«Bienvenido a la tierra del puma», me dice Brian Kelly cuando me reúno con él en un transitado cruce de East Naples, en Florida, a contados metros de una gasolinera y un dispensario de urgencias.

Kelly, biólogo experto en pumas a sueldo del estado, señala hacia el este, hacia la vasta urbanización en la que vive. Una cámara ha captado imágenes de un puma a tan solo 500 metros de allí, me informa, y se sabe que otro ha cruzado los seis carriles de la autovía que tenemos al lado.

Las carreteras fomentan el desarrollo suburbano, como el de esta nueva urbanización cerca de Orlando que se adentra en el hábitat histórico  de los pumas. Un estudio proyecta que otros dos millones de hectáreas  –y la mayoría de las conexiones no protegidas dentro del Corredor Biológico de Florida– estarán urbanizadas antes de 2070 a menos que se hagan grandes inversiones conservacionistas que lim
Foto: Carlton Ward Jr.

Un tercer puma, una hembra de ocho años llamada FP224, vive en la zona. Ya ha sufrido dos atropellos, que se saldaron con sendas fracturas de pata. Tras recibir tratamiento veterinario, la soltaron de nuevo en ambas ocasiones. Para buscar rastros de su presencia, conducimos hasta la casa de Kelly, construida junto a una parcela arbolada en la que esta temporada la puma se ha recogido para parir al menos tres cachorros. Estamos en plena estación húmeda, cuando lo habitual es que la lluvia borre las huellas de los félidos, pero esta vez tenemos suerte.

«Ahí está», exclama Kelly, señalando las grandes huellas que unas garras del tamaño de mi puño han dejado sobre la arena blanda. Seguimos el rastro entre altos pinos y palmetos, festoneados de plantas aéreas. Al revisar la cámara trampa con detector de movimiento que Kelly había instalado en la zona, comprobamos que FP224 pasó por ahí anteayer, al filo de las nueve de la noche.

Es emocionante ver sus pisadas, un recordatorio de que Florida todavía alberga zonas naturales y grandes felinos, algunos de ellos con la resiliencia necesaria para habitar con sigilo la periferia de los barrios residenciales en expansión.

Una hembra y tres crías exploran el Santuario del Pantano Corkscrew, un cipresal primario que linda por tres lados con barrios residenciales en expansión. Muchas de las imágenes con cámaras trampa reproducidas han tardado años en tomarse, porque estos félidos son escasos,  y por la meteorología de Florida: una de las cámaras se perdió durante un huracán, aunque acabó apareciendo después.
Foto: Carlton Ward Jr.

La mayoría de los floridenses nunca verán ni una señal de estos depredadores, que de adultos pesan entre 30 y 75 kilos, según el sexo, y pueden salvar cerca de 10 metros de un solo salto. Pero el puma –que los cheroquis llamaban «señor del bosque»– depende de los millones de hectáreas de pantanos, bosques y campos del sudoeste y centro de Florida, gran parte de los cuales podrían sucumbir de un momento a otro a la urbanización.

El área de distribución original del puma de Florida, clasificado como una subespecie de puma, era la mayor parte del sudeste de Estados Unidos, pero la caza indiscriminada restringió su territorio a Florida y redujo su población a menos de 30 ejemplares en la década de 1970, con el consiguiente riesgo de endogamia. Llegó a estar al borde de la extinción, dice Kelly.

Los científicos de entonces pergeñaron un plan de rescate sin precedentes: a mediados de los años noventa contrataron al texano Roy McBride, para muchos el mejor rastreador de pumas del mundo, y le encargaron la captura de ocho de estos félidos en Texas –todas hembras– y su posterior suelta en el sur de Florida. Cinco de ellas criaron, y aquella inyección de diversidad genética fue un punto de inflexión en la espiral descendente del puma.

Personal del Centro  de Conservación White Oak transporta a dos cachorros sedados cuya madre, FP224, sufrió una fractura de pata en una colisión con un vehículo. La madre se recuperó con cuidados veterinarios  y la familia fue devuelta al medio natural. Sin embargo, poco después de su suelta, las crías murieron arrolladas en el sudoeste de Florida.
Foto: Carlton Ward Jr.

Las poblaciones empezaron a aumentar lentamente y hoy suman alrededor de 200 individuos, la mayoría de ellos en una inmensa extensión de territorio continuo al sur del río Caloosahatchee, que se prolonga hacia el este desde Fort Myers. «Es uno de los éxitos de conservación más espectaculares de la historia de Estados Unidos», afirma Carlton Ward Jr., conservacionista y fotógrafo cuya labor cuenta con el apoyo de National Geographic Society.

Sin embargo, el futuro del puma se ve de nuevo ensombrecido por un abanico de amenazas, entre ellas los atropellos y las disputas territoriales, que constituyen sus dos primeras causas de muerte. Unos 25 ejemplares perecen arrollados cada año, reflejo del peligro que para la especie supone la construcción de viviendas e infraestructuras viarias en un momento en que Florida recibe unos 900 nuevos residentes cada día.

A ello se le suma una nueva enfermedad neurológica de causa desconocida que ya ha afectado a más de una docena de pumas, para alarma de los conservacionistas.

Pero también hay buenas noticias: los pumas están recuperando parte de su antiguo territorio. En 2016 los científicos avistaron una hembra al norte del Caloosahatchee por primera vez desde 1973.

«Aquello fue un hito», asegura la bióloga especializada en fauna salvaje Jennifer Korn cuando recuerda el avistamiento, producido en la Reserva del Rancho Babcock. A diferencia de los machos, las hembras no se alejan demasiado del territorio de su madre, lo que se traduce en una importante limitación para la expansión de la especie.

Kelly calcula que en la actualidad hay veintitantos pumas instalados al norte del río Caloosahatchee, entre ellos varias hembras.

Un puma aprovecha una nueva plataforma para cruzar por debajo la carretera estatal 80 cerca de LaBelle, al sur del río Caloosahatchee. Los pumas necesitan estos pasos de fauna para pasar de las tierras protegidas del sur a territorios nuevos del norte. Esta foto se tomó con luz infrarroja, fuera del espectro visible, para no molestar a los félidos.
Foto: Carlton Ward Jr.

Esa expansión hacia el norte es imprescindible para su supervivencia a largo plazo, pero exige, advierte Ward, que se preserve el Corredor Biológico de Florida, un mosaico de terrenos públicos y privados que se extiende de lado a lado del estado. Para que eso sea posible se requiere a su vez una mayor inyección de fondos conservacionistas para ayudar a los propietarios de los terrenos, ganaderos en su mayoría, y que no transformen sus espacios abiertos en urbanizaciones, aparcamientos y carreteras.

En el núcleo de ese avance del puma hacia el norte hay un paisaje conocido como la cabecera de los Everglades, parte de la cuenca que abastece de agua a casi 10 millones de floridenses. Una parte del agua que nace aquí llega a los pantanos del sur, y cualquier inversión destinada a proteger esa zona redundará igualmente en beneficio de los Everglades, apuntan los conservacionistas.

Gran parte de los pumas de Florida viven en terrenos públicos, como la Reserva Nacional de Big Cypress, el Refugio Nacional de Vida Salvaje del Puma de Florida, el Parque Estatal de la Reserva de Fakahatchee Strand y el Bosque Estatal de Picayune Strand, que juntos suman aproximadamente 3.680 kilómetros cuadrados.

Laurent Lollis y otros vaqueros agrupan el ganado en el Rancho Buck Island, en el centro-sur de Florida. Este tipo de ranchos ocupan casi una sexta parte de la superficie de la Florida continental, pero están amenazados por la urbanización. La supervivencia del puma y el éxito del Corredor Biológico de Florida dependen del amparo de estas tierras de labor.
Foto: Carlton Ward Jr.

Pero estas y otras áreas protegidas del sur de Florida no soportarían una población mucho mayor de esta especie tan territorial, afirma Dave Onorato, biólogo especialista en pumas que trabaja para el estado: un solo ejemplar puede necesitar unos 500 kilómetros cuadrados de territorio para cazar y merodear. Al mismo tiempo, las poblaciones de ciervo de cola blanca, una de las principales fuentes de alimento del puma, han caído en ciertas zonas de Big Cypress. Quizá se deba en parte a las pitones de Birmania, especie invasora que devora ciervos y otras presas de los pumas.

El puma que salga de caza al norte del río Caloosahatchee se topará con un paisaje dominado por granjas y ranchos inmensos. Muchas de esas zonas están atravesadas por carreteras, y es una región salpicada de ciudades pequeñas, por lo general en expansión. Una de las explotaciones ganaderas más conocidas del centro-sur de Florida es el Rancho Buck Island, cuyas 4.200 hectáreas gestiona Gene Lollis, un floridense de sexta generación.

Una madrugada de marzo salgo a caballo con Lollis, su hijo y un grupo de vaqueros. Se disponen a acorralar ganado en unas praderas moteadas de bosquecillos de palmetos y robles.

Un puma se cuela por una valla en el Santuario del Pantano Crockscrew al salir de un rancho cercano. El santuario es pequeño hasta para un solo macho adulto, que puede llegar a necesitar unos 500 kilómetros cuadrados de terreno para merodear y cazar. Aunque el territorio  de un macho puede solaparse levemente con el de otro, estos félidos solitarios suelen evitarse.
Foto: Carlton Ward Jr.

Como tantos otros ranchos, Buck Island –propiedad de la Estación Biológica Archbold, un centro de investigación y educación ecológica que está al lado– proporciona un hábitat fundamental para la fauna salvaje, pumas incluidos.

Mientras los perros aúllan y el ganado se concentra, pregunto a Lollis, presidente de la Asociación de Ganaderos de Florida, qué piensan los rancheros de los pumas. «Nuestra actitud hacia ellos es bastante positiva –responde–. Forman parte del paisaje». Por lo general, ganadero y puma se enfrentan a un enemigo común: el desarrollo, en particular la construcción de viviendas. No hay propietario de rancho que no haya recibido ofertas de promotores. Para Lollis se ha convertido en algo personal: los ranchos cercanos a Orlando en los que trabajó de joven son hoy urbanizaciones de casas unifamiliares.

Hay quien ve la presencia del puma como algo positivo, pues dificulta que ciertas áreas del paisaje se transformen en barrios residenciales.

Pero algunos ganaderos, sobre todo hacia el sur, donde hay más pumas, no lo ven tan claro, dice Alex Johns, ganadero seminola cuya familia practica este oficio desde que sus antepasados robaban vacas a los españoles en el siglo XVI.

En esta región no es excepcional que un puma se coma algún ternero. Un estudio realizado en un rancho reveló que los pumas matan menos del 1 % de los terneros; otro situó esa cifra en torno al 5 %.

A veces se les culpa de la muerte de coyotes, osos e incluso buitres, dice Deborah Jansen, bióloga especializada en pumas de la Reserva Nacional de Big Cypress, que trabaja con estos félidos desde principios de los años ochenta.

La matanza de terneros puede despertar resentimientos e incluso desembocar en venganzas, afirma el ganadero Johns. Para complicar las cosas, el programa federal que indemniza a los rancheros por la pérdida de ganado achacable a los pumas presenta graves deficiencias, añade, y me describe un trámite cargado de complicados papeleos que se eternizan y a menudo no conducen sino a la denegación de la indemnización.

David Shindle, coordinador de pumas del Servicio de Pesca y Vida Salvaje de Estados Unidos, coincide en que el programa de indemnizaciones necesita mejorar y considera que ambas partes están en el mismo bando. «Salvar al puma pasa por salvar al ganadero», afirma.

Los defensores de los pumas, añade Shindle, tienen que dar con el modo de incentivar la presencia de esta especie en el territorio, que al norte del río Caloosahatchee se halla mayoritariamente en manos privadas. Una vía es fomentar la inversión pública y privada en servidumbres de conservación, que adquieren plenos derechos de urbanización al tiempo que permiten a los propietarios continuar con la actividad agropecuaria.

Un peligro más inmediato al que se enfrentan los pumas, señalan los conservacionistas, es la M-CORES, una gran red de autopistas de peaje actualmente en fase de estudio. Una parte de dicha autopista podría recorrer 225 kilómetros desde la zona de Orlando hasta Naples.

Los conservacionistas y un gran número de ganaderos se oponen en redondo a la construcción de ese tramo de autopista, que cortaría el corredor biológico en varios puntos y algunas de las últimas zonas vírgenes del interior de la Florida sudoccidental.

Además, los científicos han descubierto una enfermedad neurológica llamada leucomielopatía felina que afecta a los pumas y a los linces de Florida. Los animales afectados suelen tambalearse o caminar con dificultad; los casos graves pueden acabar en parálisis, inanición y muerte.

La veterinaria experta  en fauna salvaje Lara Cusack atiende a otros cachorros de FP224.  Se talló a los pequeños y se les administraron vacunas de refuerzo mientras la madre cazaba lejos del cubil. Cuando los pumas tienen espacio y hábitats protegidos, sus poblaciones pueden aumentar. Solo una de cada tres crías de puma de Florida llega a la edad adulta.
Foto: Carlton Ward Jr.

Según los biólogos del estado, en diciembre de 2020 habían padecido la enfermedad 26 linces y 18 pumas. Solo en Big Cypress se sospecha que se ha cobrado la vida de tres pumas, dice Jansen. Se desconoce la causa del síndrome, pero hay hipótesis que lo asocian con la exposición a sustancias químicas tóxicas o a un patógeno, quizás un virus.

La mayoría de los animales afectados por la enfermedad se han localizado en zonas que lindan con terrenos urbanos; detectar casos en áreas más prístinas, como Big Cypress, resulta preocupante, asegura Jansen.

Habida cuenta de las amenazas a las que se enfrenta el puma, Jansen cree que «el futuro del puma de Florida no está en absoluto garantizado», y esta es una de las principales razones por las que es necesario ampliar el hábitat de este félido.

Kelly es más optimista. Si se protegen suficientes zonas verdes y corredores biológicos, apunta, los pumas podrían llegar hasta el norte de Florida en cuestión de décadas e incluso expandirse a otros estados capaces de ofrecerles un buen hábitat, como sería el caso de Georgia. En 2008, un macho nacido cerca de los Everglades alcanzó el oeste de Georgia y llegó a internarse unos 160 kilómetros desde el norte de la frontera con Florida hasta que lo abatió un cazador de ciervos.

Mientras tanto, Kelly y sus colegas han colocado un centenar de cámaras al norte del Caloosahatchee para recabar más información sobre cómo y dónde se mueven los pumas. Una hembra ha estado vagando últimamente por la zona de Fish-eating Creek, y otra, por la de Babcock; ambas se avistaron en compañía de machos. Es una buenísima noticia, asegura Kelly, porque los emparejamientos de pumas suelen producir cachorros.

Una tarde de otoño avanzo con Kelly a través de un matorral denso y fangoso hasta el borde de un arroyo en la Reserva del Rancho Babcock. Señalando hacia una maraña de palmetos, me cuenta que hace un mes avistó aquí un puma.

«Estuvimos 20 minutos mirándonos fijamente», dice Kelly, que se percató de que era una hembra por su talla y por los gemidos propios del celo.

Fue un momento trascendental: el primer avistamiento verificado en persona al norte del río Caloosahatchee desde que en 1973 el rastreador de pumas Roy McBride encontrara una hembra anciana en Fisheating Creek.

Más tarde nos montamos en un todoterreno apto para pantanos y recorremos la zona. La fauniflora es rica: si las circunstancias te sonríen, puedes avistar osos, nutrias, aligátores y aves como el carancho norteño y el elanio tijereta, todos ellos dependientes de las mismas zonas naturales que los pumas.

Kelly se detiene a comprobar una cámara recién colocada, amarrada al tronco de un roble. Revisa las fotos y, oculto entre los sospechosos habituales –coyotes, jabalíes, mapaches, ciervos–, aparece un puma, fotografiado unas semanas antes.

Y no un puma cualquiera: una hembra larguirucha, desconocida para los biólogos, que avanza con sus largas zancadas por el lado norte de la valla que separa el arroyo del rancho colindante, quizás hacia una nueva vida en el norte.

Douglas Main nos habló sobre los membrácidos en el número de marzo de 2019. Carlton Ward Jr. ha recorrido más de 3.200 kilómetros de Florida para dar a conocer el corredor biológico de este estado.

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National Geographic Society, comprometida con la divulgación y la protección de las maravillas de nuestro planeta, financia desde 2011 la labor fotográfica y de conservación del Corredor Biológico de Florida que lleva a cabo el Explorador Carlton Ward Jr.

El explorador Carlton Ward Jr.
Ilustración de Joe Mckendry

Ver gráfico del hábitat del puma de Florida.

Este artículo pertenece al número de Abril de 2021 de la revista National Geographic.

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