Estudiar un pez esquivo que habita en oscuras cuevas de lodo no es fácil. Por eso el conocimiento científico de las muchas especies de saltarines del fango que existen está incompleto, y lo poco que sabemos de ellas a veces resulta un tanto extraño.
Cuando a estos peces anfibios les llega el momento de reproducirse en las zonas intermareales tropicales en las que algunos de ellos viven, los machos se entregan a espectaculares exhibiciones de cortejo, presumiendo de aletas y dando enormes saltos en el aire. Si la hembra se deja impresionar, sigue al macho hasta una madriguera para procrear lejos de miradas indiscretas. Sin embargo, gracias a un endoscopio, herramientas de excavación y grandes dosis de paciencia investigadora, Atsuchi Ishimatsu y su equipo de la Universidad de Nagasaki han armado las piezas del rompecabezas reproductivo del saltarín del fango.
El macho construye una madriguera que usará como nido: uno o varios pozos conducen a una cámara semianegada, con un techo abovedado para contener una bolsa de aire. La hembra desova en el techo y el macho fertiliza los huevos. Cuando ella se marcha, él cuida de la puesta durante los pocos días que dura la maduración de los huevos. Para mantener el nivel de oxígeno que estos necesitan, nada hasta la superficie, toma una bocanada de aire, regresa y la exhala en la cueva, así una y otra vez.
Al ver el vídeo grabado por Ishimatsu, su colega Karen L. M. Martin dedujo que el macho podría necesitar «unas 100 bocanadas» para crear la burbuja de aire. Después, añade, «lleva la cuenta de las mareas y el tiempo» y, en el momento exacto, empieza a tomar bocanadas para extraer el aire de la madriguera. El agua ocupa entonces ese espacio libre, desencadenando la eclosión de las larvas, que salen nadando de la madriguera.
Este artículo pertenece al número de Mayo de 2020 de la revista National Geographic.