Nombrar al kiwi, más que a un pájaro, es como referirse a un amigo a quien se le ha dado un apodo cariñoso. Pero observarlo en su entorno es presenciar una historia viva que se remonta a millones de años de evolución y adaptación única; y es que este habitante de las misteriosas y exuberantes tierras de Nueva Zelanda desafía todas las expectativas y estereotipos asociados a las aves.
Con su apariencia singular y comportamiento peculiar, el kiwi -Apterix spp- se ha convertido en un símbolo emblemático de la biodiversidad única de esta nación insular; un tesoro nacional que ha capturado la imaginación y el amor tanto de los neozelandeses como de visitantes de todo el mundo.
Como indica su nombre científico, en contraste con la mayoría de las aves el kiwi carece de alas funcionales, lo que le confiere un aspecto inusual y fascinante. Se trata de un pájaro terrestre adaptado a la vida en el suelo de los bosques. Su cuerpo está cubierto de plumas suaves y peludas, que le otorgan una aspecto más similar al de un peluche que al de un ave convencional. Además, posee un pico largo y curvado, perfectamente adaptado a sondear el suelo en busca de los insectos y pequeños invertebrados que componen su dieta.

Pero el kiwi es más que un simple ave; es un verdadero símbolo de orgullo y conservación para los neozelandeses. Su imagen se ha plasmado en monedas, sellos postales e incluso en el escudo de armas del país. Además, es considerado un tesoro nacional y objeto de intensos esfuerzos de protección y conservación, pues en las últimas décadas, la pérdida y degradación de sus hábitats y la presencia de depredadores introducidos han llevado al kiwi al borde de la extinción, convirtiéndolo en una especie en peligro.