La situación se calienta cada primavera en el desierto de Sonora. Cuando los cactus empiezan a florecer, miles de abejas de los cactus (Diadasia rinconis) abandonan los nidos subterráneos en los que han eclosionado y madurado. Primero lo hacen los machos. Las hembras salen después… y se topan con decenas de ellos, que las están esperando. No pierden el tiempo con presentaciones. En cuanto aparece una hembra, un enjambre de pretendientes se abalanza sobre ella, disputándose la mejor posición para aparearse. La convulsa bola que forman es un espectáculo natural que rara vez tiene testigos.

De este modo, la hembra de esta especie se inicia en la maternidad. A diferencia de las abejas melíferas, que son gregarias, las abejas de los cactus son solitarias. Tras el apareamiento, vuelan a lugares que desconocemos y pasan un tiempo en un estado de inactividad conocido como diapausa, que les permite sobrevivir a las temperaturas extremas del desierto. Pero al año siguiente, en primavera, cuando los cactus vuelvan a florecer, se meterán bajo tierra para formar un nido subterráneo con departamentos independientes para cada huevo, en los que dejarán una pasta hecha de polen y néctar que servirá de alimento para su futura progenie. Tras poner los huevos y sellar la entrada, ellas morirán. Unos 15 días después, cuando las crías de la difunta madre dejen el nido ya convertidas en abejas adultas, el ciclo comenzará de nuevo y el desierto se llenará de zumbidos de expectación.

Este artículo pertenece al número de Junio de 2023 de la revista National Geographic.

Más Sobre...
Abeja