En esta ocasión los agresores no eran los ácaros Varroa, los pesticidas, el síndrome del despoblamiento de las colmenas ni ninguno de los muchos peligros que acechan a las poblaciones de abejas melíferas del planeta, sino los avispones, que al lado de las pequeñas abejas aterciopeladas parecían monstruosos gigantes de ojos rojos. Eran ataques relámpago: los depredadores atrapaban a las abejas en el aire y se alejaban volando con sus víctimas, que pronto serían despedazadas y ofrecidas como alimento a las voraces larvas de avispón.

Con sus probóscides tubulares, estas abejas de la ciudad alemana  de Langen succionan  el agua que llevarán  de regreso a la colmena, donde la utilizarán para climatizar el ambiente.
Foto: Ingo Arndt

En el combate cuerpo a cuerpo, una abeja no tiene nada que hacer frente al avispón. Con hasta cuatro centímetros de longitud, Vespa crabro está dotado de unas potentes mandíbulas capaces de despedazar insectos más menudos.

Durante los primeros días del asedio, las abejas parecían impotentes ante la masacre de los avispones. «Pensé: “¡Dios!, como sigan así, me matan la colonia entera”», recuerda el fotógrafo Ingo Arndt, en cuyo jardín de su casa en la ciudad alemana de Langen vive la colmena.

Las abejas llegan  a la colmena que  han construido en la oquedad de un árbol, creada y abandonada en su día por un picamaderos negro.
Foto: Ingo Arndt
Estas fotos de una colmena natural de abejas melíferas arrojan luz sobre la  vida que llevan en estado silvestre. Aquí, las obreras construyen nuevos panales con cera mientras otras compañeras acuden  con polen y néctar al interior de la oquedad. A diferencia de las hormigas, que tienen roles especializados, todas las abejas obreras son capaces de llevar  a cabo cualquiera de las tareas necesaria
Foto: Ingo Arndt

Pero conforme avanzaba la semana, las abejas empezaron a ganar terreno. Comenzaron a congregarse cerca del acceso a la colmena para crear un tapiz viviente de guardianes. En cuanto se acercaba un avispón, varias abejas defensoras se abalanzaban sobre el invasor para tumbarlo. Una décima de segundo después, otras compañeras se amontonaban sobre él y lo reducían.

Para proteger la colmena de los avispones depredadores, las abejas se disponen en formación defensiva en el punto de acceso a la cavidad. Elevan las patas anteriores y abren las mandíbulas.
Foto: Ingo Arndt
Cuando se acerca el avispón, lo reducen.
Foto: Ingo Arndt
Una vez reducido se amontonan sobre él para impedir que huya.
Foto: Ingo Arndt

A continuación activan los músculos de vuelo para generar calor. La temperatura corporal del avispón se eleva hasta que sucumbe por hipertermia.
Foto: Ingo Arndt

En el interior de aquella aglomeración de abejas se producía entonces un fenómeno aún más curioso. La abeja es capaz de activar lo s músculos de vuelo a frecuencias tan altas que el tórax empieza a irradiar una pequeña cantidad de calor. Si una docena –o más– de estos insectos activan esos músculos simultáneamente, el grupo logra elevar significativamente la temperatura ambiente.

Las abejas estaban cocinando vivos a los avispones.

«Es de lo más ingenioso», dice el biólogo Jürgen Tautz, quien acaba de jubilarse tras 25 años dedicado al estudio de las abejas melíferas en la Universidad Julius Maximilians de Wurzburgo.

La trampa térmica es un arma poderosa; tanto, que a veces las abejas que están en el interior de esa aglomeración mueren junto con el avispón, sacrificándose así por el bien de la colonia.

Esta es solo una de las facetas del comportamiento de la abeja europea que Arndt ha documentado con un grado de detalle sin precedentes en los últimos dos años. Lleva tres décadas fotografiando la naturaleza, pero al no ser entomólogo, decidió granjearse la ayuda experta de Tautz.

Las abejas recién formadas mastican la cera que sella las celdas para salir de ellas. Al igual que las mariposas, pasan por varios estadios vitales. Eclosionan en forma de larvas que son alimentadas sin cesar por las obreras. Al cabo de unos días, las obreras sellan las celdas con cera, indicando a las larvas que ha llegado el momento de tejer el capullo donde puparán o concluirán su metamorfosis.
Foto: Ingo Arndt

El combate abeja-avispón se ha documentado en especies asiáticas y no coge de nuevas a apicultores de Israel y Egipto, pero hasta ahora nadie había captado este duelo con la cercanía lograda por Arndt. «Es la mejor imagen de este comportamiento que he visto nunca», asegura Thomas D. Seeley, profesor de la Universidad Cornell que lleva medio siglo estudiando la conducta y las interacciones sociales de la abeja melífera.

Tras las primeras escaramuzas, Arndt llegó a ver combates entre avispones y abejas en hasta 10 ocasiones por día. Si la colonia es débil, los avispones pueden aniquilarla con rapidez, pero de momento la pugna que tiene lugar en su jardín continúa, convertida en una guerra de desgaste.

Y estos no son los únicos actores del conflicto. El fotógrafo dice que otras abejas de colmenas vecinas suelen atacar la de su jardín con la intención de robar la miel, sobre todo hacia el final del verano, cuando empiezan a escasear las flores.

Arndt quedó cautivado después de recorrer los bosques del Parque Nacional de Hainich, en Alemania, con científicos que estudiaban abejas silvestres. Pero comprendió que nunca desentrañaría los secretos de estos insectos si los observaba en una caja artificial confeccionada por los humanos para hacerse con su miel. Lo que realmente de-seaba era fotografiar una colmena natural.

Esta es una tarea peliaguda donde las haya. Aunque uno se enfunde en un traje de apicultor y trepe 20 metros hasta el dosel del bosque donde a las abejas les gusta hacer sus nidos, como Arndt hizo en 2018, «lo más emocionante siempre ocurre en el interior del árbol», afirma. Así pues, en febrero de 2019 consiguió el permiso de las autoridades forestales alemanas para acceder a un bosque local y llevarse un haya caída cuyo tronco tenía una oquedad que había sido abandonada por un picamaderos negro, una de las cavidades que más aprecia la abeja europea para crear su colmena. Cortó un trozo del tronco e hizo que se lo trasladaran al jardín de su casa.

Las abejas entrelazan las patas entre sí mientras trabajan en la colmena. Estas cadenas vivientes son muy importantes a la hora de construir los panales, pues la temperatura no debe bajar de los 35 °C para que la cera se mantenga blanda y maleable.
Foto: Ingo Arndt

Luego se puso manos a la obra: con cuatro paredes de contrachapado, construyó un escondite anexo al tronco de 100 kilos, con su pertinente iluminación y un agujero minúsculo por el que asomar disimuladamente su lente macro a través de la parte trasera de la oquedad. Luego extrajo la abeja reina de una colmena cercana y la depositó dentro de la oquedad. A continuación, se dispuso a aguardar dentro del escondrijo con el dedo sobre el botón de la cámara.

En un abrir y cerrar de ojos, las abejas exploradoras procedentes de la colmena original de la reina estaban posándose en el borde de la cavidad del picamaderos. Al poco llegaron más y más abejas, hasta que el tronco era un puro zumbido de decenas de miles de estos sociales insectos silvestres. El enjambre en pleno se instaló allí sin demora.

A lo largo de seis meses, Arndt tomó más de 60.000 imágenes que conforman un retrato nunca visto de las abejas melíferas silvestres. «De ahí su excepcionalidad», afirma Seeley. Los ornitólogos han usado métodos parecidos para estudiar aves, pero es la primera vez que se usa esta técnica para estudiar abejas silvestres.

Los cientos de horas pasados en el escondite tuvieron su recompensa. Cuando hacía calor, Arndt presenciaba los reiterados viajes de las abejas hasta una fuente de agua que él mismo había colocado en las inmediaciones, donde sorbían el líquido con la probóscide y luego regresaban a la colmena. Una vez dentro, ofrecían el agua a otro grupo de abejas, las llamadas aguadoras, cuya labor era regurgitarla hacia el interior de los panales para refrescarlos por evaporación. El efecto de refrigeración se potencia si otras abejas baten con fuerza las alas, acelerando así la evaporación.

A lo largo de seis meses, Arndt tomó más de 60.000 imágenes que conforman un retrato nunca visto de las abejas melíferas silvestres.

Cuando la temperatura exterior bajaba, las abejas enlazaban las patas con las de sus compañeras para formar una colcha viviente sobre la superficie de los panales. Tautz compara esta estructura con un saco de dormir, con la salvedad de que esta urdimbre –formada por abejas entrelazadas unas con otras– puede apretarse o aflojarse a voluntad para generar más o menos calor.

En algunos casos, Arndt y Tautz consiguieron explicar conductas para las que los apicultores nunca habían hallado respuesta. Uno de esos misterios es por qué estos insectos roen la madera de las colmenas artificiales, sin ninguna ventaja aparente. En el interior del tronco, descubrieron, este comportamiento adquiere mayor sentido.

«Lo que hacen es retirar las partículas sueltas de la superficie interior de la oquedad», dice Tautz. De este modo no solo podrían eliminar potenciales patógenos (acumulaciones de moho, por ejemplo), sino también crear una superficie lisa para que otras congéneres apliquen sobre ella un «barniz» denominado propóleo.

«El propóleo es una sustancia que segregan las yemas de los árboles en primavera –explica Tautz–. Es muy pegajoso, pero las abejas lo recogen por sus propiedades antifúngicas y antibacterianas. Es parte de la farmacopea del bosque».

Arndt también inmortalizó otras secuencias nunca antes captadas por las cámaras, como el instante en que una abeja melífera abre en pleno vuelo una glándula emisora de feromonas.

«Jamás había captado nadie ese momento», dice Seeley. Su esperanza es que estas fotos tan cercanas abran los ojos del público a la belleza casi desconocida de las abejas silvestres.

«Estamos acostumbrados a ver e imaginar a las abejas dentro de una caja cuadrada pintada de blanco –añade el biólogo–. Y sí, así es su vida en el mundo de la apicultura. Pero no lo fue durante los millones de años que vivieron en su hábitat natural». 

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2020 de la revista National Geographic.