TESTIGOS DE UNA REALIDAD COMPLEJA
En julio de 2021 Muhammad Fadli, fotoperiodista indonesio, se desplazó con sus cámaras hasta un cementerio de las afueras de Yakarta y comprendió, por enésima vez y más profundamente que nunca, lo equivocado que estaba. Durante varias semanas de marzo y abril, Fadli se había dado permiso para creer que las cosas estaban volviendo a su cauce: asistió a una campaña nacional de vacunación, el despertar de los mercados, la reapertura de los centros comerciales.
Pero no. Todo aquello había sido como la falsa calma de las películas de terror, esa tranquilidad engañosa y efímera que precede a un nuevo paroxismo. Allí, en aquella nueva zona de enterramiento, una de las seis que entraron en funcionamiento cuando la pandemia saturó el principal cementerio público de la capital de Indonesia, las excavadoras estaban despejando más metros cuadrados al tiempo que los familiares se inclinaban sobre unas tumbas recién ocupadas.
En la puerta de acceso, observó Fadli, cada pocos minutos se detenía un coche fúnebre para descargar un difunto. Muchas veces llegaban varios al mismo tiempo y tenían que ponerse en fila y esperar su turno. Cuando los conductores abrían la puerta trasera, Fadli se dio cuenta de que muchos de aquellos coches fúnebres trasladaban más de un ataúd. «Algunos llevaban hasta cuatro», me contó a principios de septiembre, y nuestra conversación telefónica quedó momentáneamente en suspenso mientras ambos callamos visualizando la escena.
Yo estaba en mi casa en California, donde cinco condados del norte estaban en llamas y un segundo incendio de 89.000 hectáreas avanzaba hacia South Lake Tahoe. Fadli estaba en Indonesia, donde durante el verano la tasa diaria de infecciones había superado la de la India. «Mi cuñado, mi suegro: COVID –dijo–. Mi cuñada: casi 15 días en el hospital».
¿Y…?
«Lo superaron los tres». Porque tuvieron suerte y, a buen seguro, porque el contagio los había pillado con la primera dosis de la vacuna puesta. La variante delta devastó la India e Indonesia el año pasado en su mortífero avance de continente a continente; un comunicado de Yakarta informaba de la muerte de 114 médicos indonesios por COVID-19 en un período de dos semanas y media.
Documentar el año condujo inevitablemente a Fadli a plasmar escenas de angustia, desesperación y muerte. Pero también tomó fotos en escenarios en los que quiso atisbar esperanza en la fiereza del empeño humano. Una estación de autobuses reconvertida en centro de vacunación masiva, atestada de indonesios decididos a vacunarse. Un aula de niños con mascarilla, respetuosamente vestidos con corbata o hiyab, la maestra entre los pupitres de madera con una pila de tareas escolares en los brazos, y en cuyos ojos se adivina la sonrisa que oculta la mascarilla.
Es la segunda vez que National Geographic dedica un número a las impresiones que ha dejado en los fotógrafos el año recién concluido. A principios de 2021 publicamos una síntesis visual de la agitación y el dolor de los 12 meses anteriores. En aquel momento sentíamos alivio por el mero hecho de haber llegado al fin de aquel «año angustioso», tal y como lo calificaba la directora Susan Goldberg en el editorial de aquel número especial. El año nuevo parecía prometedor: el desarrollo de nuevas vacunas llevado a cabo con una rapidez nunca vista, los planes de inoculación mundial más ambiciosos de la historia, un consenso internacional de que sanitarios y ancianos debían encabezar las listas de prioridad de protección.
Documentar el año condujo inevitablemente a nuestros fotógrafos a plasmar escenas de angustia, desesperación y muerte. Pero también fueron testigos de la belleza, la determinación y la esperanza.
Para muchos estadounidenses, la ilusión de que 2021 traería cierto alivio emocional duró… en fin… una semana. Seis días, para ser exactos. En el capítulo de este número que hemos titulado Conflicto podrán ver la fotografía de los empujones y atropellos que Mel D. Cole tomó el 6-E, nombre con el que hoy solemos referirnos a la violenta irrupción en el Capitolio de Estados Unidos de una turbamulta que protestaba contra el resultado de las elecciones de 2020 que apearon a Donald J. Trump de la presidencia. Cuando los editores se pusieron a cribar miles de fotografías publicadas en National Geographic en 2021, identificaron los temas del año (y una aliteración): la COVID ocupa otro capítulo, al igual que el Clima y la Conservación. No es precisamente alivio lo que traslucen esas imágenes, sin duda alguna. Pero sí proyectan belleza, determinación y esperanza. «Gente normal –le gusta decir a Muhammad Fadli– tratando de ayudar a los demás».
El hombre solitario que, con mascarilla y bata, contempla el valle verde y boscoso que se abre a sus pies se llama Nazir Ahmed. Es un sanitario del territorio indio de Jammu y Cachemira que busca pastores para vacunarlos contra la COVID-19.
La mujer que acuna una cría de alpaca es Alina Surquislla Gómez. Trabaja en una cooperativa peruana de criadores, asesorando a los alpaqueros de toda la vida cuyas aguas y pastos andinos están en peligro por la contaminación minera y el cambio climático.
El keniano que posa la mano enguantada sobre el flanco de un guepardo es un veterinario llamado Michael Njoroge; él y los dos expertos en fauna salvaje que lo acompañan participaron en una iniciativa que durante cinco días movilizó camiones, catéteres y cirujanos para salvar a un animal herido.
La fotógrafa afincada en Nairobi Nichole Sobecki llevaba meses trabajando con Rachael Bale, la editora de fauna de la revista, en un artículo que versaba sobre una red internacional de contrabando de animales que se ceba en la amenazada población de guepardos africanos. Y, de pronto, el guía keniano al que acompañaba Sobecki localizó un guepardo adulto herido entre la vegetación de una reserva nacional. Durante 48 horas, los dos velaron al felino mientras esperaban al equipo veterinario del Servicio de Fauna Salvaje de Kenia, alertado por los guardas de la zona.
«Un solo guepardo en un solo punto del mundo», dijo Sobecki con un suspiro. En una llamada telefónica entre Nairobi y Oakland, en California, ella y yo tratábamos de averiguar qué nos inspiraba el empeño de curar a la hembra herida, que los guardas habían bautizado como Nichole. Tan reconfortante como fútil. Ambos adjetivos irían bien a la situación, pues Nichole la guepardo no sobrevivió. Parecía que sus heridas eran obra de otro animal, no de cazadores o traficantes humanos. Pero Nichole la fotógrafa lleva tiempo documentando la desaparición de los hábitats de los animales y las consecuencias de la crisis climática en África, de manera que le costaba discriminar entre ambas congojas. «Se quería salvar a aquel guepardo como fuese –dijo Sobecki–. Se tomaron medidas ambiciosas a gran escala. Y me niego a que aquello pase sin pena ni gloria».
Si las circunstancias hubiesen sido otras… Si el veterinario del Servicio de Fauna Salvaje no hubiese estado de permiso el día que encontraron al guepardo, o si el equipo sustituto hubiese llegado más rápido… Si la actividad humana no hubiese arrebatado a los guepardos más del 90 % de su área de distribución histórica… Sí, se podría argüir que el destino de aquel animal en concreto pudo haber sido morir en soledad, bajo un arbusto. Pero a veces nos aferramos a pequeñas historias para ayudarnos a mantener en mente otras más transcendentales.
«Todo el mundo conoce a los guepardos –dice Sobecki–. ¿Pero qué pasa con la enorme cantidad de otras especies que sufren el mismo problema? Si permitimos que uno de los animales más emblemáticos llegue a tener menos de 7.000 individuos adultos en estado natural, ¿qué no pasará con todo lo demás?».
Todo lo demás. Las imágenes de este año no se prestan a categorizaciones nítidas. En 2021 el triunfo del desarrollo de la vacuna contra la COVID-19 generó su propia discordia. (¿Quién iba a decir que un inyectable para salvar vidas provocaría tales iras?). Casi todas las iniciativas de conservación –de especies, de economías, de lugares– se produjeron sobre el telón de fondo existencial del cambio climático. El 9 de agosto el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU publicó una recopilación de 2.000 páginas de evaluaciones y predicciones funestas. Era su sexto informe en las últimas dos décadas. El secretario general de la ONU, António Guterres, lo presentó como un «código rojo para la humanidad». Menos de una semana después de publicarse el informe, estallaba el incendio forestal de Caldor, que calcinó 89.000 hectáreas de suelo californiano al extenderse por unas estribaciones agostadas por la sequía, al mismo tiempo que los equipos de extinción seguían combatiendo otro megaincendio, llamado Dixie, que carbonizaba otra zona más al norte del estado.
El incendio de Dixie, el segundo en extensión de la historia de California, no se controló del todo hasta finales de octubre. La fotógrafa afincada en Londres Lynsey Addario, quien ha dedicado gran parte de su carrera a captar imágenes de conflictos (este número incluye su devastador retrato, tomado en Etiopía, de una mujer que sobrevivió a múltiples violaciones por parte de soldados), pasó el verano de 2021 en California, junto a los hombres y las mujeres que luchaban contra el fuego.
Fue también el año en que Texas se congeló en febrero, Canadá batió su récord de temperatura máxima en junio y Alemania y Bélgica sufrieron unas inundaciones catastróficas. «Desquiciamiento global»: he ahí el término que utiliza la climatóloga Katharine Hayhoe, de la Universidad Tecnológica de Texas, en la conversación que reproducimos en este número y que mantuvo con Robert Kunzig y Alejandra Borunda, de National Geographic, y con la autora especializada en temas medioambientales Katharine Wilkinson. Dos doctoras llamadas Katharine exhortándonos a no caer en la desesperación y a permitirnos contemplar la posibilidad de que, en palabras de Wilkinson, el actual sea a la vez un momento terrorífico y magnífico para vivir en este planeta.
«Tenemos un poder enorme –insiste–. Podemos hacer muchísimas cosas» para combatir el cambio climático. (Lo más destacado de este diálogo y mucho más podrá encontrarlo en natgeo.com).
Mientras usted examina estas fotos, quizá quiera recordar algunos de los titulares de 2021 que nos dieron un respiro emocional, o al menos nos permitieron detenernos un instante y pensar: ya está, de esta hemos salido. Hasta que (y pese a que) llegó el mazazo de la variante delta, millones de personas pudimos volver a disfrutar de la compañía física de los demás: abrazarnos, besar a los abuelos, ver a los niños volver a la escuela.
El bebé elefante que se toma el biberón es un ejemplo de solapamiento entre pandemia y conservacionismo con un sorprendente final feliz: en un santuario de elefantes keniano, los problemas de distribución causados por la pandemia bloquearon el suministro de leche en polvo, así que los cuidadores probaron de sustituirla por leche de cabra de producción local. Y hete aquí que la nueva fórmula duplicó la tasa de supervivencia de los elefantitos huérfanos, hasta rondar el ciento por ciento.
Aun dedicando un número a «El año en imágenes», siempre quedarán fuera de estas páginas personas, lugares y cosas notables de 2021 que no hemos incluido: los Juegos Olímpicos de Tokio, los lanzamientos espaciales privados, el carguero encajado de lado que bloqueó el canal de Suez, la investidura de la primera persona negra, asiático-americana y mujer en ocupar la vicepresidencia de Estados Unidos. El magnicidio y el catastrófico terremoto de Haití. Las pesquisas marcianas del róver Perseverance. La semana del 4 de julio en Cape Cod, Massachusetts, cuando decenas de miles de personas abarrotaron bares y restaurantes de Provincetown hasta que no cabía un alfiler, porque un elevado número de veraneantes entendieron que la vacunación por fin permitía disfrutar de la hostelería sin peligro.
Fue el año en que Texas se congeló en febrero, Canadá batió su récord histórico de temperatura máxima en junio y Alemania y Bélgica sufrieron unas inundaciones catastróficas en julio.
Algunos vacunados que volvían de Provincetown daban positivo en COVID-19, y muchos nos enterábamos de que la doble dosis no era infalible. Pero un rastreo multiestatal identificó solo cinco hospitalizaciones y cero fallecimientos entre los 469 casos reportados, de modo que, sí, la vacuna protege. Pero no impide totalmente la transmisión, lo que significa que no debemos bajar la guardia, al menos de momento.
«La pandemia va a seguir ahí», me dijo Rob Anderson, hostelero de Provincetown, cuando le pregunté en agosto cómo lo llevaba su gremio. Igual que otros empresarios, él vio que su actividad se desplomaba en las semanas posteriores a divulgarse la noticia sobre los vacunados infectados de Provincetown. Cómo logra un funambulista llegar al final de la cuerda floja, me planteó. «Seguir mirando hacia delante –dijo–. Y no tambalearte. Pues eso es lo que estamos haciendo».
La metáfora se me quedó grabada: funambulismo. En ello pensaba –en lo difícil que a veces nos puso 2021 la simple meta de no caer al vacío– cuando llamé al fotógrafo Stephen Wilkes. Mientras hablábamos, él estaba tomando la imagen panorámica que aparece al principio de este artículo. Estaba a casi 15 metros de altura, fotografiando desde un elevador móvil que su equipo había introducido en el National Mall de Washington D.C. con la pertinente autorización. Cuando está creando lo que él mismo denomina sus fotos del Día a la Noche, trabaja las 24 horas del día, captando múltiples instantáneas que luego fusiona en una sola imagen panorámica. Para crear esta foto del Día a la Noche en concreto, enfocó durante 30 horas la instalación de ocho hectáreas que ocupa la base del Monumento a Washington: banderolas blancas, cada una de ellas en representación de un estadounidense fallecido por la COVID-19.
«Un mar de banderas», observó Wilkes.
Acto seguido se corrigió. Un momento, dijo. No exactamente un mar. «Desde esta altura, casi las veo cada una por separado –apuntó–. Me recuerdan a estrellas cintilantes».
La artista Suzanne Brennan Firstenberg diseñó la instalación –que estuvo en el National Mall durante tres semanas– en forma de cuadrícula gigante, atravesada por caminos para que la gente se pasease entre las banderas, escribiese en ellas nombres en recuerdo de los fallecidos y colocase banderas nuevas mientras la cifra de muertos seguía aumentando. A la entrada, un gran cartel mostraba las cifras más recientes, que Firstenberg actualizaba a mano cada día. «Cuando llegué ayer ya eran 666.624 –me dijo Wilkes–. Esta tarde vamos por…». Vaciló. Me lo imaginé encaramado en su plataforma, cámara en mano, entrecerrando los ojos para leer el número a lo lejos.
«670.032», dijo.
Hicimos cuentas mentalmente.
Por la mañana había llovido, me contó. «Veo a un señor mayor caminando entre las banderas. Veo a una mujer sentada en el suelo. Acaba de colocar una. Es afroamericana, está con… parece el marido. Van cogidos de la mano».
La luz de la tarde obraba un curioso efecto de luces y sombras sobre el Monumento, me describió Wilkes: luz en un lado, oscuridad en el otro. «Es precioso –afirmó–. Y está empezando a despejar. Es espectacular, cuando sale el sol. Porque las banderas blancas empiezan a brillar».
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Cynthia Gorney es colaboradora habitual de National Geographic. Escribió sobre el humo tóxico de los incendios forestales en el número de abril de 2021.
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Este artículo pertenece al número de Enero de 2022 de la revista National Geographic.