica que posibilita la existencia de vida en la Tierra. Sin embargo, impulsados por la inquebrantable convicción de que la Tierra nos pertenece, continuamos ejerciendo un trato infame al conjunto de los subsistemas terrestres que conforman el único lugar al que podemos llamar hogar, especialmente a los océanos, cuya inmensidad nos ha incapacitado para apreciar las amenazas que lo achechan y tomar conciencia de la necesidad de su protección y conservación.
Su vital importancia para la supervivencia de la biodiversidad planetaria reside en su eficaz sistema natural de fijación de CO2, el cual contribuye a la estabilización climática al absorber el calor extra generado como consecuencia de las actividades antropogénicas, así como en su relevancia en la producción de oxígeno (dada la trascendencia del fitoplancton, responsable de la liberación de hasta el 85% de este componente esencial para la vida), de tal modo que los océanos constituyen los verdaderos pulmones del planeta. Asimismo, albergan una extensa riqueza biológica que aún hoy permanece bajo la superficie de un mar de incertidumbre. De ahí la importancia de potenciar el desarrollo de la investigación oceanográfica, enfocada en la revalorización económica y sociocultural de la biodiversidad, tratando de evitar que el desconocimiento global se utilice como pretexto para amparar la inacción política.
La problemática que acucia a los océanos no constituye algo en concreto, sino la sinergia de múltiples factores y circunstancias que interactúan entre sí, tales como la acidificación que propicia la progresiva degradación de los ecosistemas marinos, la desaparición y blanqueamiento de los arrecifes de coral, los estragos derivados de la contaminación y la acumulación de residuos plásticos que, junto a la introducción de especies invasoras y la sobreexplotación pesquera, nos abocan al colapso sistémico de los ecosistemas más preciados y diversos de la Tierra, así como a la alteración de los patrones de circulación oceánica que distribuyen el calor desde el ecuador a los polos (lo cual implicará una profunda alteración del contexto meteorológico actual). Esto último como consecuencia de otros factores de estrés medioambiental, entre los cuales destacan el cambio climático, la presión demográfica, la urbanización de las costas y las desoladoras consecuencias de una Tierra sin hielo, resultado de la fundición generalizada de las banquisas árticas y del aumento del nivel del mar.
No obstante, la realidad desconcertante a la que nos conduce esta revelación no debe hacer desvanecer nuestras esperanzas de lograr importantes cambios legislativos, objetivos ambiciosos capaces de abordar adecuadamente la pérdida de biodiversidad marina, adaptarse a los rigores de una nueva era climática y conseguir la conservación de los últimos retazos prístinos de los océanos a través de la designación de áreas marinas protegidas, avanzando en la descarbonización de los medios de producción y el desarrollo sostenible con la finalidad de minimizar los impactos holísticos más dañinos.
Necesitamos un proyecto urgente de salvación de los océanos, un firme compromiso social con el futuro.
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Este es uno de los trabajos ganadores o finalistas del II Concurso de Redacción Periodística para Jóvenes de National Geographic España y RBA Libros, dedicado a los océanos. Aquí podéis consultar la lista completa de los trabajos premiados y seleccionados por el jurado.