En la primavera del año pasado mi marido y yo visitamos el Ártico como parte de una expedición de National Geographic. Era la primera vez que lo pisábamos y nos impactó la escala de su ruda belleza, la blancura azulada de los glaciares refulgiendo al sol de medianoche y la riqueza de su fauna. Nunca olvidaré la escena de una morsa formidable plantando cara a un joven oso polar (que con gran sensatez decidió seguir su camino).

Tampoco olvidaré el instante en que el capitán del barco, Leif Skog, anunciaba que habíamos llegado al punto más septentrional jamás alcanzado por aquella expedición. Comprendimos que era una noticia relevante; no en vano Skog llevaba cuarenta años navegando por las aguas polares. Qué maravilla, pensamos en un principio.

Pero enseguida la maravilla se convirtió en amargura cuando entendimos por qué habíamos llegado tan lejos: el hielo que normalmente bloquea el avance de los buques hacia el norte se había fundido. En este número analizamos este y otros efectos del cambio climático en el Ártico, desde la reconfiguración de las fuerzas geopolíticas hasta la vulnerabilidad de la biodiversidad.

«Lo que en otros tiempos se consideraba un desierto helado, hoy se describe como una oportunidad emergente. En otras palabras, el Ártico se ha convertido en un negocio lucrativo», dice Neil Shea, autor del artículo «La nueva guerra fría», en el que aborda la intensa competición de los países que bordean el punto más septentrional del planeta por hacerse con las vías marítimas y los recursos ocultos bajo el hielo. En el reportaje se alerta sobre un hecho alarmante: el rápido retroceso de la banquisa estival, hielo marino flotante que todavía cubre buena parte del océano Ártico durante la época de deshielo.

Lo que vi en el Ártico, y lo que leerán aquí, da que pensar. Ojalá anime a actuar. Con suerte nos alentará a hacer cuanto esté en nuestra mano para frenar el avance del cambio climático. Gracias por leer National Geographic.

Publicado en la revista National Geographic España en septiembre de 2019.