Para la ambientóloga Miriam Cuesta, una jornada típica de trabajo de campo en las islas Azores requiere un viaje en barco desde la isla de Faial hasta la isla de Pico. Después de desembarcar, toca abrirse paso por caminos impracticables hasta encontrar las cámaras infrarrojas que ella misma instaló junto a los nidos inaccesibles de pardelas Atlánticas (Calonectris borealis). Revisión del dispositivo, cambio de baterías… y vuelta a empezar. Ida y vuelta cada 4 o 5 días durante meses.

La Exploradora de National Geographic Míriam Cuesta ayudó a desvelar un comportamiento nunca antes documentado por la comunidad científica.

Vídeo: Una Exploradora de National Geographic desvela cómo se preparan las crías de pardela atlántica para la edad adulta

Pero este esfuerzo merece la pena, pues los datos recabados por las cámaras han servido para estimar a qué edad abandonan el nido los polluelos de estas aves y cómo se preparan para ir al mar, un comportamiento rara vez documentado por la comunidad científica. No es para menos, pues acceder a la intimidad de las pardelas atlánticas durante la etapa de crianza no es nada fácil, teniendo en cuenta que tienen hábitos nocturnos y anidan en lugares inaccesibles.

Un ave marina muy vinculada a las Azores 

La pardela atlántica es un ave marina migratoria que llega a partir de febrero a las Azores guiada por las corrientes oceánicas del Atlántico. Desde allí viajarán con los vientos predominantes hasta las zonas de invernada, como las costas de Brasil y Uruguay y frente a la costa sur de África, desde donde regresará al hemisferio Norte. Solo pisan tierra firme para reproducirse, lo que ocurre después de 4 y 7 años, y gran parte de ellas encuentra su hogar en las Azores, un archipiélago en el que nidifica un 75% de la población mundial de esta especie.

No es precisamente un ave desconocida para la comunidad científica, incluso está protegida por la directiva 2009/147/CE de la Unión Europea para la conservación de aves silvestres. Sin embargo, hasta la fecha se tenía poco conocimiento sobre algunos aspectos fundamentales de su ciclo reproductivo, entre ellos, el abandono del nido, un momento clave para la supervivencia en el mar de la especie.

Cámara de infrarrojos
Miriam Cuesta

Cuesta instaló una quincena de cámaras infrarrojas como esta, colocada en un árbol para documentar el comportamiento de los polluelos de pardela atlántica durante la noche. 

Cámaras colocadas estratégicamente
Miriam Cuesta

Para monitorear el comportamiento de las crías, Miriam Cuesta ocultó sus cámaras infrarrojas (a la izquierda) entre la vegetación orientadas hacia la entrada de los nidos (a la derecha).

Un estudio publicado el año pasado en la revista Journal for Nature Conservation documentó cómo afectan las condiciones oceánicas a los parámetros reproductivos y la supervivencia de los pollos volanderos caídos al suelo, desorientados por las luces artificiales, lo que redundaba en un aumento de la mortalidad de un ave que ya de por sí tiene un ritmo reproductivo muy lento, pues ponen un único huevo que no reemplazan en caso de pérdida. Por ello, para proteger mejor a esta especie, científicos y conservacionistas necesitan más datos sobre el comportamiento de la especie, especialmente sobre el paso de los pollos a la edad adulta. Cuesta, Exploradora de National Geographic, se propuso junto a su equipo de investigadores descubrir cómo se las arreglaban los polluelos para llegar solos hasta la costa, especialmente en una isla con tanta vegetación como la de Pico. 

Monitoreo de las crías
Andreia Silva

La Exploradora de National Geographic Miriam Cuesta sostiene un pollo de aproximadamente 90 días de edad. El monitoreo de los nidos de esta colonia de pardelas atlánticas ha permitido recabar nuevos datos sobre el comportamiento nocturno de la actividad de estas aves marinas en las Azores.

Excursiones nocturnas

Después de visionar el contenido de una quincena de cámaras infrarrojas distribuidas por distintos nidos, Cuesta confirmó que las visitas parentales son cada vez menos frecuentes: a medida que las crías se desarrollan y crecen, los padres solo visitan el nido ocasionalmente por la noche. “Después de la eclosión del huevo, ambos progenitores vuelven al nido para turnarse en el cuidado del polluelo, pero cada vez lo van dejando más solo", explica la investigadora. "Así, aproximadamente a los 3 meses de edad, la cría está desarrollada y tiene la capacidad de buscar alimento por sí misma”.

Antes de abandonar el nido definitivamente, viene el momento clave: empiezan a explorar el entorno, realizando una serie de excursiones que se prolongaban de promedio unos 27 días y en las que parecían estar preparándose para la vida adulta: estiraban las patas, movían las alas y se acicalaban las plumas para impermeabilizarlas, un requisito indispensable para unas aves migratorias que pasan la mayor parte de su vida en el mar. Regresaban siempre al amanecer, pero en una misma noche podían entrar y salir del nido varias veces.

A medida que los progenitores reducen las visitas al nido, los polluelos empiezan a aventurarse para para explorar su entorno.

Cuesta lo compara con el calentamiento de un deportista. “Del mismo modo que un jugador de fútbol realiza estiramientos antes de salir del campo, los polluelos de pardela atlántica se preparan para salir al mar”, argumenta la investigadora, quien descubrió en sus vídeos que las pardelas no solo 'calentaban', sino que también trepaban y exploraban su entorno.

un ave de gran importancia ecológica

Además de documentar un aspecto clave del ciclo de vida de un ave tan esquiva, Cuesta espera que su trabajo sirva para facilitar la conservación de la especie. Las cámaras no solo registraron el comportamiento de las crías de pardela atlántica, sino también probó que la colonia era frecuentada por gatos silvestres, uno de los cuales llegó a comerse un polluelo. Envío el vídeo al departamento de Políticas del Mar del Gobierno de las Azores, para alertar sobre el peligro de la reproducción descontrolada de estos felinos. La investigadora espera que su trabajo ayude a los conservacionistas a desarrollar nuevas estrategias de conservación que pongan en valor unas aves, que, junto a las ballenas y las tortugas, también son una parte indispensable de la biodiversidad de las Azores.

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