Pioneras

Estas mujeres han allanado el camino a las nuevas generaciones de exploradoras de National Geographic.

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"Tú asegúrate de ser la primera mujer en algún ámbito", recomendó un redactor a la fotógrafa en ciernes Dickey Chapelle en plena escalada de la Segunda Guerra Mundial. Chapelle siguió su consejo y en 1945 desembarcó con una unidad de marines en la batalla de Okinawa, obviando el veto a las mujeres periodistas en zonas de combate. Perdió temporalmente su acreditación de prensa militar, pero se granjeó fama de intrépida corresponsal de guerra.

Desde que en 1888 se fundó National Geographic, las mujeres no han dejado de aportar logros en los campos de la ciencia y la exploración, a menudo con escaso reconocimiento. Han cartografiado el fondo oceánico, coronado las cumbres más altas, desenterrado civilizaciones antiguas, batido récords de inmersión submarina y circunvolado el planeta. «No hay razón por la que una mujer no pueda ir adondequiera que vaya un hombre, y más allá –afirmaba la exploradora Harriet Chalmers en 1920–. Si le gusta viajar, si siente pasión por lo desconocido, lo misterioso y lo perdido, nada habrá que la retenga en el hogar».

Y, sin embargo, las mujeres solían ser una nota marginal en la revista, eclipsadas por sus famosos maridos. Matthew Stirling publicó más de una docena de artículos sobre sus hallazgos arqueológicos mesoamericanos; su esposa, Marion, codirectora de las expediciones, firmó uno solo: sobre la gestión doméstica del campamento en los trabajos de campo. «¡Maldita sea! ¡Maldita sea! –escribía Anne Morrow Lindbergh en su diario en 1933, refiriéndose a la convivencia con su marido, el famoso aviador Charles Lindbergh. Anne fue la primera mujer estadounidense que obtuvo la licencia de piloto de vuelo sin motor y ganó premios a su talento aeronáutico–. Estoy harta de ser la “doncella del Señor”».

Otras fueron ignoradas por sus coetáneos. Cuando a principios de los años cincuenta la geóloga Marie Tharp presentó pruebas que sustentaban la teoría de la deriva continental, un colega las tachó de «parloteo femenino». Como mínimo una, la periodista de los años veinte Juliet Bredon, descubrió que era más fácil publicar en la Geographic si firmaba con pseudónimo masculino. Hasta las mujeres más reputadas de su época, como la astrónoma Maria Mitchell, se las vieron y se las desearon para recibir una remuneración justa.

El archivo de National Geographic contiene millones de fotografías que revelan las historias de las pioneras de esta organización. Desde el pasado hasta el presente, en estas páginas honramos a algunas de ellas.

 

Este artículo pertenece al número de Marzo de 2020 de la revista National Geographic.

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Maria Mitchell (1818-1889). Primera persona en descubrir un cometa con un telescopio; primera mujer dedicada profesionalmente a la astronomía en Estados Unidos.

En el siglo XIX, cuando los vecinos de Nantucket, Massachusetts, orientaban sus telescopios al mar aguardando el regreso de los barcos balleneros y pesqueros, Maria Mitchell apuntaba el suyo hacia las estrellas. Mitchell se crio ayudando a su padre, astrónomo aficionado, a sacar complejos cálculos de navegación para capitanes de balleneros, determinar la fecha y hora de los eclipses y registrar el movimiento de los cuerpos celestes.

A las 22:30 del 1 de octubre de 1847, con 29 años, se hallaba en el tejado del Banco del Pacífico, donde su padre había construido un sencillo observatorio, cuando al mirar por el telescopio avistó algo que no estaba en sus cartas astronómicas: un cometa.

Dieciséis años antes, el rey Federico VI de Dinamarca había ofrecido una medalla de oro a la primera persona que descubriese un cometa por medio de un telescopio. Mitchell reclamó el premio. Su hallazgo la llevó a ser la primera mujer estadounidense que se dedicaba profesionalmente a la astronomía. Ese mismo año fue nombrada miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias (fue la primera mujer en incorporarse a dicha institución). Visitó observatorios de todo el mundo y defendió la incorporación de la mujer a la ciencia, así como la abolición de la esclavitud y el sufragio femenino.

Mitchell dio clases de astronomía en el Vassar College, Nueva York, donde estudió planetas, estrellas, cometas y eclipses, y peleó para cobrar el mismo sueldo que sus colegas varones. El cometa que había descubierto, llamado 1847-VI, llegó a conocerse como el cometa de la señorita Mitchell. En 1888, un año antes de su muerte, su hermano, el oceanógrafo Henry Mitchell, participaba en la fundación de National Geographic Society.

Reina Torres de Araúz (1932-1982)

Foto; Amado Araúz, cortesía de la Colección Araúz

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Reina Torres de Araúz (1932-1982). Primera mujer latinoamericana becada por National Geographic Society; contribuyó a preservar la historia de Panamá.

En 1961 una empresa estadounidense demolió un edificio colonial conocido como La Pólvora en una ciudad costera de Panamá para construir una autopista. Reina Torres de Araúz, una antropóloga de 29 años, hizo llegar una indignada protesta al presidente panameño, Roberto Chiari. Él la escuchó: su Gobierno fundó la Comisión Nacional de Arqueología y Monumentos Históricos y puso a Torres de Araúz al frente para garantizar la preservación de los lugares históricos más importantes.

Por entonces Torres de Araúz era ya una reputada antropóloga, famosa por su defensa del patrimonio cultural. Había participado en la expedición que buscaba identificar el mejor recorrido para la carretera Panamericana a su paso por Panamá, que terminaría conectando –en algunos tramos de manera oficiosa– Chile con Alaska. Pasó su luna de miel explorando el curso de la carretera en la Expedición Transdarienita, que fue documentada en National Geographic. El equipo partió de Panamá en un Jeep y un Land Rover y acabó en Colombia al cabo de cuatro meses, tras completar la primera travesía motorizada de América del Norte a América del Sur.

Torres de Araúz dejó en su país un profundo legado. Fundó el centro de investigaciones arqueológicas de la Universidad de Panamá, creó becas para animar a los estudiantes a emprender investigaciones de campo y puso en marcha departamentos de antropología cultural, etnografía y prehistoria panameña. Tras dirigir el Museo Nacional de Panamá, participó en la fundación de otros seis museos y un parque arqueológico.

En 1971 se convirtió en la primera mujer latinoamericana receptora de una beca de National Geographic, que financió su catalogación de piezas de oro precolombinas; y consiguió que se prohibiese por ley la salida de dichas piezas al extranjero.

Torres de Araúz murió en 1982, a los 49 años, pero su legado sigue vivo en Ciudad de Panamá, donde el enorme museo que lleva su nombre custodia 15.000 reliquias de incalculable valor de la historia panameña.

Electa «Exy» Johnson

Foto: Winfield Parks

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Electa «Exy» Johnson 1909-2004. Circunnavegó el globo siete veces con su marido, Irving.

«¡No creo que muchas madres se vean en estas!», exclamó Exy. Cocinaba el cachalote arponeado por nuestro hijo de 18 años, Arthur. Navegábamos entre las Galápagos por sexta vez en 20 años viajando por el mundo a bordo del bergantín Yankee.

Esta escena, incluida en el borrador de un artículo coescrito por Irving y Electa (o Exy) Johnson para National Geographic en 1959, era una más de las que cada día vivía en el mar esta familia de navegantes. Para cuando arriaron las velas definitivamente,
el matrimonio había circunnavegado el mundo siete veces en dos embarcaciones llamadas Yankee.

En sus viajes alrededor del globo, seguían siempre la misma rutina: navegaban 18 meses y pasaban otros tantos en Estados Unidos. Otros viajes los llevaron al Báltico, el Nilo y los canales de Europa, donde Exy desempolvó varios de los idiomas que dominaba. Incluso participaron en la búsqueda de la desaparecida aviadora Amelia Earhart en el Pacífico Sur. La pareja escribió nueve artículos y numerosos libros, además de rodar tres películas para National Geographic durante sus más de 40 años en el mar.

Irving falleció en 1991. Cuando en 2004 murió Exy a los 95 años de edad, había navegado el doble de la distancia entre la Tierra y la Luna. Hoy el legado del matrimonio sigue vivo en Los Ángeles, donde los niños aprenden a trabajar en equipo y resolver problemas a bordo de dos bergantines: el Irving Johnson y el Exy Johnson.

Jocelyn  Crane Griffin, Else Bostelmann y Gloria Hollister Anable.

Foto: John Tee-Van

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Jocelyn Crane Griffin, Else Bostelmann y Gloria Hollister Anable.

En 1930 los exploradores submarinos William Beebe y Otis Barton descendieron a las profundidades del océano Atlántico en la zona de las Bermudas dentro de una pequeña esfera de acero. Sobre el agua, un grupo de científicas se aseguraba de que aquel novedoso aparato –la llamada batisfera– operase sin incidentes. Era la primera tentativa seria de exploración tripulada de las profundidades marinas, y pronto se ha--ría eco de ello la prensa internacional.

Desde la cubierta del barco, la ayudante de laboratorio Jocelyn Crane Griffin identificaba la fauna marina. Al teléfono estaba Gloria Hollister Anable, directora técnica del departamento de Investigaciones Tropicales de lo que hoy conocemos como la Wildlife Conservation Society, que daba soporte a la misión. Aquella conexión telefónica, por medio del cable que conectaba la batisfera con el barco, era el único vínculo de Beebe con el mundo exterior. Anable transcribía los comentarios de Beebe mientras este observaba la fauna marina que se movía a su alrededor; asimismo le transmitía información sobre la profundidad y datos temporales y meteorológicos. Griffin y ella también se turnaron para ocupar la batisfera. En una de esas inmersiones, Anable descendió 313 metros y batió el récord de profundidad alcanzado por una mujer.

En la década de 1930 se llevó a cabo el proyecto más audaz de exploración de las profundidades marinas desde el interior de un artilugio de acero conocido como la batisfera. En esta serie de expediciones para el estudio de la fauna marina trabajaron Jocelyn Crane Griffin, Else Bostelmann y Gloria Hollister Anable, en la imagen. 

 

Al final de cada inmersión, los bosquejos y las descripciones transcritas de Beebe se hacían llegar a Else Bostelmann, quien desde el laboratorio de las Bermudas transformaba el material en pinturas llenas de fuerza. Aunque nunca vio las profundidades marinas desde el interior de la batisfera, solía ponerse una escafandra, atar los pinceles a una paleta de pinturas al óleo y arrastrar consigo su lienzo bajo el mar para pintar y hallar inspiración. Sus dibujos de fauna marina fantástica –peces con colmillos gigantescos, crustáceos psicodélicos, un pez de piel negra que nunca antes se había visto– hicieron que la expedición cobra--se vida en las páginas de la Geographic.

Beebe fue objeto de burla por contratar mujeres, pero él se mantuvo fiel a su equipo. Cuando finalizó la misión, Bostelmann siguió haciendo ilustraciones para National Geographic y Anable lideró una expedición científica a la actual Guyana. Griffin pasó a dirigir estaciones de investigación en el Caribe y relevó a Beebe en la dirección del de--partamento de Investigaciones Tropicales tras la muerte de este en 1962.

Dickey Chapelle

Foto: George F. Mobley

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Dickey Chapelle. (1919-1965). Intrépida fotoperiodista de National Geographic que cubrió desde la Segunda Guerra Mundial hasta el conflicto de Vietnam; primera mujer corresponsal de guerra estadounidense caída en combate.

En 1959 Dickey Chapelle se disponía a saltar desde una torre. La pionera corresponsal de guerra estaba en Kentucky acompañando a la 101º División Aerotransportada del Ejército de Estados Unidos y, a sus 41 años, iba a tirarse en paracaídas por primera vez. Estaba aterrorizada. Pero a Chapelle el miedo no le duraba demasiado. Pronto afirmaría que el paracaidismo era «una de las mejores experiencias de esta vida».

Para entonces había informado sobre decenas de conflictos, entre ellos la Segunda Guerra Mundial. Había estado encarcelada en aislamiento durante la revolución húngara y fue la primera periodista acreditada por los rebeldes argelinos. Fidel Castro la llamaba «la estadounidense menuda y educada con sangre de tigre en las venas». Tras entrenarse con las Águilas Aulladoras, sobrenombre de la mencionada división de asalto aéreo, se convirtió en la única mu--jer de su época autorizada a saltar con paracaidistas de combate en Vietnam.

Nacida Georgette Meyer, Chapelle adoptó el sobrenombre de Dickey en honor al explorador ártico que tanto admiraba, el almirante Richard Byrd. Soñaba con ser piloto o ingeniera aeroespacial. A los 14 años publicó su primer artículo remunerado en la revista U. S. Air Services; a los 16 se matriculó en el MIT. Se casó con Tony Chapelle en 1940.

El matrimonio empezó a escribir y fotografiar artículos para National Geographic en los años cincuenta, pero después de separarse Dickey adoptó ambos roles y se aventuró allí donde otros reporteros no osaban llegar. Si su presencia era una novedad, tampoco le deparó un trato especial. «Nunca un general se ha ofrecido a revelarme una orden de operaciones SECRETAS a cambio de mi blanca virtud virginal», escribió a sus editores. Tituló su autobiografía What’s a Woman Doing Here? (¿Qué hace aquí una mujer?) tras oír esta frase infinitas veces en el campo de batalla.

«Sin duda alguna, la guerra no es lugar para la mujer –dijo en una entrevista–. En el mundo solo hay otra especie que tampoco debería poner un pie en zona de guerra: el hombre».

En 1962 Chapelle se convirtió en la segunda mujer en recibir el Premio George Polk, la distinción más elevada a la valentía que concede el Club de Prensa Extranjera de Estados Unidos. No había ningún otro estadounidense que hubiese asistido a más combates en Vietnam: 17 operaciones en total. Pero su historial no habría de ir más allá.

El 4 de noviembre de 1965 acompañaba a los marines en una misión cercana a la ciudad costera de Chu Lai. En torno a las 8 de la mañana, la unidad de patrulla pisó un cable trampa que activó una granada conectada a un mortero. Chapelle recibió metralla en el cuello. Murió en el suelo de un helicóptero: para Estados Unidos era la primera corresponsal de guerra femenina caída en combate. Años después, otros periodistas contaban que las tropas aerotransportadas vietnamitas todavía recordaban a la mujer menuda y malhablada que había saltado con ellos.

Biruté Galdikas (Nacida en 1946). Una de las científicas apodadas «las trimates» apadrinadas por el antropólogo Louis Leakey; lleva estudiando los orangutanes desde la década de 1970.

Foto: Rodney Brindamour

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Biruté Galdikas (Nacida en 1946). Una de las científicas apodadas «las trimates» apadrinadas por el antropólogo Louis Leakey; lleva estudiando los orangutanes desde la década de 1970.

Convencido de que las mujeres son más pacientes y perceptivas que los hombres, el paleoantropólogo Louis Leakey prestó su apoyo a tres jóvenes científicas para que conviviesen con los grandes simios. Con financiación de National Geographic, ayudó a fundar estaciones de campo para que Jane Goodall estudiase los chimpancés en Tanzania, Dian Fossey conviviese con los gorilas de montaña en Ruanda y Biruté Galdikas observase los orangutanes en el Borneo indonesio. Las tres científicas, apodadas «las trimates», realizaron investigaciones revolucionarias.

Cuando en 1971 Galdikas llegó a la Reserva Nacional de Tanjung Puting, el estudio del orangután se tenía por una empresa muy complicada, cuando no imposible. Más solitarios que otros primates, estos se desplazaban por grandes áreas de densa cobertura forestal. Pero muy pronto Galdikas estaba avistándolos en su hábitat y acercándose lo suficiente para interactuar con ellos. Transformó su vivienda en una «casa de transición» para los animales que pasaban de la vida en cautividad a la naturaleza y crio a los huérfanos casi como si fuesen sus propios hijos, según el artículo de portada que en 1975 escribió para National Geographic.

En los primeros cuatro años de investigación, hizo descubrimientos de capital importancia sobre los orangutanes en estado salvaje, recopilando detalles sobre su dieta, sus patrones de desplazamiento y sus relaciones sociales. Fue crucial su alerta sobre la deforestación que se traducía en una rápida pérdida de hábitat.

Transcurrido casi medio siglo, Galdikas sigue sobre el terreno: su labor es ya uno de los estudios continuados de una sola especie más largos de la historia.

Marie Tharp (1920-2006)

Foto; Rodney Brindamour

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Marie Tharp (1920-2006). Cartografió el fondo oceánico y dio un espaldarazo a la teoría de la deriva continental

La Segunda Guerra Mundial dio a Marie Tharp la oportunidad de hacer un descubrimiento que sacudió el mundo. Los alumnos varones estaban en el frente y las universidades tenían plazas vacantes. Tharp aprovechó la coyuntura para estudiar geología, un campo que siempre había sido hostil a la mujer. Después de trabajar como geóloga de campo para una petrolera, la contrataron como ayudante técnica en la Universidad de Columbia. Allí conoció a un doctorando llamado Bruce Heezen y juntos iniciaron un proyecto osado: cartografiar el fondo oceánico.

Las mujeres tenían prohibido trabajar en buques científicos, así que Heezen usaba datos de sonar que obtenía en expediciones oceánicas, algunas de ellas financiadas por National Geographic, y en un sótano de Columbia Tharp transformaba en mapas los datos y las mediciones de otros cientos de expediciones.

Mientras trabajaba en el primer mapa del Atlántico, Tharp se fijó en un valle que recorría el lecho marino y concluyó que partes de la corteza terrestre estaban desplazándose. La teoría de la deriva continental era «casi una herejía científica», diría Tharp con el tiempo.

Al principio Heezen no aceptó la hipótesis de su colega, y tachó las pruebas que presentaba de «parloteo femenino». Pero las lecturas del sonar respaldaban la conclusión de Tharp. Aquella grieta convenció a la comunidad científica de que los continentes habían sido una única masa de tierra, dividida posteriormente por los movimientos tectónicos.

Apoyado por la Marina de Estados Unidos y por National Geographic, el proyecto se publicó en 1977 como el «Mapa mundial de los fondos oceánicos». Era la primera representación del fondo marino, y mostraba un paisaje con cordilleras volcánicas y elevados picos, hendido por una «costura» de 65.000 kilómetros que recorría la superficie de la Tierra.

«Fue una ocasión única en la vida (de hecho, única en la historia) para cualquiera, máxime para una mujer en los años cuarenta», escribió Tharp.

Un año después de publicarse el mapa, ella y Heezen recibieron la Medalla Hubbard de National Geographic Society, que reconoce los logros de toda una vida en los ámbitos de la investigación, el descubrimiento y la exploración. Después de retirarse de Columbia, Tharp fundó una empresa de distribución cartográfica. Para entonces ya había podido, por fin, trabajar a bordo de un buque de investigación. Falleció en 2006.

Marion Stirling Pugh. (1911-2001).

Foto: Richard H. Stewart

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Marion Stirling Pugh. (1911-2001). Codirigió expediciones que reescribieron nuestra comprensión de la historia mesoamericana.

En una fotografía tomada durante una expedición a Panamá en 1948, Marion Stirling contempla una pieza recién descubierta: un collar compuesto de unos 800 dientes humanos. Sin duda su vida había cambiado enormemente desde que en 1931 entrara a trabajar en Washington D. C. como secretaria
de Matthew Stirling, director del departamento de Etnología Americana de la Smithsonian Institution.

Marion y Matthew contrajeron matrimonio pocos años después, y ella se matriculó en clases nocturnas de antropología y geología. En 1938, estando de viaje familiar en México, Matthew, que acabaría granjeándose en el sector el apodo de «pala de oro», visitó una gigantesca escultura de piedra descubierta décadas antes: una colosal cabeza olmeca.

Matthew obtuvo financiación de la Smithsonian Institution y de National Geographic para excavar la zona. En más de una docena de expediciones al sur de México (una de las cuales se perdió Marion para dar a luz a la hija del matrimonio), la pareja reescribió en sentido literal la historia de Mesoamérica. Exhumaron cabezas de piedra y otros restos del milenario Imperio olmeca y determinaron que probablemente fuese la primera gran civilización de la región.

Marion supervisaba el campamento y limpiaba y catalogaba los hallazgos. Coescribió numerosos artículos con Matthew, y en 1939 calculó que el calendario grabado en un monumento olmeca aludía al año 31 a.C., la fecha más temprana registrada hasta entonces en el Nuevo Mundo.

Los Stirling hallaron jade precolombino en México, esferas de granito en Costa Rica y túmulos en poblaciones panameñas.

Marion, que contrajo segundas nupcias tras enviudar, presidió en dos momentos diferentes la Sociedad de Mujeres Geógrafas. En 1975 fue galardonada con la medalla de oro de esta institución por sus aportaciones pioneras a la arqueología de México y América Central.

Barbara Washburn

Foto. Bradford Washburn

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Barbara Washburn (1914-2014). Primera mujer en coronar el Denali; con su marido, Bradford Washburn, cartografió el Gran Cañón.

La vida de Barbara Washburn puso rumbo hacia los picos más altos del planeta en 1939, cuando el cartero que llevaba el correo a su casa le comentó que sabía de una vacante: secretaria de Bradford Washburn, el director del Museo de Historia Natural de Nueva Inglaterra. La idea no la sedujo: «No quiero trabajar en ese museo lleno de antiguallas –recuerda haber pensado–, y ni de broma me pongo a las órdenes de un escalador loco».

Un año después, aquella joven que nunca había ido de acampada coronaba los 3.094 metros del monte Bertha, en Alaska. Se había casado con el escalador.

Al año siguiente el matrimonio y su equipo se convirtieron en las primeras personas que escalaban con éxito los 4.154 metros del monte Hayes. Barbara vestía ropa masculina, porque en aquella época no se fabricaban prendas para el frío en versión femenina. En una cresta que entrañaba especial peligro, Barbara se puso delante: el equipo creía que su ligereza facilitaría el rescate si el suelo se hundía bajo sus pies. En 1947 Barbara y Bradford dejaron a sus tres hijos en casa para escalar el monte McKinley (hoy llamado Denali). Al cabo de casi dos meses de caminata, Barbara coronó la cumbre: era la primera mujer que contemplaba América del Norte desde su pico más elevado.

Bradford tenía formación cartográfica, y la pareja emprendió ambiciosos proyectos de elaboración de mapas. Desde 1970 trabajaron con fotografías aéreas, instrumentos de medición por láser y un odómetro rodante para cartografiar íntegramente el Gran Cañón del Colorado por encargo de National Geographic. El proyecto supuso siete años de trabajo y casi 700 vuelos en helicóptero. También cartografiaron las montañas Blancas de New Hampshire y el monte Denali. En 1988 la pareja figuró entre los 15 exploradores –entre ellos Edmund Hillary, Jacques-Yves Cousteau y Mary y Richard Leakey– galardonados con el Premio del Centenario de National Geographic. Aun a edades avanzadas, los Washburn seguían solicitando becas de National Geographic para proyectos tales como la medición del grosor del manto de nieve que cubre el Everest.

Barbara falleció en 2014, siete años después que su esposo y a falta de dos meses para cumplir los cien. Afirmó no haber comprendido nunca la atención que se prestaba a su condición femenina y se autodescribía como «una montañera accidental».

Anne Morrow Lidbergh

Bettmann / Getty Images

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Anne Morrow Lidbergh (1906-2001). Primera mujer estadounidense en obtener la licencia de piloto de vuelo sin motor; primera mujer galardonada con la Medalla Hubbard de National Geographic.

La primera cita de Anne Morrow con Charles Lindbergh fue a bordo de un aeroplano que sobrevolaba Long Island en 1928. Su pretendiente acababa de completar el primer vuelo transatlántico sin escalas y muchos lo tenían por el hombre más famoso del mundo. Tres meses después de la boda, Anne hacía su primer vuelo en solitario. En 1930 se convirtió en la primera mujer que obtenía en Estados Unidos la licencia de piloto de vuelo sin motor.

Ese año Charles y Anne volaron de Los Ángeles a Nueva York en 14 horas y 23 minutos, batiendo el récord de velocidad transcontinental. Anne hacía de copiloto, operadora de radio y navegante… estando embarazada de siete meses. Adquirió fama como aviadora y escritora, y en 1934 fue la primera mujer distinguida con la Medalla Hubbard de National Geographic por sus más de 64.000 kilómetros de vuelo. Para entonces, una sombra de tristeza oscurecía la vida de la pareja. En 1932 habían sufrido el secuestro y asesinato de su bebé.

Posteriormente Charles, cautivado por los progresos tecnológicos alemanes, aceptaba una medalla del régimen nazi y se oponía públicamente a la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Anne escribió un libro en defensa del aislacionismo y llamó al fascismo la «ola del futuro».

El público que los había adorado dio la espalda al matrimonio. En entrevistas posteriores y diarios publicados, Anne se arrepentía de haber defendido aquellas ideas, que según decía eran básicamente las de su marido. «Mi matrimonio me ha cambiado hasta extremos irreversibles», escribió. Halló la redención en la escritura. En 1955 publicó Regalo del Mar, una reflexión sobre la vida de las mujeres que fue aclamada como un manifiesto feminista y encabezó las listas de superventas.

En 1979, cinco años después de morir Charles, Anne entró a formar parte del Salón de la Fama de la Aviación Nacional. Vivió 22 años más, que pasó recluida en Connecticut, dedicada a la escritura.

Harriet Chalmers Adams

Foto: Harriet Chalmers Adams

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Harriet Chalmers Adams (1875- 1937). Primera mujer periodista autorizada a visitar las trincheras francesas en la Primera Guerra Mundial; presidenta inaugural de la Sociedad de Mujeres Geógrafas.

En la década de 1880, mucho antes de convertirse en la exploradora más grande de su época, una Harriet Chalmers de ocho años de edad viajó por la californiana Sierra Nevada a caballo con su padre. A los 24 se casó con Franklin Pierce Adams y el matrimonio puso rumbo a Latinoamérica, donde recorrieron 65.000 kilómetros a caballo, en canoa, a pie y en tren. A su regreso, casi tres años después, Harriet impartió una conferencia en National Geographic y emprendió una colaboración con la Sociedad que duraría tres décadas.

Se propuso visitar todas las colonias o excolonias españolas y reprodujo el viaje de Cristóbal Colón de Europa a América. Atravesó Asia y asistió a la entronización de Haile Selassie como emperador de Etiopía. En la Primera Guerra Mundial fue la primera mujer periodista autorizada a fotografiar las trincheras francesas, de las que no salió en varios meses.

En la Geographic publicó 21 artículos sobre sus hazañas, más que ninguna otra mujer en el primer medio siglo de vida de la revista. En sus textos criticaba las injusticias que había visto. «¿Qué bendición les ha llevado la civilización europea de la que no disfrutasen ya?
–escribió tras una visita a Perú–. ¿Qué no habrán sufrido en nombre de la cruz que corona el monte?».

Adams carecía de formación profesional como geógrafa y no había pisado la universidad, pero sus diapositivas a todo color y su audaz estilo viajero le granjearon invitaciones para impartir charlas por el mundo entero, a menudo de instituciones que nunca antes habían solicitado la presencia de una conferenciante femenina. Fue la tercera estadounidense invitada a formar parte de la Royal Geographical Society inglesa. En contraste, el Club de Exploradores neoyorquino la ninguneó, lo mismo que a otras aventureras prominentes.

Los hombres «siempre han tenido tanto miedo de que una simple mujer penetre en sus sanctasanctórums dialécticos que ni tan siquiera permiten la presencia femenina en sus clubs –dijo en una ocasión–, y mucho menos en aquellos espacios de tertulia que podrían reportar mutuos beneficios».

Varias exploradoras decidieron entonces fundar su propio club. En 1925 se puso en marcha la Sociedad de Mujeres Geógrafas bajo la presidencia de Adams, puesto que ocupó hasta que en 1933 se instaló en Francia, donde falleció cuatro años después, a los 61 años.