Hace décadas que oímos hablar de lo mismo, de una realidad distópica que nos acecha como consecuencia de nuestras propias acciones y de la irresponsabilidad humana y, si bien el auge del negacionismo pretende impedirlo, cada vez somos más conscientes de su origen antropogénico.

El cambio climático constituye un aspecto inherente a la dinámica planetaria; sin embargo, en el campo de la paleoclimatología observamos variaciones solares y orbitales, la evolución biológica a largo plazo o la actuación de las placas tectónicas (por ejemplo: la deriva continental). Pese a todo, la emergencia climática en la que nos sabemos abocados no tiene precedentes, caracterizada por un calentamiento global producto de la emisión masiva de gases de efecto invernadero, el cual deriva en la sucesión de fenómenos climáticos extremos o en la exacerbación de los niveles térmicos, el crecimiento exponencial del estrés climático e hídrico o la fundición de los polos y glaciares que provoca el aumento del nivel del mar.

Ya no hay lugar a dudas, debemos actuar de inmediato, pues las consecuencias serán catastróficas. Millones de personas se verán obligadas a abandonar sus lugares de origen por tornarse en páramos inhabitables y asolados, desencadenando un éxodo migratorio sin precedentes en la historia de la Humanidad. Se producirá la proliferación de enfermedades a consecuencia de los excesos de polución atmosférica, que cada año son la causa de la muerte de 30.000 personas en España. La acidificación de los océanos, responsables de la estabilización del clima al asimilar el 30% de las emisiones de carbono, agravará aún más la estrepitosa pérdida de biodiversidad. Posiblemente no seamos conscientes de que, de no modificar nuestro comportamiento, nos convertiremos en la causa de la extinción masiva de especies tan “carismáticas” como los lémures, koalas y chimpancés, desamparados por la explotación de sus hábitats, refugiados de lugares que ya no existen. Incluso el consumo masivo de carne presenta una profunda repercusión ecológica, siendo el desencadenante de gran parte de la deforestación y explotación de nuestros ecosistemas, junto con las plantaciones de aceite de palma.

El tratado de París de 2015 constituyó el primer paso hacia la esperanza, ahora se ha tornado en papel mojado. Las previsiones optimistas de aquel entonces ya son misión imposible, la temperatura media global aumentará (en el mejor de los casos) 2ºC por encima de los niveles preindustriales.

No obstante, hay lugar para la esperanza. La actual y acuciante emergencia sanitaria del Covid-19 debe ser tratada como una oportunidad para cambiar nuestros hábitos, desde el ámbito dietético al industrial.

Lucharemos contra esta amenaza, un desafío de enorme magnitud situado al límite de nuestras capacidades. Las campañas de recuperación de especies en peligro de extinción están dando sus frutos, la reducción de materiales plásticos que nos ahogan en esta sociedad de consumo evoluciona favorablemente, los adolescentes que se movilizan y exigen medidas más contundentes a sus dirigentes luchan por su futuro…

No debemos ser la causa de nuestra propia desgracia. La Tierra es nuestro único y olvidado hogar.

Samuel Rial, IES de Valga. Valga (Pontevedra).

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Este es uno de los trabajos ganadores o finalistas del I Concurso de redacción periodística para jóvenes de National Geographic España y RBA Libros, dedicado al Día de la Tierra. Aquí podéis consultar la lista completa de los trabajos premiados y seleccionados por el jurado.