Judas fue uno de los doce apóstoles de Jesucristo, aquel que los evangelios presentan como el besucón, y no precisamente por el amor a su maestro. La religión musulmana no tiene apóstoles. Menos aún los suníes, religión mayoritaria en los territorios ocupados del Sahara Occidental. Pero sí conocen a Pedro Sánchez quien, como Judas, vendió a su pueblo no con un beso, sino con una carta al Pilatos de sus eternos enemigos.

En plena invasión rusa saltaron las alarmas por otra invasión, en este caso la de Marruecos ante el Sahara Occidental. El pasado 14 de marzo nos enteramos por filtración de la prensa que el presidente del Gobierno, Pedro Sáánchez, mediante una carta, había dado un volantazo de 180 grados al conflicto del Sahara, aceptando la petición de 2007, por parte de Marruecos, de convertir a los territorios abandonados del Sahara Occidental en una región de alta autonomía. Así era como el ejecutivo de Sánchez decidió zanjar un conflicto que se lleva arrastrando desde hace ya más de cuatro décadas.

Es cuando menos curiosa la nueva actitud de Moncloa. Más aún en el panorama bélico en el que nos encontramos. Mientras que el ejecutivo de Sánchez promulga el discurso de la defensa de identidades y la legitimidad de los territorios de ciertos países, los saharauis, muchos de ellos exiliados en campos de refugiados, acuden impotentes al robo de sus tierras por parte de Marruecos.

Esto es solo la punta del iceberg, la consecuencia de una sociedad primermundista y altamente intoxicada por un racismo que nos asfixia allá donde vamos. ¿Por qué Ucrania sí y el Sahara no? ¿Por qué ayudar a unos y no a otros? Pues bien, a pesar de vivir en el siglo XXI, nuestra sociedad sigue haciendo distinción entre hombres y mujeres, personas blancas y negras, entre ciudadanos de diferentes continentes, entre personas ricas y pobres...

A veces tengo la sensación de que en nuestro pequeño mundo blanco y primermundista se nos olvida que el Mediterráneo no es el finis terrae, que sigue el mundo al otro lado del charco, donde hay conflictos como los nuestros, guerras como las nuestras y personas con sentimientos iguales que los nuestros.

¿Saben? Con el panorama actual en el que estamos, una gran crisis que arrastramos desde los peores momentos del Covid; después de haber superado una pandemia en la que vimos la cara más amable de los ciudadanos; habiendo sido testigos de la inmensa generosidad de las personas ante una catástrofe natural como fue el volcán de la Palma... Después de haber pasado por todo esto en apenas dos años y medio, todavía quedan muchos Judas sueltos por ahí, muchos Iscariotes que solo piensan en sí mismos, que no les importa el resto, y que usan los derechos humanos y la moral de manera desigual y arbitraria. Pensemos, ¿es este el futuro que queremos?