Cuando oímos el término “dientes de sable” pensamos con toda seguridad en el Smilodon, el impresionante félido que vivió en la última Edad de Hielo. Sin embargo, este no fue el único ni el primero de los mamíferos con enormes caninos: millones de años antes que él existió una criatura similar y aún más extraña: el Thylacosmilus atrox, cuyo nombre significa “terrible cuchillo de bolsa”.
Varias cosas separan a ambas especies, que ni siquiera están emparentadas remotamente: para empezar, el Smilodon era un animal placentario, mientras que el Thylacosmilus era marsupial; es decir, que igual que los canguros y los koalas, criaba a sus retoños en el marsupio. A causa de esto no era un félido y carecía de las características garras retráctiles de esta familia. Las ilustraciones lo recrean con un cierto parecido al tigre de Tasmania, pero lo que más destaca es su extraño cráneo.
Vídeo: 5 dinosaurios que te sorprenderán
Un cráneo extrañísimo
A primera vista, aparte de los dientes de sable, varias características llaman la atención en el cráneo del Thylacosmilus. Su prominente mandíbula inferior, que termina en un hueso que apunta hacia abajo. Sus ojos situados a los lados de la cabeza, algo muy extraño para un depredador. La ausencia de incisivos en la mandíbula superior, entre los caninos. Y finalmente, fijándonos en estos, su extraña forma triangular en vez de cónica.
El cráneo del Thylacosmilus ha desconcertado a los expertos durante décadas porque es totalmente ineficaz si consideramos que este animal era un depredador. En primer lugar, la disposición de los ojos a los lados de la cabeza es típica de las presas – que necesitan tener un campo visual amplio para avistar a los cazadores –, no de los depredadores: la razón es que, si los ojos están demasiado separados, no se puede formar una imagen tridimensional del entorno y resulta muy difícil calcular las distancias.
Los caninos y la mandíbula también resultan extraños. Lo normal en un cazador es que los dientes sean cónicos, ya que se hunden más fácilmente en la carne y sujetan mejor una presa viva. Su mandíbula tampoco está fusionada, al contrario que los grandes félidos: los expertos calculan que la potencia de su mordedura habría sido casi diez veces inferior a la de un guepardo y de otros carnívoros medianos como el lobo gris.
Claire Houck CC
Cráneo de Thylacosmilus atrox en el Museo de Historia Natural de Nueva York.
Un carroñero parecido a una morsa
Resulta imposible, pues, que el Thylacosmilus fuera un superdepredador como lo era el Smilodon. Un estudio reciente de la Universidad de Bristol (Reino Unido) ha llegado a la conclusión de que “el Thylacosmilus no era un depredador marsupial con dientes de sable” y propone, en cambio, algo que puede parecer sorprendente: que era un carroñero y sus patrones de alimentación podrían haber sido más parecidos a los de una morsa que a los de un félido.
Según esta teoría, el Thylacosmilus usaba sus grandes colmillos no para cazar, sino para desgarrar cadáveres. Su forma, de hecho, es muy adecuada para destripar un cuerpo como si fuera un cuchillo. Entre otras funciones, las morsas utilizan sus colmillos para abrir cadáveres de animales pequeños, como focas y aves marinas, de los que se alimentan ocasionalmente. Estos animales usan su lengua para “raspar” la carne y los tejidos blandos del interior y luego absorberlos por succión: los expertos sugieren que el Thylacosmilus podría haber tenido el mismo comportamiento, lo que explicaría la ausencia de incisivos.

Esta teoría hace cuadrar todas las piezas del extraño cráneo de este marsupial prehistórico, ya que sería de hecho bastante adecuado para un carroñero: con sus dientes en forma de cuchillo habría destripado los cadáveres para acceder a los tejidos más blandos del interior, raspándolos con su lengua y luego succionándolos; podría ser incluso que se hubiera especializado en alimentarse de órganos. Y en cuanto a su mandíbula, aunque no diseñada para agarrar una presa viva, sí habría sido adecuada para arrancar carne de un cuerpo inerte.
¿Y los ojos a los lados? Podrían no haber tenido una función específica, sino ser una consecuencia colateral de sus grandes caninos: otra característica peculiar de estos es que están muy hundidos en la mandíbula superior, invadiendo el espacio que habrían ocupado las cuencas oculares y desplazando los ojos a una posición lateral. No obstante, al no tener los ojos hundidos en el cráneo, habría podido tener una cierta capacidad de desplazamiento orbital que le habría proporcionado un limitado grado de estereopsis o visión tridimensional.
Christine Janis, investigadora principal del estudio, afirma que “es todavía un misterio qué hacía este animal realmente, pero está claro que no era solo una versión marsupial de un félido con dientes de sable como el Smilodon”.