Patagonia chilena, diciembre, seis de la mañana. Los incipientes rayos de sol inauguran un nuevo y brillante día de primavera en el hermoso Parque Nacional Torres del Paine.
El termómetro marca unos pocos grados sobre cero, y unos guanacos con sus crías, los chulengos, inician la jornada de ramoneo en estas vastas estepas. En el cielo, un inmenso cóndor andino (sus alas desplegadas pueden superar los 280 centímetros) sobrevuela a gran altura esta tierra acordonada por la cordillera de los Andes, oteando en busca de carroña. Mientras, numerosas aves de pequeño tamaño, como los tordos patagónicos o los teros, picotean semillas e insectos entre los arbustos.
Foto: Andoni Canela
Foto: Andoni Canela
Foto: Andoni Canela
Foto: Andoni Canela
Foto: Andoni Canela
Súbitamente, en un punto indeterminado del páramo, un matorral cimbrea de forma extraña. Ha sido un movimiento muy sutil, pero uno de los guanacos lo ha percibido. Adoptando una postura de alarma, inclina las orejas hacia delante, abre la boca y emite su peculiar relincho. ¡Cuidado, peligro!, les dice a los demás mostrando una gran inquietud. Tras el aviso, las pequeñas aves se alejan a toda velocidad para sentirse a salvo, al igual que otros animales que están en las inmediaciones: ñandúes, armadillos, liebres, chingues… No es el caso del cóndor, que, desde su posición a tantísimos metros de altura, prosigue inmutable con su vuelo circular, observando la escena terrestre.
Vuelve la calma. Los guanacos se relajan y pastan de nuevo. La hembra de puma, agazapada e inmóvil bajo aquel matorral que casi la delata, aprovecha la coyuntura para proseguir su sigiloso avance. Ha atisbado un guanaco que pace algo apartado y se aproxima a él hasta tenerlo a muy pocos metros. No resistiría una larga persecución, este herbívoro es muy veloz. Recurriendo al factor sorpresa, salta y lo aborda por la parte trasera, hincándole las garras en las ancas para escalar por la espalda hasta llegar a su garganta, que apretará con las mandíbulas para cortarle la respiración.
El guanaco, presa del pánico, trata de zafarse de su depredador frenando en seco y rebrincando bruscamente para hacerle caer, una maniobra que a veces funciona. Pero en esta ocasión, la robusta felina, a la que sus cachorros aguardan no muy lejos, ha desplegado todas sus aptitudes cazadoras. El hambre aprieta. Tras unos minutos de una escena que podría recordar a la de un rodeo, el guanaco cae al suelo y expira con la fauces del felino clavadas en su cuello. Sus congéneres, aterrorizados, han puesto pies en polvorosa con el corazón latiendo a mil por hora.
La escena ha sido atentamente observada por un humano que desde hace casi 20 años rastrea a los pumas de este paraíso natural y sabe más que nadie sobre su comportamiento. El biólogo Diego Araya, al frente de la compañía Wild Patagonia, ha seguido, fotografiado y filmado a varias generaciones de estos félidos
, y ha sido, junto con otros colegas, artífice de una transformación que ha convertido el territorio del Parque Nacional Torres del Paine y estancias aledañas (el denominado Gran Paine) en el mejor lugar del mundo para observarlos.
Foto: Andoni Canela
«La calidad de los encuentros con el puma aquí en el Paine no se da en ningún otro sitio», asegura. Araya explica que para ello ha sido decisivo el cambio de mentalidad de algunos estancieros de las zonas aledañas al parque nacional, grandes fincas como Cerro Guido y Laguna Amarga, de miles de hectáreas cada una. «En el pasado los ganaderos cazaban al puma en su territorio porque este mataba a sus ovejas; hoy hacen firmar a sus trabajadores un contrato que prohíbe explícitamente su caza, reciben turismo de naturaleza en sus tierras e incluso acogen a equipos de filmación de primer nivel, como la BBC, que está realizando un documental sobre el puma».
Foto: Andoni Canela
Aunque el equipo de la cadena británica tuvo que suspender el rodaje por la pandemia, durante este parón Araya observa y filma para ellos el 100% de los eventos significativos de la vida de este felino que habita en 28 países del continente americano, desde Canadá hasta Chile. «Un sueño hecho realidad», asegura el biólogo, para quien la mayor motivación en la vida es lograr esos momentos de interacción e intimidad con la fauna silvestre.
Foto: Andoni Canela
Él y Andoni Canela, autor de estas fotografías, han estado varias veces juntos en el Gran Paine y ambos coinciden en que en esta parte del mundo la coexistencia entre humanos y pumas no solo es posible, sino que es una estrategia en la que todos los implicados salen ganando. «Las explotaciones ganaderas deben modernizarse, diversificarse para sobrevivir a las diferentes crisis que puedan asolar el territorio –explica Araya–. Hoy es la pandemia, que ha detenido en seco el sector del turismo, pero mañana puede venir una crisis de la lana o una intensa sequía. Diversificar las actividades económicas es clave para sobrevivir, y gracias al puma los estancieros cuentan con nuevas herramientas para explotar sus tierras, como los lodges de ecoturismo, que pueden ubicarse incluso en lugares malos para la ganadería».
En esta parte del mundo la coexistencia entre humanos y pumas no solo es posible, sino que es una estrategia en la que todos los implicados salen ganando.
En paralelo a la recuperación del puma, ha aumentado también su presa principal, el guanaco, protegido para evitar que los ganaderos lo maten porque compite por el pasto del ganado. «El gran conflicto entre el ser humano y la fauna silvestre es el uso del suelo –dice Araya–.
Comenzó hace apenas siglo y medio, cuando llegaron los colonos e impusieron su modo de pensar imperialista. Hoy el objetivo es devolver el terreno a la fauna y coexistir, y eso es posible estableciendo gradientes en el uso del suelo, combinando zonas dedicadas a la ganadería con zonas destinadas a la conservación de la fauna salvaje y con otras intermedias donde ambas funciones convivan de forma más armónica. Aquí la población local está viendo como miles de personas nos visitan cada año en busca de una naturaleza prístina y de unos encuentros únicos con los pumas. Todo ello ha conllevado una revalorización económica y cultural de la biodiversidad».

Aunque la caza y persecución del guanaco por parte del ser humano provoca una aparente disminución de la competencia por el pasto con las ovejas, «redirige la presión de depredación del puma sobre estas últimas», apunta Juan Traba, investigador del Grupo de Ecología Terrestre del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y experto en las interacciones que establecen los animales en un hábitat determinado. Por otro lado, afirma, «tratar de acabar con el puma facilita la recuperación de los guanacos, en un círculo sin fin de acción-reacción. Resulta más acertado y ecológicamente adecuado mantener poblaciones silvestres sanas de herbívoros y depredadores, a pesar de los conflictos puntuales que puedan surgir».
Traba, que ha estudiado largamente el guanaco en la Patagonia, cree que la coexistencia entre herbívoros silvestres y domésticos y sus depredadores es posible, aunque requiere un cambio de modelo ganadero: «El actual modelo hiperextensivo de explotación, sin límite de espacio ni de cabezas de ganado, conlleva una sobreexplotación de los pastos y la extirpación de cualquier especie competidora. Se necesita otro modelo que dedique más esfuerzo al cuidado de los rebaños. Que los vaya cambiando de lugar, controle las épocas y zonas de parto e incorpore medidas antidepredación, como los cercados nocturnos y la vigilancia con perros de guarda». Aunque aparentemente esas medidas suponen un incremento de costes, añade, los ganaderos que han optado por ellas han visto disminuir las pérdidas por depredación, por abortos de las hembras (provocados directamente por los ataques o por el impacto emocional que estos suponen) e incluso por el robo de cabezas de ganado. «Les sale a cuenta», asegura el ecólogo.
A través de sus prismáticos, Diego Araya ha localizado el punto donde el puma ha abatido al guanaco, el lugar de carneo adonde han acudido sus cachorros, nacidos la pasada primavera y que pronto se independizarán aprovechando la época del año de mayor abundancia de alimento. Madre y prole permanecen juntos alrededor de la presa, que les durará unos días durante los cuales alternarán los festines con largas siestas y alguna escapada al lago para saciar la sed. No hay vegetación alrededor para ocultar el cadáver, por lo que no se alejarán demasiado del lugar donde yace su fuente de alimento. Sobre sus cabezas, varios cóndores sobrevuelan dando vueltas, muy interesados en esa voluminosa carroña. Si evaluaran que es seguro bajar, se la zamparían en muy poco tiempo.
Durante estos últimos 20 años de observaciones, Araya ha acumulado una ingente cantidad de datos sobre los pumas que ha permitido reescribir con mucha más precisión la historia natural de este félido. «Muchos datos se desconocían y otros tantos procedían de poblaciones del hemisferio Norte que no son aplicables aquí». Ahora, su sueño es que los logros alcanzados con el puma en el Gran Paine se extiendan a otras zonas y puedan crearse corredores biológicos para que los dos centenares de ejemplares que debe de haber aquí se expandan a otros territorios donde también sean respetados. «Se está haciendo algo parecido en los parques nacionales de la Patagonia norte, en la región chilena de Aysén, en los enormes territorios donados por Douglas Tompkins –dice–. Pero la única forma de comunicar el Gran Paine con Aysén es a través de la provincia de Santa Cruz, en Argentina, donde todavía se da caza a los pumas».
Pese a todo, Araya y los demás compañeros de profesión confían en que lo logrado en el Gran Paine sirva de inspiración a otros humanos que, como ellos, comprobarán de primera mano que las relaciones con la fauna silvestre se pueden restablecer de manera satisfactoria para todas las partes implicadas. ¿Un sueño loco y utópico? Bueno, cosas más difíciles se han logrado, afirma el biólogo. Tiempo al tiempo.
Este artículo pertenece al número de Diciembre de 2020 de la revista National Geographic
El fotógrafo de naturaleza Andoni Canela está ahora inmerso en el proyecto Grandes Felinos.
Eva van den Berg, divulgadora de temas de ciencia, es colaboradora habitual de National Geographic.