Son ya muchos años hablando de sostenibilidad, un término que se hizo popular en 1987, cuando apareció en el Informe Nuestro futuro común, promovido por las Naciones Unidas y coordinado por la política noruega Gro Harlem Brundtland. En él se definió el desarrollo sostenible como aquel que «satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas». Ya hacía tiempo, en especial desde la publicación en 1972 del Primer Informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento, que muchos expertos de distintas disciplinas daban la voz de alarma: ¿Es viable un sistema económico que, basado en un crecimiento sin fin, agota los recursos naturales sin dar tiempo a los ecosistemas a regenerarse?

La página web del Día de la Deuda Ecológica, auspiciada por Global Footprint Network y WWF, entre otras organizaciones, se encarga de marcar cada año la fecha en la cual la humanidad ha gastado el «presupuesto de recursos biológicos» que la Tierra puede regenerar en un año. Las cuentas empezaron a ser deficitarias en 1971, cuando antes de acabar diciembre ya nos habíamos pulido «el saldo». Desde entonces, con algunos altibajos asociados a crisis económicas, estamos cada vez más «en números rojos». Este 2022, la «partida anual» de recursos se terminó el 28 de julio.«Hoy tenemos economías que necesitan crecer, nos hagan prosperar o no. Lo que necesitamos son economías que nos hagan prosperar, crezcan o no», dice Kate Raworth, que se define como economista renegada. Es un sinsentido, opina, plantear un modelo económico que no tenga en cuenta su fuente principal: la naturaleza. Ella propone un modelo conocido como «la economía del donut» y su objetivo es satisfacer las necesidades de las personas respetando los límites del planeta.

Lo que empezó como una advertencia es hoy una premisa insoslayable: sin sostenibilidad, el futuro será difícilmente habitable. Por este motivo, en 2015, año de los Acuerdos de París sobre el clima, la ONU aprobó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que establecía un plan para alcanzar ese año 17 grandes objetivos, los ODS, «un llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo». Nos quedan ocho años para implementar lo acordado. Aunque vamos progresando, no lo hacemos a buen ritmo, y la pandemia no ha hecho más que empeorar la situación. Según la ONU, este es el caso del ODS 1 (Fin de la pobreza): se estima que entre 40 y 60 millones de personas se sumirán de nuevo en la pobreza extrema en lo que constituye el primer aumento de la pobreza mundial en más de 20 años. Los ODS en los que más avances se han conseguido son el 3 (Salud y bienestar), 5 (Igualdad de género), 7 (Energía asequible y no contaminante) y 17 (Alianzas para lograr los objetivos). En cuanto al ODS 13 (Acción por el clima), las Naciones Unidas apuntan que se han dado grandes pasos: las emisiones disminuyeron un 6 % en 2020 y han aumentado las áreas protegidas tanto terrestres como marinas.

Se estima que entre 40 y 60 millones de personas se sumirán de nuevo en la pobreza extrema en lo que constituye el primer aumento de la pobreza mundial en más de 20 años.

Pero los esfuerzos continúan siendo insuficientes: la huella del ser humano en el planeta es demasiado grande, la meta de limitar el aumento de las temperaturas a 1,5 o, a lo sumo, 2 °C, es improbable y el estado de los océanos (ODS 14) es preocupante. Necesitamos de forma urgente una mayor ambición, dice la ONU. Y una mirada más allá de nuestro propio ombligo que nos permita proyectar desde la esperanza.

Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
Foto: NGM-E/NNUU

La medida de la sostenibilidad del mundo se evalúa en base a los 17 ODS que las Naciones Unidas y sus 193 países miembros adoptaron en 2015 para lograr, de cara a 2030, erradicar la pobreza, luchar contra la desigualdad y la injusticia y poner freno al cambio climático, entre otras cosas. Son 17 retos globales que incluyen 169 metas para consolidar una visión transformadora de la sociedad humana.

Energías renovables

La irrupción a gran escala de la mayoría de las energías renovables se remonta a finales de la década de los noventa, y desde entonces hasta hoy su producción casi se ha duplicado. Aun así, el 80 % de toda la energía primaria que consumimos procede de la quema de combustibles fósiles. Según datos de la ONU, el sistema energético es la fuente de aproximadamente dos tercios de las emisiones globales de CO2. «Si continúan las tendencias actuales, o dicho de otro modo, si la proporción actual de combustibles fósiles se mantiene y la demanda energética casi se duplica para 2050, las emisiones superarán ampliamente la cantidad de carbono que se puede emitir si se ha de limitar el aumento medio de temperatura a nivel mundial a 2 °C», afirma la organización. Para implementar la sostenibilidad planetaria, la transición energética hacia un mundo descarbonizado es fundamental, pero no será fácil. Deberemos superar las «pegas» de las renovables, como la gran cantidad de minerales críticos que requieren, y asumir de una vez por todas que es necesario consumir mucho menos.

El 80 % de toda la energía primaria que consumimos procede de la quema de combustibles fósiles.

Paneles fotovoltaicos
Foto: Bloomberg Creative/ Getty Images.

Los paneles fotovoltaicos flotantes instalados en cuerpos de agua no utilizados, como estos de Alemania, contribuyen a la revolución de la energía verde y no hacen uso de tierras residenciales ni agrícolas.

Economía próspera

Si queremos satisfacer las necesidades de todas las personas respetando los límites de la biosfera, necesitamos poner en funcionamiento la economía del donut (o de la rosquilla) de Kate Raworth. Consiste en dos anillos concéntricos: una base social, para garantizar que nadie se quede sin lo esencial de la vida, y un techo ecológico que asegure que la humanidad no sobrepasa los límites planetarios que protegen los sistemas de soporte de vida de la Tierra.

Entre ambos existe un espacio en forma de rosquilla que es ecológicamente seguro y socialmente justo. Concretamente aquí es donde la humanidad puede prosperar. Haz clic aquí si quieres ver la imagen en pantalla completa.

Economía del donut
Infografía: NGM-E- Fuente: Econo´mia del Donut, Kate Raworth, BBVA

Comercio justo

Tal y como se afirma en el informe publicado a raíz de la Conferencia de Comercio y Desarrollo de las Naciones Unidas de 2021, el comercio internacional promueve un crecimiento económico inclusivo, reduce la pobreza y contribuye al desarrollo sostenible. Sin duda puede generar prosperidad, pero también puede impactar negativamente, tanto en la sociedad como en la naturaleza: existen 160 millones de niños y niñas en situación de trabajo infantil, de los cuales 79 millones realizan trabajos peligrosos; en cuanto a la naturaleza, según el Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM), tres de los productos básicos más comercializados, la soja, la carne de res y el aceite de palma, causan cerca del 80% de la deforestación tropical y el 12% de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Recolección de café
Foto: Andersr/Istock

Unos agricultores recolectan café en una plantación de Colombia. El comercio justo lucha por unas condiciones laborales que respeten los derechos humanos.

Una herramienta para combatir esa lacra de la humanidad es el comercio justo, que OXFAM Intermón define como «un sistema de compra y venta ético y alternativo que tiene como objetivo hacer que las personas más desfavorecidas que producen los bienes que consumimos puedan acceder al mercado en condiciones justas». En definitiva, se trata de cambiar las reglas desiguales del comercio internacional para ayudar a disminuir la disparidad en el mundo.

Seguridad alimentaria
Foto: (En sentido horario, desde arriba): Elena Popova / Getty Images; Jose Lacomba / Istock / Getty Images; Elena Popova / Getty Images

Aunque alrededor de 750 millones de personas sufrieron hambre en 2020, desperdiciamos más del 30% de los alimentos que se producen. Con solo el 10% de estos se podría acabar con el hambre.

Muchos productores de café viven en la pobreza. Ellos son los miembros más vulnerables de la cadena de suministro de este producto tan consumido (izquierda). La importancia de las frutas y verduras es clave para la nutrición humana, la seguridad alimentaria y la salud, según señala la FAO (centro). El cambio climático puede disminuir el rendimiento global de los principales cultivos básicos de alimentos: frutas, verduras y frutos secos (derecha).

Fabricación textil
Fotos: Islander images / istock / getty images; fermate / istockk / getty images; appu shaji / getty images,

El sector de la moda trabaja para disminuir su huella de carbono. Genera el 10 % de las emisiones de CO2, más que los vuelos internacionales y el transporte marítimo juntos, y consume 93.000 millones de metros cúbicos de agua.  La producción textil, apunta el Parlamento Europeo, es responsable de un 20% de la contaminación mundial de agua potable (izquierda). El 35 % de los microplásticos que se vierten al medio ambiente proceden del lavado de ropa sintética: 0,5 millones de toneladas de microfibras (centro). La Comisión Europea ha presentado este 2022 una estrategia para que los textiles sean más duraderos, reparables, reutilizables y reciclables (derecha). 

Objetivos: cero neto y autosuficiencia

En la ventosa isla canaria de El Hierro se inauguró en 2014 la central hidroeólica de Gorona del Viento, en el marco de un proyecto que busca que la isla se autoabastezca en un 100 % de energías renovables. Lo ha logrado de forma temporal: en verano de 2019 proporcionaron energía a sus 10.000 habitantes durante 24 días de electricidad verde. Otra isla del archipiélago, La Gomera, contará este año con cinco parques eólicos. También en otros lugares del mundo buscan modos de ser autosuficientes y tener una huella de carbono cero.

Isla de El Hierro
Foto: Robert Harding/ShutterStock
  1. SAMSØ (DINAMARCA). La isla danesa abandonó los combustibles fósiles a partir de 1997. Hoy funciona con energía eólica, sus emisiones son neutrales y la calefacción se alimenta en un 75 % de energía solar y biomasa.
  2. BUTÁN. El pequeño país asiático fue el primero del mundo en conseguir absorber más gases de efecto invernadero de los que produce. Hoy hay dos más, Surinam y Panamá. Los tres tienen grandes masas forestales.
  3. EIGG (ESCOCIA). Hace 25 años, 64 personas decidieron unir esfuerzos para comprar una remota isla escocesa: Eigg. En 2008 crearon una red eléctrica propia que les permite ser 100 % autosuficientes.
  4. ISLA DE DIU (INDIA). Antes la isla importaba el 75 % de la energía. Hoy cubre sus necesidades diurnas con paneles fotovoltaicos. Un parque eólico le permitirá ser energéticamente autosuficiente al 100 %.