"Solo usamos un 10% de nuestro cerebro". Este es, quizás, uno de los mitos más extendidos que existen. De hecho, un estudio llevado a cabo en el 2012 por un equipo de psicólogos de la Universidad de Ámsterdam concluyó que más del 50% de los profesores de primaria y secundaria enseñaban este mito en sus clases. Quizá alguno de ellos realmente lo piense teniendo en cuenta a su alumnado, pero debemos romper con esta teoría pseudoneurocientífica de una vez. Usamos el 100% de nuestra capacidad cerebral, es algo que está comprobadísimo. Pero ¿por qué se ha vuelto tan viral este mito?, ¿qué tiene de especial?

Bueno, no podemos negar que es un mito esperanzador. Piénsalo, si solo utilizas el 10 % de tu cerebro, ¡tienes margen de mejora! Y eso es un verdadero bote de salvación en muchas ocasiones. Tantas estupideces que cometemos, con todo lo que nos costaron las mates en el instituto, tantos trenes que se nos escapan... Al final consuela pensar que es porque, bueno, solo usamos el 10% del cerebro. Así que el día que nos pongamos en serio, podremos potenciar sus funciones y dejar de hacer chorradas.
En la película Lucy, del 2014, protagonizada por Scarlett Johansson, se partía precisamente de esa premisa. Dado que todos los seres humanos usamos el 10 % de nuestro cerebro, ¿qué podría llegar a pasar si un individuo usase su cerebro en un mayor porcentaje? Pues Scarlett lo consigue, llega a su 100% cerebral y puede con ello hasta romper puertas dimensionales. Como podéis imaginar, es una película llena de poderes mentales totalmente pseudocientíficos.
Lamento mucho decirte que ya estás a tope, que no hay más por donde rascar. El cerebro se utiliza a plena capacidad, todas las células están ahí para hacer algo. Pero aquí te lanzo un pequeño spoiler: aunque lo usemos en su totalidad, sí tenemos margen de mejora porque podemos llegar a emplearlo mejor.
Usamos todo nuestro cerebro
La idea de que el 90% de nuestro cerebro no realiza ninguna función se cae por sí sola cuando analizamos cuál es el total de energía que consume este órgano. Los perros usan aproximadamente un 5% de toda la energía disponible en su organismo para hacer funcionar el cerebro. Pero si nos fijamos en los humanos, este porcentaje se multiplica por cuatro: nada más y nada menos que el 20 % de toda la energía con la que contamos es consumida por nuestro cerebro.
Y ese porcentaje se mantiene constante siempre, ya sea que estemos compitiendo en un triatlón, leyendo a Nietzsche, estemos tumbados en el sofá mirando un programa basura o durmiendo. Increíble pero cierto. De esta manera, con un simple cálculo podemos ver que, si solo trabaja una décima parte de nuestro cerebro, este necesitaría un 200% de energía para alimentarlo a su máxima capacidad. No cuela.
La razón de que nuestro cerebro, siendo relativamente pequeño (1,5 kg de peso), consuma un porcentaje de energía mayor que el de un perro, un elefante o una ballena, es que es muy denso. Tiene un montón de neuronas compactadas; de hecho, es el cerebro más compactado de todo el reino animal. Eso explica que seamos seres inteligentes que se han autodenominado Homo sapiens («los que piensan»). Inteligentes y muy humildes.
Lesiones cerebrales
Como bien sabes, el cerebro es un órgano extraordinariamente importante y sensible. Las lesiones que ocurren en el cerebro, por pequeñas que sean, pueden ocasionar una limitación muy severa de las funciones vitales. Esa es otra de las razones que desmonta el mito del 10%, ya que, si solo usásemos ese pequeño porcentaje, una lesión cerebral no debería conllevar ningún tipo de efecto en la mayoría de los casos, porque el daño ocurrirá con mucha probabilidad en lugares que no se usan para nada. Sin embargo, no es así.

Cuando hablamos de funciones cerebrales no solo nos referimos a funciones motoras o sensoriales; existen un sinfín de funciones en nuestro cerebro que controlan comportamientos típicamente humanos además de los instintos más primarios. De hecho, llegar a averiguar muchas de esas funciones fue un problemón que tuvo que resolverse durante el desarrollo de la neurobiología. A principios del siglo xx, apenas se conocía cuál era la función del lóbulo frontal o los lóbulos parietales, porque lesiones que se daban en esas áreas no comprometían ninguna función muy notoria, como podía ser moverse, ver o hablar.
Durante décadas se las llamó áreas silenciosas. Pero poco a poco se fueron descubriendo funciones típicamente humanas en esas áreas. ¿La capacidad de insultar gratuitamente en Twitter? Pues algo similar. En esas áreas residen los circuitos que nos permiten razonar, planificar, tomar decisiones y adaptarnos a diferentes circunstancias.
Si hablamos de daño cerebral es imposible no nombrar el caso más famoso de la historia, el sufrido por Phineas Gage en 1848. Phineas tenía 25 años por aquel entonces y trabajaba en la construcción de las vías del ferrocarril en Cavendish, un pequeño pueblo en lo más profundo de Estados Unidos. Al igual que otros días, el equipo de trabajo tenía que perforar la roca vertiendo pólvora y comprimiéndola con una barra de hierro. Pero ese día, la fricción de la barra de hierro con la roca hizo saltar una chispa y... ¡bum! La barra salió por los aires y atravesó el cráneo de Phineas de extremo a extremo.
Sin embargo, ante la sorpresa de sus colegas de trabajo, Phineas se levantó. Seguía vivo. Lo llevaron rápidamente al hospital, donde le retiraron la barra y, después de detener la hemorragia y tratar la posible infección, se convirtió en objeto de estudio. La barra le había dañado la región prefrontal y los médicos se percataron de que no había perdido ninguna de sus capacidades motoras y podía hablar, oír, oler y recordar. Todo parecía estar en orden. Pero algo cambió en su comportamiento. El análisis médico reveló que había perdido el equilibro entre sus facultades intelectuales y sus instintos animales: «Es irregular, irreverente, entregándose en ocasiones a la blasfemia más grosera (...), manifestando muy poco respeto por sus compañeros, incapaz de contenerse cuando entra en conflicto con sus deseos, en ocasiones pertinazmente obstinado, pero caprichoso y vacilante».
Gracias a lesiones cerebrales como esta (y otras menos llamativas), la neurobiología ha podido saber cuál es la función de distintas áreas cerebrales. En el caso de Phineas, su lesión dio a conocer que en el lóbulo prefrontal reside la contención de los impulsos más primarios de acuerdo con las normas sociales.
Hay otras regiones cerebrales que tienen funciones también un tanto singulares. Por ejemplo, lesiones en la región frontal medial generan una falta de expresividad facial emocional, tanto fingida como espontánea, que no puede ser explicada por un trastorno motor.
Afortunadamente, hoy en día no es necesario esperar a que alguien tenga un trágico accidente para estudiar su cerebro. La ciencia y la tecnología avanzan a buen ritmo y gracias a técnicas como la tomografía por emisión de positrones (PET) y la imagen por resonancia magnética funcional (MRI) podemos conseguir imágenes cerebrales que nos indican la actividad cerebral en tiempo real.
Así sabemos que, salvo en casos de lesiones severas, ictus, etc., no hay nunca una zona cerebral que esté silente, que no muestre actividad. Incluso mientras dormimos se aprecia actividad en todas las áreas cerebrales (de lo contrario no soñaríamos) y el cerebro se sigue encargando de la respiración, el control de la temperatura corporal, el latido cardíaco y muchas otras cosas más.
De dónde surge el mito
Queda claro. No usamos solo un 10% del cerebro, lo necesitamos por completo para ser seres humanos mínimamente funcionales. Entonces, siendo algo tan obvio, ¿de dónde nace el mito?
Quizá comenzó con William Sidis, un niño prodigio. Se dice de él que leía el periódico con solo 18 meses, a los 8 años hablaba ocho idiomas y había inventado uno nuevo y a los 11 años fue aceptado en la Universidad de Harvard. William James, uno de los psicólogos que estudiaron este caso, declaró en una entrevista acerca de este muchacho que «la gente solo ejercitaba una fracción de su potencial mental total».
Esa frase de oro fue tomada por la charlatanería y las ganas de vender libros de autoayuda. En el siglo xx se publicaron varias obras bajo la promesa de ayudar a despertar ese 90 % latente de nuestro cerebro. Todo lo que se cuenta en esos libros es falso. Y, por supuesto, ese mito no fue creado por Albert Einstein, otro bulo muy difundido por redes sociales.
De todos modos, es cierto que varios descubrimientos en neurociencia ayudaron a expandir el mito durante el siglo pasado, eso sí, sin pretenderlo. Por ejemplo, se descubrió que las neuronas solo son el 10% de las células que componen nuestro sistema nervioso central. El otro 90% son células de apoyo, que dan protección y alimento a las neuronas, llamadas células gliales. Por tanto, la parte excitable del cerebro sería solo un 10% de su totalidad.
Se descubrió también que en el cerebro existen neuronas que permanecen inactivas en determinados momentos, o sea, que no todas están conduciendo corriente eléctrica todo el tiempo. Es lógico, solo usamos las neuronas que necesitamos en cada momento, sería inútil usar al mismo tiempo las moto- neuronas que nos permiten abrir y cerrar la mano derecha. De hecho, cuando más neuronas de lo normal se ponen a trabajar de manera sincronizada se puede producir un ataque epiléptico. Esta desactivación neuronal, además, proporciona un importante ahorro de energía, igual que ahorramos energía en casa apagando la luz de las habitaciones que no utilizamos.
NO LO PODEMOS UTILIZAR MÁS, PERO SI MEJOR
Nos guste o no, usamos todo nuestro cerebro, es decir el 100%, pero existe un margen de mejora en la manera en que lo utilizamos. Una de las pruebas que demuestra que empleamos el cerebro en su totalidad es que este órgano consume el 20 % de toda nuestra energía, y este porcentaje se mantiene siempre constante, ya sea que estemos durmiendo, leyendo o corriendo una carrera. De ello podemos deducir que si solo empleáramos una décima parte de nuestro cerebro, necesitaríamos un 200 % de energía para alimentarlo a su máxima capacidad.
Sí es cierto que solo un 10 % de las células de nuestro sistema nervioso central son neuronas; el resto, las células gliales, son las que dan apoyo y alimento a las neuronas. En ocasiones, según la actividad que estemos realizando, algunas neuronas permanecen inactivas, pura cuestión de ahorro energético. Por tanto, no lo podemos utilizar más, pero lo podemos utilizar mejor: duerme, come bien, ejercítate y, sobre todo, sigue leyendo ciencia.
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Ahora, de la mano de RBA Libros, han lanzado Mitos de la ciencia: verdades y mentiras del conocimiento científico, un libro de divulgación en el que buscan resolver y aclarar todos aquellos mitos que rodean a la ciencia.