Derramar lágrimas de cocodrilo es una expresión popular que usamos cuando alguien finge dolor, tristeza o remordimiento. La alusión deriva de la antigua creencia de que estos grandes reptiles lloran mientras devoran a sus presas, algo que, dada su apariencia frívola y sanguinaria, resulta como mínimo irónico. Ahora bien, ¿qué hay de cierto en su llanto?

Las primeras referencias a las hipócritas lágrimas de los cocodrilos provienen de la Baja Edad Media. Alrededor de 1250 Bartholomaeus de Glanville, un monje franciscano inglés, escribió que «si el cocodrilo encuentra a un hombre en el borde del agua, o en el acantilado, lo mata allí si puede, y luego llora sobre él y al fin lo traga». En la misma época Brunetto Latini, filósofo y erudito italiano, escribió que «si vence al hombre, se lo come llorando». Este mito se popularizó en el siglo XIV, cuando se publicó Viajes de Juan de Mandeville, libro en el que también se menciona que estos depredadores semiacuáticos sollozan mientras se tragan a sus víctimas humanas.

Ciertamente, los cocodrilos lloran, pero una vez más la ciencia echa por tierra antiguas creencias populares: no lloran de pena, sino por motivos fisiológicos. Al igual que los humanos, también secretan lágrimas, que cumplen diversas funciones, como lubricar los ojos, liberarlos de detritos, protegerlos de infecciones e inflamaciones, nutrir la córnea, que carece de vasos sanguíneos, y mantener la estabilidad de la superficie ocular.

En 2007 Kent Vliet, un zoólogo de la Universidad de Florida, demostró que ciertas especies del orden de los crocodilios lloran cuando comen. Como se alimentan dentro del agua, Vliet estudió siete ejemplares de caimanes y aligátores –los parientes cercanos de los cocodrilos– que habían sido entrenados en una granja para comer en tierra firme, cinco de los cuales lloraron antes, durante y después de zamparse la comida. El biólogo cree que este «llanto» podría estar causado por los silbidos y resoplidos que estos animales producen al masticar, unos sonidos lastimeros que, al pasar por los senos nasales, presionarían las glándulas lagrimales, que finalmente secretarían el líquido en los ojos. Esta investigación se inició en respuesta a una consulta de Malcolm Shaner, un neurólogo de la Universidad de California en Los Ángeles que estudia un raro trastorno humano conocido precisamente como síndrome de las lágrimas de cocodrilo, o síndrome de Bogorad, una secuela de la parálisis facial periférica en la que la regeneración defectuosa del nervio facial provoca que los pacientes derramen lágrimas mientras ingieren comida.

Pese a todo, la expresión lágrimas de cocodrilo está tan integrada en nuestra cultura que resulta imposible desprenderse de su significado metafórico. Desde los medios de comunicación, que la utilizan como una burla y una crítica a políticos hipócritas y sus fingidos arrepentimientos, hasta en nuestra vida cotidiana, su uso es habitual. También en la literatura más refinada, como escribió Shakespeare en los versos de Otelo: «Si la tierra concibiese con llanto de mujer, de cada lágrima saldría un cocodrilo».

Este artículo pertenece al número de Febrero de 2021 de la revista National Geographic.

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