Mi viaje comenzó el jueves 10 de marzo. Un avión me llevó hasta Cracovia, donde partí en coche hasta Medyka, un pueblo fronterizo con Ucrania donde era sabía que cientos de personas huían con lo puesto de la guerra que había estallado semanas antes.
Era consciente de que lo que iba a ver sería muy duro, pero nada de lo que pude imaginar en las 3 horas de vuelo se comparó con llegar hasta el cruce fronterizo. Ver ese éxodo de personas, de vidas, que bajo las luces del alumbrado público y el humo de las ollas de sopas de las ONGs hacían fila, con sus vidas metidas en una maleta esperando un autobús que los llevara a los centros de refugiados, impresiona.
Se me hacía muy difícil contener las lágrimas al ver a esas personas que habían tenido que renunciar a sus vidas en solo un instante. Comencé a recorrer un largo pasillo que estaba dividido en 2; del lado izquierdo las mujeres, niños y ancianos, del lado derecho medios de prensa, el ejército polaco y voluntarios.
Esperando una vida mejor
La imagen era terrible, pero la buena organización permitían atisbar un halo de esperanza para el futuro de aquellas personas. Los refugiados son recibidos con los brazos abiertos, apenas cruzan el límite entre ambos países: se les ofrece bebidas y platos de comida caliente para hacerle frente al intenso frío, mantas, ropa, productos de aseo personal, transportines de mascotas, pañales para bebés… Solidaridad en estado puro.
El viernes 11 visitamos un centro comercial convertido en albergue transitorio de refugiados en la ciudad de Przemysl, también en Polonia. Lo que antes eran los antiguos locales de ropa, ahora son grandes habitaciones comunales. En la parte de afuera, justo encima de la puerta principal, se pueden ver números que indican el país de destino. Las personas del 3, 4 y 5 van a Portugal, Italia y España. Un futuro alejado de su patria natal les espera.
Los números escritos en la parte de arriba de las puertas principales indican el país de destino de cada persona.
La estación de Przemysl Glowny es otro de los “puntos calientes” de refugiados. Allí, un goteo continuo de trenes llegados principalmente desde la capital de Ucrania, Kiev, permite comprender mejor la tragedia humanitaria que supone la guerra. Sin embargo no todos son refugiados. Mientras unos huyen, otros aguardaban una larga cola para subirse al tren de vuelta a Ucrania y defender su tierra de la invasión rusa.
Centros comerciales convertidos en albergues de refugiados
Nuestro periplo buscando los lugares donde el drama de los refugiados se hacía más patente nos llevó a Korczowa, donde el antiguo centro comercial Hala Kijowska, se había convertido en un albergue transitorio. Cuando los refugiados llegan allí disponen de un período aproximado de 3 días para decidir cuál será su país de destino final. El funcionamiento es similar al Tesco (con la organización por números) aunque al no disponer de tantos locales, las camas se distribuyen por los pasillos.
Miles de prendas de ropa y zapatos de tallas distintas se acumulan en una zona de almacenamiento convertido en un gigantesca montaña. Los voluntarios se afanan en clasificarlos, pero el flujo constante de donaciones hace imposible su catalogación, lo que por lo que el ir y venir de ucranianos buscando un vestuario que les vaya bien es continuo. Como explicaba uno de los voluntarios del centro, aquello se ha convertido en el “vertedero textil de Europa”.
Una historia personal que me llamó especialmente la atención es la de Sofía, de 17 años de edad, la cual llegó al pabellón español junto a Adrian, su pequeño hermano de 11 años y Anna, su madre. Vivía en Bucha, un pequeño pueblo cerca de la capital, y tuvo que escapar de las bombas andando hasta Kiev para coger un tren hasta Polonia. En Ucrania quedaron sus 2 hermanos de 25 y 27 años y su abuelo de 80, cuya limitada movilidad le impidió huir del horror de la guerra.
Antes de irse escondieron al octogenario en el sótano de su hogar, quedándose al cuidado de él sus vecinos, los cuales decidieron quedarse a luchar contra los rusos. Según nos contaba, su temor iba más allá de las bombas. Según su relato las tropas rusas entran a las casas a robar y muchas veces si se cruzan con ucranianos los matan.
Voluntarios de camino al frente de la guerra con Rusia
Ese mismo día decidimos almorzar en un bar cercano al recinto comercial llamado Noclegi Zajazd Cykada. Al rato llegaron entre 8 y 10 personas que decían ser voluntarios norteamericanos que esperaban en ese lugar a ser recogidos por un transporte que les llevara al frente para luchar junto con el ejército ucraniano.
El último día de nuestro recorrido volvimos a Medyka y luego decidimos desplazarnos hasta la frontera Krościenko, ubicada a 1 hora en coche desde Medyka. A diferencia de los puntos anteriores, el caudal de ingreso de refugiados era muy limitado. Sin embargo, pudimos presenciar una curiosa estampa: una misa improvisada ofrecida por Cáritas España. En tiempos de guerra, junto con la familia y la maleta con los pocos retales de tu vida que puedes transportar, la gente viaja con su fe; una fe que permite albergar esperanza.
Finalmente, antes de tomar el vuelo de vuelta a España, visitamos la estación central de trenes de Cracovia. A diferencia del ambiente de calma y orden de la frontera, aquí reinaba el caos.
Pude ver en los ojos de todas esas personas el horror de la guerra y a la misma vez la firmeza y esperanza de un pueblo que no se da por vencido y que está más unido que nunca. Esta es una pequeña muestra fotográfica de ello: