Nesha Ichida se arrodilló en una laguna de color turquesa del archipiélago indonesio de Raja Ampat y acunó a una cría de tiburón. La criatura que coleaba entre sus manos parecía la fantasía de un niño. Era fina y musculosa, con manchas oscuras, y su cuerpo estaba rodeado de rayas y círculos pálidos que descendían en espiral por una cola que parecía no tener fin.

Una cría de tiburón cebra es liberada
David Doubilet y Jennifer Hayes

La científica marina indonesia Nesha Ichida conduce con delicadeza a una cría de tiburón cebra por un corral marino del Centro de Investigación y Conservación de Raja Ampat, en la isla de Kri. Un equipo de «niñeros de tiburones», o cuidadores, pesará y medirá al animal la víspera de su suelta como parte del chequeo final.

Era un tiburón cebra de 15 semanas. Como todos los de su especie, se desarrolló dentro de un huevo. Solo que la puesta de ese huevo tuvo lugar en un acuario de Australia, que luego se envió por avión a Indonesia, donde eclosionó en uno de los tanques de un nuevo criadero de tiburones.

Los padres de la cría habían sido capturados años antes en aguas del norte de Queensland, donde abunda el tiburón cebra. Pero en Raja Ampat, a unos 2.400 kilómetros al noroeste, la especie casi ha desaparecido, víctima del comercio mundial de tiburones. Entre 2001 y 2021, los investigadores solamente identificaron tres individuos en más de 15.000 horas de búsqueda.

Aquella cría era el producto de una idea brillante. Científicos de decenas de los acuarios más famosos del mundo habían convenido que criar en cautividad varias especies amenazadas de tiburones y rayas para soltar las crías en distintos puntos del planeta podría contribuir a la recuperación de estos depredadores oceánicos...y quizá del propio mar. El primero sería el tiburón cebra. Ichida, científica marina indonesia, se disponía a liberar el primer ejemplar.

Por eso aquel tórrido día de enero, al pie de las formaciones calizas de las remotas islas Wayag, a unos 140 kilómetros en barco desde la ciudad más cercana, yo observaba el coleteo de aquella criatura entre sus manos. Ichida, normalmente expresiva y alegre, se mostraba apagada.

Había dedicado meses a preparar aquel tiburón para una nueva vida. Incluso le había puesto nombre: CharlieY ahora llegaba el momento de despedirse.

Abrió las manos y Charlie se escabulló, curvando la larga cola al zambullirse en dirección al fondo arenoso y un futuro insondable.

Tiburón cebra
David Doubilet y Jennifer Hayes

El tiburón cebra se considera amenazado a escala global, pero varios acuarios con ejemplares de esta especie –entre ellos el Shedd de Chicago– hacen que los adultos se apareen y produzcan huevos para enviarlos después a Indonesia.

Una de cada 11 especies de fauna y flora marinas evaluadas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) está en peligro de extinción. La lista incluye a los dugones, así como a algunas especies de orejas de mar, de corales, de gobios, de peces roca, de atunes y de ballenas. Pero pocas especies están sometidas a un exterminio tan veloz como los tiburones y las rayas. Pese a haber sobrevivido a cuatro extinciones masivas a lo largo de 420 millones de años, hoy en día los únicos vertebrados que desaparecen a mayor ritmo que ellos son los anfibios. Se calcula que el 37 % de las especies de tiburones y rayas corren riesgo de extinguirse, según una investigación dirigida por Nicholas Dulvy, reputado experto en tiburones de la Universidad Simon Fraser, en la Columbia Británica.

La causa principal es la sobrepesca. Las capturas, legales o ilegales, son uno de los peligros que afrontan todas las especies amenazadas de tiburones, y son la única amenaza importante para dos tercios de ellas. Cada año se consume la carne de millones de tiburones en todo el planeta. Y se preparan sopas con sus aletas, sobre todo en Asia.

Los tiburones son esenciales para el mundo marino. Mantienen a raya las redes tróficas marinas, depredando criaturas más menudas que de otro modo podrían proliferar en exceso y destruir los sistemas naturales que dan de comer a miles de millones de humanos. Para proteger a los tiburones, hay que poner fin a la sobrepesca. Pero mientras tanto, ¿es posible reparar parte del daño que ya se ha hecho? ¿Podemos alejar a los tiburones del borde del abismo si los criamos en cautividad y los devolvemos después a su hábitat natural, no de cualquier manera, sino con la guía del conocimiento científico más avanzado? Esas fueron las preguntas que impulsaron a Mark Erdmann, científico marino de Conservation International, a convencer a varios acuarios para que se uniesen en la fundación de ReShark.

Las islas Wayag

Las islas Wayag, en el norte de Raja Ampat, son un laberinto de playas de arena, lagunas turquesa y torres de caliza. En otro tiempo sus aguas estaban llenas de barcos de pesca, que casi acabaron con el tiburón cebra. Hoy forman un área marina protegida, patrullada por guardas, que ofrece refugio a tiburones, rayas, tortugas y otras especies marinas.

El colectivo, que aúna a 75 socios de 15 países –incluidos 44 grandes acuarios–, pretende soltar 585 crías de tiburón cebra en Raja Ampat en un plazo de 10 años. El objetivo es sembrar la semilla de una población salvaje autosostenible y luego aplicar la misma técnica a otras especies de tiburones. No a un par de ellas, sino al mayor número posible, apunta Lisa Hoopes, directora sénior de investigación y conservación del Acuario de Georgia, sito en Atlanta y socio de ReShark.

Es habitual que la ciencia luche contra las extinciones reintroduciendo especies. Se ha hecho con el panda gigante en China, con el tití león dorado en Brasil, con el cóndor californiano en Estados Unidos. Pero las reintroducciones marinas son tan complejas como infrecuentes. Los océanos son inmensos; la fauna marina, difícil de rastrear; las amenazas, complicadas de gestionar. «Todo es más difícil cuando hay mar de por medio», afirma el biólogo marino David Shiffman.

Mapa Islas Raja Ampat
Rosemary Wardley, Ngm. Fuentes: Instituto De Conservación Marina, Mpatlas; Carta Batimétrica General De Los Océanos; Green Marble; Agencia Indonesia de Información Geoespacial

AGUAS PROTEGIDAS 

Los científicos creen que los tiburones cebra reintroducidos se quedarán en los fondos someros arenosos cerca del primer santuario de tiburones y rayas del Sudeste Asiático.

En 2017 un equipo de investigación trató de capturar vaquitas marinas, una marsopa diminuta endémica del golfo de California que sucumbía por accidente en las redes de enmalle ilegales.

La idea era reubicarlas en santuarios y reintroducirlas una vez que el Gobierno mexicano hubiese puesto coto a la actividad pesquera. Pero aquel proyecto se suspendió en cuanto el estrés acabó con la primera vaquita adulta capturada.

Así y todo, cada vez son más los científicos que admiten que los animales cautivos pueden ser clave para repoblar el mar. Al año siguiente de morir aquella vaquita, una comisión de la UICN instó a los expertos a seguir ideando formas seguras de capturar delfines, porque era muy posible que hiciesen falta reintroducciones para salvar otras especies, como la franciscana o delfín del Río de la Plata de América del Sur, o el delfín africano de joroba de África occidental.

No es la primera vez que a alguien se le ocurre devolver al mar crías de tiburón. Un acuario de Malta cría y suelta al Mediterráneo crías nacidas de huevos obtenidos de tiburones muertos que se venden en las lonjas de la zona. Otro acuario de Suecia suelta crías de peces gato en un fiordo. Pero esas iniciativas, por bienintencionadas que sean, se parecen más a los zoos que abren las jaulas para soltar al exceso de loros que a programas diseñados ex profeso para recuperar poblaciones mermadas. Su alcance es minúsculo y a menudo ni siquiera se ocupan de especies amenazadas. Además, por norma general suelen esquivar la cuestión más espinosa: hasta que no se ponga fin a la sobrepesca allí donde se sueltan tiburones, añadir más ejemplares no recuperará las especies.

Tiburones de arrecife de puntas negras
David Doubilet y Jennifer Hayes

Unos tiburones de arrecife de puntas negras patrullan las someras praderas submarinas cerca de Kri. Hoy comunes, apenas se veían antes de que Raja Ampat crease una red de áreas marinas protegidas. Se habían matado tantos tiburones cebra que los científicos dudaban de si habría suficientes para procrear.

Por eso Dulvy, tras 11 años copresidiendo el grupo de especialistas en tiburones de la UICN, inicialmente recibió el plan de ReShark con escepticismo. Sabía perfectamente que las poblaciones de tiburones no se recuperan por arte de magia con tan solo soltar animales en el mar. Había visto demasiados experimentos mal diseñados. «Estaba cansado de proyectos esperanzadores pero inútiles», recuerda. De modo que formuló preguntas peliagudas… y se quedó gratamente sorprendido con las respuestas. «Esta iniciativa es otra cosa».

Su sucesora en la UICN, Rima Jabado, coincide con él. Afirma que es la primera reintroducción de tiburones que ha visto que «puede crear la posibilidad de que las especies no se extingan».

Desde el aire, Raja Ampat parece casi mágico. Exuberantes bosques de palmeras, caobas y árboles frutales tropicales tapizan cientos de islas calizas. Atolones, cayos arenosos y bahías de manglares color esmeralda dan paso al azul intenso en que confluyen los océanos Índico y Pacífico.

Estas aguas se cuentan entre las más biodiversas del planeta, hogar de unas 1.600 especies de peces y tres cuartas partes de las especies conocidas de corales duros. «No solo es un hervidero de vida que bulle de actividad hasta en el último centímetro cuadrado, sino que además luce una diversidad de colores que quita el aliento», dice Erin Meyer, vicepresidenta de colaboraciones y programas de conservación del Acuario de Seattle, uno de los gestores del proyecto del tiburón cebra.

Meyer caminaba por el embarcadero de un nuevo criadero de tiburones habilitado en la costa de la isla de Kri, 105 kilómetros al sur de Wayag. A su lado, su colega Ichida estaba metida hasta la cintura en el corral marino en que Charlie se sometía al último reconocimiento físico en la víspera de su suelta. Otro tiburón, Kathlyn, que sería liberada 30 minutos después de Charlie, nadaba alrededor de las piernas de Ichida.

Meyer e Ichida viven separadas por 16 husos horarios, pero dirigen juntas esta operación. Ichida es quien resuelve los problemas sobre el terreno. Fue ella quien pasó los primeros huevos de tiburón por la aduana de Yakarta. Consiguió bombas e instaló tuberías en el criadero. También dirige un equipo de «niñeros de tiburones» encargados de que las crías sorban caracoles y almejas. 

Desde Seattle, Meyer coordina casi todo lo demás. Busca financiación, localiza acuarios en situación de proporcionar huevos y gestiona una lista de colaboradores en constante ampliación. Para ella todo empezó tras una conversación con Erdmann, que había trabajado en Raja Ampat unos 15 años.

Hembra de tiburón cebra comiendo un caracol
David Doubilet y Jennifer Hayes

Una hembra joven de tiburón cebra depreda un caracol en un corral marino en aguas de Kri. Los habitantes de Raja Ampat y los «niñeros de tiburones» recogen en las aguas de la zona los caracoles que luego pesan y reparten por el corral para fomentar la conducta natural de búsqueda de alimento.

En teoría, los tiburones cebra recorren el fondo marino desde Sudáfrica hasta Oceanía, llegando a latitudes tan septentrionales como Japón. En la práctica, están amenazados en casi todo el mundo salvo en Australia y Fidji. Más de cien acuarios los tienen en exhibición, y Erdmann se preguntó si podría reintroducirse la descendencia de aquellos peces. A Meyer le pareció una gran idea, y en la primavera de 2020 ya estaba al frente del comité que elaboraba un plan para hacerla realidad.

Había razones para pensar que el plan podría funcionar en Raja Ampat. Allí, la población de tiburones estaba diezmada tras años de sobrepesca. Pero a finales de los años noventa el archipiélago fundó la primera de las que con el tiempo se convertirían en nueve áreas marinas protegidas, que abarcan unos 20.000 kilómetros cuadrados. En 2012 también se prohibió la pesca de tiburones y rayas en todo Raja Ampat. Los lugareños y en algunos casos autoridades armadas empezaron a patrullar en busca de barcos y redes de pesca ilegales. Para entonces ya se estaban recuperando algunas poblaciones, sobre todo de tiburones de arrecife grises, de puntas negras y de puntas blancas. Pero no la del tiburón cebra.

Pese a su fama de depredadores feroces, pocos tiburones se muestran agresivos con los humanos, y el tiburón cebra es menos peligroso que la mayoría. Ni siquiera en los buenos tiempos fueron demasiado numerosos. Los científicos sospechan que la pesca acabó con tal cantidad de ellos que muy pocos encontraban pareja para aparearse. Ahora, después de tres años de preparación, había llegado el momento. En el corral, Ichida agarró a Charlie y le dio la vuelta, una maniobra que hace que los tiburones cebra se queden inmóviles.

Un «cuidador» midió a Charlie por última vez: 74 centímetros. Talla suficiente, confiaban Meyer e Ichida, para que no se lo zampase un tiburón de puntas negras. Había aprendido a cazar su propio alimento. Con un par de transmisores subcutáneos, los científicos seguirían sus movimientos. Meyer sentía un nudo en la garganta, como una madre nerviosa a punto de despedir a sus pequeños.

Al amanecer cargarían a los dos tiburones en unas neveras y los llevarían en una motora de seis metros de eslora hasta el punto de suelta, un viaje de varias horas. Meyer les prepararía un tentempié para la travesía, vigilando que ambos recibiesen las mismas golosinas: 13 caracoles.

Arrecife coralino de Wayag
David Doubilet y Jennifer Hayes

En un arrecife coralino de Wayag, cardenales y barrenderos transparentes giran y se arremolinan en torno a una gorgonia. Raja Ampat alberga unas 1.600 especies de peces y tres cuartas partes de las especies de coral duro del mundo. Wayag es una de sus regiones más espectaculares.

A nivel global matamos tiburones a tal ritmo que los acuarios jamás podrían reemplazarlos.

Y la reintroducción no surte efecto con todas las especies. Muchas –el tiburón blanco, por ejemplo– son demasiado energéticas para soportar el cautiverio y necesitan espacio para ganar velocidad y mantener en las branquias un flujo de agua suficiente. Algunas recorren tantos kilómetros en sus viajes que costaría establecer áreas de veda de pesca lo bastante amplias. (Si bien los científicos confían en que el acuerdo para proteger los recursos marinos en alta mar tenga efectos positivos).

Las reintroducciones también pueden fracasar. Los alevines pueden sucumbir a enfermedades, ser devorados por tiburones más grandes o tener dificultades para encontrar alimento. Además, la mayoría de las especies paren crías, cuyo transporte es más complicado y oneroso.

Pero hay zonas habitadas por decenas de especies de tiburones potencialmente reintroducibles –desde Mozambique hasta Thailandia, pasando por las Maldivas– donde este enfoque podría funcionar. El equipo de ReShark ya debate qué otras especies podría intentar reintroducir en futuras fases del programa. Entre las opciones están el angelote en Canarias y Gales, el tiburón nodriza en África oriental y los peces sierra. Semanas después de partir de Indonesia, visité a Meyer en unas instalaciones de custodia a pocos kilómetros del Acuario de Seattle. En dos enormes tanques nadaban nueve de los seres más extraños que había visto en mi vida. Eran crías de tiburón raya, una especie en peligro crítico, hermanos de apenas seis meses de edad. Meyer observó a las hembras dando vueltas. «Aunque solo fuesen cuatro… En la naturaleza jamás verías algo como esto», dijo.

Presente en las costas indopacíficas, el tiburón raya es tan codiciado por su carne y sus aletas que se calcula que su población ha caído más de un 80 % en 45 años. A diferencia del tiburón cebra, estas rayas no abundan en los acuarios: apenas hay una cuarentena en cautividad. La especie vive una situación tan crítica que el equipo de ReShark se planteó en su día que fuera una de las primeras en reintroducirse. Pero les pareció demasiado arriesgado. «En realidad no sabemos mucho sobre estos animales», me confesó Meyer.

Suelta de un tiburón cebra en Wayag
David Doubilet y Jennifer Hayes

Nesha Ichida suelta un tiburón cebra en Wayag. La iniciativa fue dirigida por ReShark, un colectivo formado por 44 acuarios de 13 países que espera recuperar muchas poblaciones de tiburones amenazados en distintos puntos del planeta mediante la reintroducción de individuos criados
en cautividad.

El tiburón cebra lleva décadas en estudio. Sobre el tiburón raya existe mucho menos conocimiento científico: no se sabe bien por dónde se mueve, con qué frecuencia se reproduce, hasta qué punto sus poblaciones están relacionadas genéticamente o de qué se alimenta a lo largo de su vida. Ni siquiera está claro cuál es la mejor manera de diseñar reservas marinas para protegerlo. Además, es vivíparo. 

Si estas criaturas recalaron en Seattle fue por un capricho del destino. Las pesqueras taiwanesas dejan redes ancladas al fondo marino, y el pasado junio una hembra de tiburón raya preñada quedó atrapada en una de ellas. Un bróker de pescado reconoció al animal, lo compró y ayudó a proporcionarle un refugio temporal. «Tenía mucho interés en que no entrase en el comercio alimentario», cuenta Meyer. La hembra parió, y el bróker, que conocía ReShark, envió las crías a Seattle.

El plan es estudiar a estos animales al tiempo que se encuentra, o se crea, un lugar protegido donde puedan prosperar. Los científicos planean conectar a los tiburones raya con parejas genéticamente apropiadas y que en unos años empiecen a producir crías reintroducibles. (En mayo, ocho de las crías ya se habían enviado a acuarios de todo Estados Unidos). El equipo de Meyer se mueve rápido, dada la situación de esta especie en la naturaleza. Pero por un momento se conformó con verlos nadar. «Son adorables y preciosos. Ahora mismo me quedo con eso –dijo–. Si esperamos, podemos perderlos».

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David Doubilet y Jennifer Hayes
Ilustraciones de Joe McKendry

National Geographic Society, comprometida con la divulgación y la protección de las maravillas de nuestro planeta, financia la labor de fotografía submarina del Explorador David Doubilet desde 2012. Doubilet y Jennifer Hayes documentan tanto la belleza como la devastación de nuestros océanos.

Craig Welch escribió sobre los retos del crecimiento poblacional en el número de abril de 2023.

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Este artículo pertenece al número de Julio de 2023 de la revista National Geographic.