Paul Salopek, periodista galardonado y Explorador de National Geographic, emprendió una andadura narrativa de 34.000 kilómetros alrededor del mundo en el marco del proyecto Caminata Más Allá del Edén (Out of Eden Walk). Siguiendo los pasos de nuestros antepasados humanos, Paul nos envía sus crónicas desde el terreno, en este caso desde la provincia de Shaanxi, en China.
Baishe, provincia de Shaanxi (China): 35º 13’ 23” N, 109º 59’ 30” E
China fabrica unos 12.600 millones de pares de zapatos al año, es decir, el 63% del mercado mundial. También produce el 70% de los teléfonos del planeta, el 80% de las células fotovoltaicas del mundo y el 90% –como mínimo– de los ordenadores personales que maneja la humanidad. Además, en este país hay más personas que viven en cuevas –entre 30 y 40 millones– que en ningún otro lugar de la Tierra. ¿Pero quién, me pregunto, confecciona el censo de esta población?
Liu Lifeng y yo recorremos a pie el norte de la provincia de Shaanxi. Liu es especialista en cultura, viajera del mundo y exjugadora de baloncesto. Es oriunda de Shaanxi. Juntos compartimos las extenuantes subidas y bajadas por los barrancos agostados de la famosa meseta de Loess, o de Huangtu, que en chino significa literalmente "meseta de tierra amarilla". Alcanzamos una arboleda raquítica. Las hojas están parduscas por arte del frío. Nos hallamos en la aldea de Baishe. Rostros castigados por el viento nos observan con ojos entornados… desde las entradas de las cuevas.
"Calentito en invierno, fresco en verano –dice Tong Yue, enunciando un eslogan inmobiliario que a buen seguro data del Pleistoceno–. Y salen baratas de construir".
La cueva de Tong no es natural. Como decenas de miles de otras yaodong –o casas cueva– que horadan la Shaanxi rural, es un producto del ingenio humano basado en un material superabundante en la región: la tierra. Más concretamente, el loess amarillo arrastrado por el viento desde Mongolia: millones y millones de toneladas de limo transportado por las tormentas de polvo y compactado en sedimentos ocres que alcanzan cientos de metros de grosor. Esta tierra tan viajada lo recubre todo en el norte de Shaanxi. Los coches. Los huertos. Los fideos del almuerzo. Las pestañas. Los sueños. Su textura es lo bastante blanda para darle forma con una pala y lo bastante densa para generar aislamiento térmico. Un sustrato perfecto en el que cavar cuevas. La construcción de cuevas es cooperativa. Y funciona más o menos así.
Tras meterse entre pecho y espalda varias dosis fortificantes de baijiu, un licor elaborado a partir de cereales que te hace saltar las lágrimas, Tong y sus vecinos dibujan en el polvo un cuadrilátero de 12 por 12 metros. Y con ello da comienzo una ardua fase de excavación a mano que se prolongará meses. Imagine una piscina perfectamente cuadrada –sin agua, por supuesto– de 6 metros de profundidad, si no más: es el patio hundido, el llamado dikengyuan.
Paul Salopek
Interior de un hotel yaodong en Baishe. Hay todo el té que uno pueda beber y un ventilador de aire caliente.
Las viviendas cueva se excavan en la parte inferior de las paredes de este patio-foso. Son habitaciones de techo curvo que se adentran nueve o diez metros en el subsuelo. Los accesos se protegen de la intemperie con puertas de tablones y elegantes ventanas de guillotina. Los interiores están encalados, y todavía hoy, con China en plena era de la electrificación universal, se calientan con una estufa de leña o de carbón encastrada en una gran plataforma elevada de hormigón. Son las kang, o camas calefactadas. (En la meseta de Tierra Amarilla hace frío). El efecto general es acogedor, en cierto sentido postapocalíptico.
Hay más personas viviendo en cuevas en China -entre 30 y 40 millones- que en ningún otro lugar de la Tierra
Hace 30 años, cuando todavía no se habían impuesto los métodos de construcción modernos, las aldeas subterráneas como Baishe eran prácticamente invisibles para los transeúntes.
"Pero la mayoría nos mudamos a la superficie en los años noventa –explica Tong, un agricultor de 66 años que se dedica al cultivo de manzanas–. Es que da mucho trabajo pasarse el día cargando cosas arriba y abajo desde tu cueva".
Tiene razón. Buena parte de los vecinos mayores de Baishe han optado por casas normales. O directamente se han marchado de la aldea. Cientos de millones de chinos de las áreas rurales han emigrado a las ciudades en las últimas décadas. Los curtidos habitantes de la meseta de Loess han sumado un escalón intermedio a esa evacuación masiva: primero migran en vertical, luego en horizontal. Liu y yo vislumbramos al pasar centenares de casas cueva abandonadas. Algunas están cerradas con candado. Otras, abiertas de par en par, francas a los vendavales. Los pastores estabulan sus rebaños en casas excavadas en las laderas que ya se han quedado vacías. Las pezuñas afiladas de las ovejas pulverizan los cascos de vajillas viejas, mezclándolas con la tierra.
Mao y Xi Jinping llegaron a vivir en casas cueva
Y, por todo lo anterior, recorrer el norte de Shaanxi no deja de antojarse un tanto inquietante, como si vagásemos por un inmenso diorama de la vida cavernícola, pero desierto.
Paul Salopek
Muchas casas cueva, que otrora albergaron a millones de personas en la provincia rural de Shaanxi, están ahora cerradas y abandonadas. Hoy la gente construye casas modernas en superficie o se muda a las ciudades.
"Ahora están rellenando los patios hundidos para cultivar en esa tierra", dice Xi Bao An, quien intenta salvar el yaodong de su familia en Baishe alquilándolo como alojamiento turístico con encanto.
Las casas cueva han tenido un protagonismo inesperado en la historia reciente de China. Mao vivió en una de ellas cuando estableció su cuartel general en el arenoso norte de Shaanxi. Otro tanto hizo el actual presidente de China, Xi Jinping, quien de adolescente fue enviado por el Partido Comunista al interior del país para trabajar en labores agrícolas. Las aldeas de cuevas de la meseta de Loess hicieron las veces de avanzadas en la guerra civil china. Algunas se utilizaron como campos de reeducación durante la Revolución Cultural.
"Hace poco regresó el hijo de uno de aquellos prisioneros –dice Xi, el hotelero de la cueva, en tono esperanzado–. Alquiló un complejo de tres cuevas para dar una gran fiesta de negocios".
Liu y yo nos alojamos en el establecimiento de Xi. Las habitaciones subterráneas son sobrias, limpias, con un aire a búnker. En el agudo silencio geológico, pongo los pies en alto junto a un calefactor. La almohada de la cama de plataforma lleva estarcida una frase en inglés: "I hope you're here for me" ("Espero que estés aquí por mí"). Fuera, el cielo helado del amanecer se materializará en forma de cuadrado.
National Geographic Society, comprometida con la divulgación y protección de las maravillas de nuestro planeta, financia al Explorador Paul Salopek y el proyecto Caminata Más Allá del Edén desde 2013. Explore el proyecto aquí. Siga a Paul en X (antes Twitter) aquí @outofedenwalk.