El 20 de julio de 1969 es probablemente la fecha más significativa en la historia de nuestra especie. Aquel día, el único ser terrestre capaz de entender y formular las leyes que rigen el universo, salió de la burbuja en la que la evolución le mantenía confinado para, atravesando el más letal de los entornos en los que jamás se ha adentrado, el espacio exterior, posarse en ese satélite que le ha intrigado desde que alzó por primera vez la vista al cielo: nuestra Luna.
Tal vez, resulte un exceso comparar tal hecho con el momento en el que el primer ser acuático, fuera cual fuere, salió del agua para embarcarse, aunque la metáfora sea una antítesis, en una nueva aventura hacia tierra firme. No obstante, la gesta de alcanzar la Luna y volver a la Tierra para contarlo, quizá haya abierto la puerta al ser humano para un día colonizar otros mundos y convertirse en algo que apenas podemos llegar a imaginar, del mismo modo que aquel organismo, quizá dotado de escamas y que debía desplazarse entre un reptar y un torpe caminar a cuatro patas, se convirtió en lo que somos hoy: el autodenominado Homo sapiens.
Pero si es verdad que no sabemos en qué clase de especie nos convertiremos, lo cierto es que al menos sabemos la especie en la que nos hemos convertido. Así, somos la especie que ha sido capaz de dividir el núcleo de un átomo para liberar la tremenda energía que se alberga en su interior; aquella que ha descifrado el ADN y que hoy entiende el lenguaje que codifica el modo en que se organiza la vida; la misma capaz de convertir la información en energía y enviarla a través de cables submarinos hasta un teléfono móvil situado en el otro extremo del mundo; aquella que le ha ganado la batalla a multitud de enfermedades que hace menos de un siglo podían asolar comunidades enteras; la que ya ha enviado sondas más allá de los límites del sistema solar y la que probablemente, en un futuro no muy lejano, llegue hasta el planeta Marte.

Sin embargo, con todo ello, pese a todo lo logrado, aún podemos encontrar quien pone en tela de juicio hechos científicos más que demostrados como la eficacia de las vacunas o la esfericidad de la Tierra, así como defensores de inverosímiles, a la par que absurdas teorías como la sostiene que nos fumigan a diario desde aviones para esterilizarnos o controlar el clima.
De hecho, uno de los temas más recurrentes y que levanta más pasiones entre los fanáticos de las teorías de la conspiración, es el mismo con el que empezábamos este artículo, la llegada del hombre a la Luna. Amplia a la vez que imaginativa es la serie de argumentos que tratan de dar credibilidad a esta ocurrencia, por lo que en las próximas líneas nos proponemos dar una explicación científica a algunos de los interrogantes que plantean quienes creen que nunca pisamos nuestro satélite. O al menos a aquellos respondan a unos hechos demostrables o falsables, y no a las ínfulas e imaginación de una mente con demasiado tiempo libre.
Reportaje Especial: La llegada del hombre a la Luna