Un niño aprende a hablar imitando los sonidos de los adultos que le rodean. Por eso, un niño español habla español, y uno inglés habla inglés. Así, reproduciendo lo que oye, aprende a hablar su idioma perfectamente, con el acento apropiado y acertando con precisión todas sus normas gramaticales, sin haber acudido jamás a una clase de filología. Sin embargo, en los colegios se sigue dejando la expresión oral de la segunda lengua en un segundo plano y se olvida que el niño aprende fundamentalmente por imitación. Lo mismo sucede con la educación del medio ambiente. Y es que, en los centros educativos, donde se empapan los bizcochos del futuro, no se muestra el cándido ejemplo de separar la basura en distintos cubos de reciclaje. ¿De qué sirven las múltiples charlas, cargadas de pautas teóricas para cuidar el planeta, si sus profesores no las ponen en práctica, y ellos mismos carecen de recursos para hacerlo?
Pese a no estar entre los países líderes en reciclaje, según el reportaje de la CCEEA de 2019, la gran mayoría de los españoles tiene cubos de basura de reciclaje en sus casas. Sin embargo, menos de un 80% puede afirmar que los utiliza. Y es que, como dice el refrán “el hábito no hace al monje”, hay demasiada gente que “se olvida” de utilizarlos. Pero nadie se debería olvidar. Reciclar debe convertirse en un hábito cien por cien interiorizado, como vestirse antes de salir a la calle o lavarse los dientes. Y, como afirma la psicóloga María José Roldán, estos hábitos se aprenden copiando los ejemplos de los adultos. “Primero miran y observan, después aprenden y por último imitan”.
Desde el punto de vista del ecologismo, no es necesario mencionar las axiomáticas catástrofes que sufre el planeta. En respuesta, tanto el gobierno como las empresas privadas están poniendo en marcha múltiples iniciativas. Teniendo en cuenta que los centros de enseñanza están entre los establecimientos donde más residuos se generan (en un colegio de tamaño medio, el gasto de papel anual supera las dos toneladas), resulta sorprendente que no se haya propuesto el reciclaje obligatorio en colegios, institutos, formaciones profesionales y universidades.
La objeción de muchos es una falta de espacio para más de una basura por clase. El tamaño de los centros educativos varía según la zona, y en determinados sitios se protesta por una mejora de las instalaciones. No obstante, de acuerdo con el Real Decreto de la Educación BOE 2010, “sobre los requisitos mínimos de los centros que imparten enseñanzas desde segundo ciclo de infantil a bachillerato y FP, contarán, por lo menos, con 30 metros cuadrados por aula y el doble en laboratorio...”, (estas cifras se incrementan en ciertas etapas). No sé si me estaré equivocando, pero, a mi parecer, en un aula de 30 metros cuadrados sobra espacio para añadir una papelera que no requiere más que los 20 centímetros que tiene por diámetro. Además, no es necesario que cada aula incluya todos los tipos de basura, sino que las de menor uso podrían situarse en los pasillos y zonas comunes.
Sé realista, querido lector. La salud del planeta cae en picado: es un hecho. Y al no ser que nosotros, los causantes de esta catástrofe, hagamos todo lo posible para remediarla, caeremos en picado con ella. El reciclaje obligatorio en centros educativos es un arma potente para ganar la batalla, ya que, además de ser unos de los establecimientos donde más residuos se generan, es allí donde se desarrollan los pilares del futuro. Como sabiamente dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”.