En la historia de la ciencia existen figuras que, por contradictorio que pueda resultar, se elevaron como poetas de la naturaleza para componer nuevas narrativas y cambiar para siempre el modo en que entendemos el mundo.
El mundo en su totalidad, o por ser un poco más concisos, el planeta Tierra, fue precisamente el objeto de estudio del protagonista de nuestra foto del día de hoy, un meteorólogo y geofísico alemán conocido como Alfred Wegener; un soñador cuya audacia floreció en los albores del siglo XX, desafiando la convicción arraigada de que los continentes habían permanecido inalterables durante eones.
La teoría de Wegener, sin embargo, trazó un lienzo mágico y dinámico. Wegener, de hecho, partía de que en algún momento en el pasado todos los continentes de la Tierra se encontraron unidos en un único supercontinente llamado Pangea, pero que a través de un proceso que denominó "deriva continental", se hallaban inmersos en una lenta pero constante danza sobre el manto terrestre que los mantendrían uniéndose y separándose repetidamente durante millones de años.
Para respaldar su visión, Wegener apeló a un mosaico de pruebas, entre ellas la semejanza de las líneas costeras y la dispersión de fósiles y vegetales en continentes distantes. También observó que los bordes de Sudamérica y África encajaban de manera notable, como si fueran piezas de un rompecabezas; y además, señaló que los fósiles de ciertos animales y plantas eran idénticos en ambos lados del Atlántico, lo que sugería que estos continentes estuvieron una vez conectados.
Sin embargo, ideas revolucionarias de Alfred Wegener sobre la deriva continental enfrentaron una fuerte oposición inicial por parte de la comunidad científica en su época. Principalmente, se le reprochó la falta de un mecanismo sustancial que articulase cómo los continentes podrían navegar por la corteza terrestre.
La transformación llegó, 50 años después, en la década de 1960, cuando se reveló la arquitectura interna de la Tierra y la dinámica de su corteza, dando a luz a la teoría de la Tectónica de Placas, la cual proporcionó un mecanismo convincente para la deriva continental de Wegener, cuya devoción por la verdad y audacia para desafiar el paradigma establecido lo convirtieron en un modelo para los científicos de todas las épocas. Su legado hoy perdura en la manera en que exploramos y comprendemos la Tierra y sus procesos en constante cambio.