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Una princesa que añoraba los paisajes de su tierra y un rey dispuesto a atender a todas sus demandas es el supuesto origen de los jardines colgantes de Babilonia, una maravilla tan sugerente como enigmática.
Las tierras bañadas por el río Éufrates aportaban, con generosidad abundante, fertilidad a los alrededores de los jardines construidos por Nabucodonosor II para su esposa, la nostálgica princesa Amytis de Meda, en el siglo VI a.C. Puesto que no hay evidencias de su aspecto real, se cree que los jardines estaban dispuestos sobre una construcción organizada en distintos niveles de terrazas, donde una frondosa vegetación brotaba y sobresalía por los balcones, creando el efecto de estar suspendidos en el aire. De hecho, es posible que el término ‘colgante’ sea fruto de una mala traducción de los textos antiguos.
Filón de Bizancio dijo: “El llamado Jardín Colgante, con sus plantas por encima de la tierra, crece en el aire. Las raíces de los árboles forman un tejado sobre el suelo”.
En el siglo IV a C., cuando Alejandro Magno llegó a Babilonia, encontró los jardines ya abandonados. Sin embargo, años antes, según las palabras del escritor Filón de Bizancio, el vergel de Mesopotamia ubicado junto al palacio real lucía así: “El llamado Jardín Colgante, con sus plantas por encima de la tierra, crece en el aire. Las raíces de los árboles forman un tejado sobre el suelo.”